Dos meses después, el 155 ha dejado para el presidente del Gobierno que lo firmó el peor resultado posible, un triple fracaso. Su enemigo, el independentismo, mantiene la mayoría absoluta en el Parlament. Su rival, Ciudadanos, se convierte en la fuerza más votada en Catalunya. Y su partido, el PP, se desploma y pierde hasta el grupo parlamentario propio. Es todo un éxito de Mariano Rajoy.
Los dos bloques en los que sigue dividida Catalunya apenas se han movido, a pesar de la histórica participación. Esa supuesta mayoría silenciosa en contra del procés que pronosticaban algunos análisis solo ha logrado arañar dos décimas y dos escaños en el marcador: el independentismo pasa del 47,8% al 47,5%. Con esta mayoría simple en votos y el sistema electoral –que, al igual que en las generales, prima a las provincias menos pobladas–, el independentismo mantiene intacta su mayoría absoluta parlamentaria. Ni la fuga de empresas ni la falta de apoyos internacionales han hecho mella en esos dos millones de catalanes que hoy, igual que hace dos años, se quieren marchar.
Inés Arrimadas consigue un resultado histórico. En apenas diez años desde su fundación, ha logrado colocar a su partido como primera fuerza en Catalunya, tanto en votos como en escaños. Sin duda tiene imposible gobernar, pero es más que una victoria simbólica. Con estos votos, y con la debacle de un PP que consigue un peor resultado que la CUP, el liderazgo en la derecha española puede estar en disputa. Ciudadanos no solo crece por su derecha; también deja al PSC sin la recuperación que apuntaban las encuestas. Miquel Iceta sube un único escaño, mientras Arrimadas consigue unos registros históricos en la zona metropolitana de Barcelona, ese cinturón que antes era rojo y ya no lo es.
Aunque el gran ganador de la noche es Carles Puigdemont, el president al que todos dieron por muerto y exiliado. Su bloque mantiene la mayoría absoluta parlamentaria y, contra pronóstico, su candidatura derrota a la de ERC, que partía como favorita en todas las encuestas. Oriol Junqueras, desde la cárcel, ha sido incapaz de tener presencia en campaña del modo en que sí lo ha logrado Puigdemont desde Bruselas. Es difícil cuando, para dar una entrevista, tienes que utilizar una de las dos llamadas telefónicas que se pueden hacer a la semana desde prisión.
La mayoría independentista es precaria, por cuestiones ajenas a la votación. Ocho de sus diputados están en Bélgica o en prisión. La investidura no será fácil, y no solo porque el candidato esté en Bruselas y vaya a ser encarcelado si vuelve a España. Las negociaciones con la CUP serán tensas y dudo que esta legislatura vaya a durar cuatro años; algo que en Catalunya lleva mucho sin pasar.
Catalunya En Comú-Podem –el partido más votado en Catalunya en las últimas generales– cierra un resultado aún peor que en las catalanas de hace dos años, devorados otra vez por una guerra de banderas donde han sido incapaces de marcar de forma nítida una posición. “Era un Madrid- Barça y nosotros íbamos con el árbitro”, resumió en 2015 Iñigo Errejón en una metáfora que sigue siendo válida hoy. Ha sido un Madrid-Barça de final de Champions y –más que con el árbitro– esta vez parecían ir con el linier, en eterno fuera de juego. La única buena noticia para Unidos Podemos es que no tendrán que escoger entre Arrimadas o Puigdemont, una decisión endemoniada que se les habria atragantado, fuese cual fuese su elección.
¿Volverá la vía unilateral? Es posible, y seguirá siendo un error. El 47,5% de los votos siguen siendo insuficientes para poner en marcha un nuevo país, sobre los derechos de todos los demás catalanes. El independentismo mantiene su mayoría absoluta parlamentaria pero sigue sin conseguir una mayoría absoluta social. Artur Mas tenía toda la razón cuando pronosticaba, en 2010, que la apuesta por el independentismo partiría a Catalunya por la mitad. Ha sido así.
El desenlace del otoño catalán demuestra que la estrategia del “a por ellos” fue un error. Los jueces y la policía no son la vía para arreglar un problema que hoy, igual que ayer, sigue siendo político. Llega el invierno, y Catalunya sigue muy lejos de una solución.
Dos meses después, el 155 ha dejado para el presidente del Gobierno que lo firmó el peor resultado posible, un triple fracaso. Su enemigo, el independentismo, mantiene la mayoría absoluta en el Parlament. Su rival, Ciudadanos, se convierte en la fuerza más votada en Catalunya. Y su partido, el PP, se desploma y pierde hasta el grupo parlamentario propio. Es todo un éxito de Mariano Rajoy.
Los dos bloques en los que sigue dividida Catalunya apenas se han movido, a pesar de la histórica participación. Esa supuesta mayoría silenciosa en contra del procés que pronosticaban algunos análisis solo ha logrado arañar dos décimas y dos escaños en el marcador: el independentismo pasa del 47,8% al 47,5%. Con esta mayoría simple en votos y el sistema electoral –que, al igual que en las generales, prima a las provincias menos pobladas–, el independentismo mantiene intacta su mayoría absoluta parlamentaria. Ni la fuga de empresas ni la falta de apoyos internacionales han hecho mella en esos dos millones de catalanes que hoy, igual que hace dos años, se quieren marchar.