El contraste no puede ser más evidente. Frente al mayor consenso en décadas en el diálogo social, el Parlamento vivió este jueves una de sus jornadas más lamentables en mucho tiempo. Un espectáculo vergonzoso que millones de trabajadores para los que esta reforma laboral no es un jueguecito político de mezquinos intereses harían bien en no olvidar.
Es difícil encontrar posturas más contrapuestas en una negociación que las de la patronal y los sindicatos. Aun así, ellos llegaron a un acuerdo. Un pacto que no ha ocurrido en treinta años, pero que en el Congreso salió adelante casi de milagro: por solo un voto, con dos diputados de Unión del Pueblo Navarro (UPN) mintiendo a todo el mundo para intentar torpedear al Gobierno, por la equivocación de otro diputado del PP en el voto telemático, con las mentiras de la derecha, que habla de un “error informático” tan poco creíble como ese mal alumno al que su perro le comió los deberes.
Repasemos los hechos. El PSOE pactó con UPN dos de los muchos votos que necesitaba para sacar adelante una reforma laboral que iba muy justa, por los motivos que ya expliqué ayer. El acuerdo se cerró entre las direcciones de ambos partidos el día antes de la votación, a última hora de la tarde del miércoles. Los dos diputados de UPN –Sergio Sayas y Carlos García Adanero– aseguraron a todo el mundo que “acatarían” la decisión que había tomado su partido, a pesar de no compartirla.
Este mismo jueves, a media mañana, Sayas coincidió en los pasillos del Congreso con Héctor Gómez, portavoz del PSOE, y con Edmundo Bal, portavoz de Ciudadanos. Y a ambos les transmitió lo mismo que ya había dicho a todos los periodistas ese día, en público y en privado: que votaría sí a la reforma laboral, que acataría la decisión marcada por la dirección de su partido.
Era mentira. Y una mentira envenenada. Porque todo el plan para reventar la reforma laboral y abrir un enorme boquete al gobierno de coalición pasaba por mantener ese farol: que nadie en la coalición supiera que los dos diputados de UPN realmente votarían ‘no’ a la reforma.
Ese farol era la clave en la jugada. Porque si el Gobierno hubiera sabido de esa trampa, habría podido buscar los votos necesarios con otro grupo. Con el PNV, por ejemplo, que estaba dispuesto a apoyar la reforma, aunque fuera a un precio que al Gobierno anoche le pareció demasiado caro, cuando creía que ya tenía los apoyos suficientes. La treta solo podía salir bien si ese farol no se descubría.
Y mientras los diputados de UPN mentían a su propio partido, a los periodistas y a los partidos del Gobierno, estaban negociando el precio de esta traición con la derecha. Según fuentes socialistas, los diputados rebeldes mantuvieron durante toda esa mañana conversaciones con dirigentes del PP y de Vox. “Adanero desayunó con Iván Espinosa de los Monteros en la cafetería del Congreso y Sayas estuvo después hablando con Gamarra”, dice una diputada del PSOE. Unos contactos que los diputados navarros niegan.
Cabe preguntarse cuál ha sido el precio de esta traición y esta mentira artera. Quédense con sus nombres, porque probablemente en la siguiente legislatura aparezcan milagrosamente en otras listas electorales. Que no repetirán en UPN parece asegurado. El partido ya les ha pedido que entreguen el acta de diputado y se han negado, por lo que esto probablemente acabará con su expulsión.
El plan se parece mucho al que el PP aplicó en Murcia: recurrir a unos futuros tránsfugas, que en poco tiempo estarán expulsados del partido al que han traicionado. Destrozar a otro partido que durante años fue su socio –en este caso, a UPN, que vive uno de sus momentos más complicados–. Y habría sido un éxito brutal para la derecha si llega a salirles bien: habría sumido al Gobierno en una enorme crisis, pero a un precio muy alto para España.
Si el plan para dinamitar la reforma laboral hubiera funcionado, decenas de miles de trabajadores en convenios de empresa abusivos habrían perdido importantes subidas de sueldo. Cientos de miles de trabajadores en precario no podrían optar a contratos más dignos. Y diez mil millones de euros de los fondos europeos se habrían retrasado. La doctrina Montoro, en su máxima expresión: “Que se hunda España, que ya la levantaremos nosotros”.
Pero el plan salió mal, por una carambola inesperada: un diputado del PP, Alberto Casero, se equivocó al votar de forma telemática.
No es un diputado cualquiera, aunque hasta hoy no fuera especialmente conocido. Casero es secretario de organización del PP y uno de los dirigentes claves del equipo de Teodoro García Egea. Antes fue alcalde de Trujillo, en Extremadura. Un juzgado tiene abierta una investigación por prevaricación que le puede salpicar, de su etapa como alcalde, aunque por ahora no ha sido imputado.
El error de Casero es algo que ocurre habitualmente en el Congreso; le ha pasado, en alguna ocasión, a buena parte de los diputados. Es normal que así suceda porque en un mismo pleno se votan muchas cosas. Y en este caso, el diputado del PP se lió con las preguntas: votó “sí” a la reforma laboral y “no” a tramitarla como proyecto de ley. Cambió el orden de los factores: era justo al revés lo que el PP pretendía. No fue su único error. De la veintena de asuntos que se votaban este jueves, Casero se equivocó respecto a la estrategia de su partido en otra ocasión más. Se equivocó en tres de los 21 votos de este jueves.
El PP fue consciente de ese fallo poco antes de empezar la votación. Teodoro García Egea, Cuca Gamarra, Guillermo Mariscal y Ana Pastor abordaron a la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, pidiendo que se permitiera votar en persona al diputado porque había “un error informático”. “Qué más os da, si vamos sobrados de votos”, le respondió a García Egea el vicepresidente del Congreso, el socialista Alfonso Gómez de Celis. En aquel momento nadie en el PSOE sospechaba lo que es obvio que el PP sí sabía: la traición de los diputados navarros.
El secretario general del Congreso y jefe de los letrados, Carlos Gutiérrez Vicén, se negó a que el diputado Casero pudiera votar en persona por segunda vez, anulando el voto anterior. Siempre han aplicado el mismo criterio: los votos telemáticos no se pueden cambiar una vez emitidos. Es lo que decidió también Batet, que arrancó la votación. Y esta siguió con más sustos: en un primer momento el secretario general del Congreso se equivocó en la suma. Dio por perdedor al Gobierno y eso lleva a Batet a anunciar inicialmente la derogación del decreto de la reforma laboral.
El error del secretario general del Congreso lo detectan los otros letrados, que le advierten de que había sumado mal. Y 40 segundos después Batet anunció la corrección: por solo un voto, el Congreso aprobaba la reforma laboral. Un voto del Partido Popular.
Esos 40 segundos que pasaron entre la derrota y la victoria del Gobierno son claves para entender toda la jugada de la derecha, y también la irresponsabilidad de algunos grupos parlamentarios de la izquierda. Se ve a Espinosa de los Monteros y otros diputados del Vox y el PP girarse al momento para dar las gracias a los dos parlamentarios de UPN –otro indicio más de que sabían perfectamente cuál iba a ser su voto–. Se ve que solo aplauden lo que entonces parecía la derogación de la reforma laboral los diputados de derecha y la extrema derecha, pero no así el resto de los grupos que se oponían a la reforma. Se ve a Pablo Casado sorprendido, y en un primer momento se queda sentado en la silla mientras el resto de sus diputados ovacionan el supuesto resultado. Se ven las caras de pánico del Gobierno, pero también las de los diputados de Bildu, del PNV, del BNG, de ERC... Todos ellos habían votado en contra y en teoría habían ganado la votación. Pero casi ninguno de ellos quería realmente que la reforma no saliera adelante. Si se hubiera hundido, habría sido para ellos muy difícil de explicar a sus votantes, que mayoritariamente están a favor de este pacto entre patronal y sindicatos.
¿Un error informático?
El sistema de voto telemático es tan sencillo como votar desde el escaño, con la diferencia de que se emite por anticipado. En este artículo explicamos al detalle cómo funciona. Es posible el error humano, ha pasado muchas otras veces, pero no un error informático tan extravagante como el que el PP denuncia. Porque Casero pudo votar con normalidad en todos los demás asuntos que se debatieron en el pleno.
Hay precedentes de un error humano así con el voto telemático. Exactamente así. Le pasó igual a Macarena Olona, de Vox, a la que tampoco se le permitió corregir su voto. Y también al exministro socialista José Luis Ábalos, que después de votar telemáticamente los nombramientos de los candidatos al Tribunal Constitucional se dio cuenta de que se había equivocado. Tres horas antes de la votación en el pleno –y no unos pocos minutos antes– el PSOE avisó de ese error, y pidió cambiar ese voto telemático. La mesa no aceptó esa reclamación. Como no se ha aceptado ninguna otra similar. La historia del Parlamento está llena de errores humanos en el voto, que siempre se dan por válidos.
Es verdad que la intención de Casero era otra. Como era otra la intención de todos los diputados que se han equivocado antes que él. Mariano Rajoy llegó a votar en contra de sus propios Presupuestos y Pedro Sánchez, en otra ocasión, votó a favor de derogar la ley del aborto. Pero permitir que estos errores se corrijan a posteriori dejaría sin sentido la dinámica parlamentaria: abriría la puerta a cambios tácticos, una vez conocido el resultado. O permitiría a los partidos que intimidaran a los diputados que rompen la disciplina de voto, para que a posteriori los corrigieran. Por eso todos los parlamentos funcionan igual: se vota en un único acto, sin saber con certeza el resultado. Y si te has equivocado, es culpa tuya y no se puede cambiar. Como los goles en propia meta.
Desde el PP, enarbolan una interpretación sesgada del reglamento del Congreso de 2012, que habla de que “la mesa comprobará telefónicamente con el diputado la emisión del sentido del voto y el sentido de este”. Pero omiten dos detalles importantes.
El primero: que el 9 de marzo de 2020 el Congreso acordó simplificar el procedimiento del voto telemático cuando llegó el COVID, y entre otras cosas eliminó esas llamadas. Dejaron de ser operativas cuando se empezó a votar telemáticamente de forma masiva por la pandemia. Llevan funcionando con este sistema desde hace casi dos años, en todas las votaciones. Desde entonces, nunca se ha llamado por teléfono para comprobar el voto.
El segundo: que una cosa es verificar el voto telefónicamente y otra cambiarlo una vez votado. Cosa que no se ha hecho nunca en la historia del Congreso, ni con errores desde el escaño ni a distancia.
El asunto acabará en el Tribunal Constitucional, donde puede ocurrir cualquier cosa porque el PP aún mantiene allí la mayoría y dudo que ecuánimes magistrados como Enrique Arnaldo vayan a desmarcarse de su partido, por débiles que sean sus argumentos. Ya hay una sentencia del Constitucional al respecto y es muy interesante: obligó a repetir una votación porque una diputada del parlamento vasco no pudo participar debido a que el sistema técnico del voto telemático estaba caído. Pero esta jurisprudencia no ampara los errores humanos, como es este caso.
El PP ha intentado “otro tamayazo”, dicen desde el Gobierno. Y les ha salido mal, de eso no hay duda. Lo esperable tras un fiasco así sería pedir disculpas, tragarte el error de tu propio diputado y acatar el resultado de la votación. En lugar de eso, la derecha se ha lanzado a propagar más mentiras y bulos. A cuestionar otra vez la legitimidad del Gobierno, puro estilo Donald Trump.
Desde las cuentas en redes sociales de la derecha se ha llegado a acusar a la presidenta del Congreso, Meritxell Batet, de “secuestrar la democracia”, de “pucherazo”, de “tongo”... Están incendiando la convivencia a pasos acelerados. Después lamentaremos nuevos desastres, como el ocurrido en Lorca.
P.D. Ayer sí faltó un voto en el Congreso, solo uno. El del diputado de Unidas Podemos por Tenerife, Alberto Rodríguez.
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