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Tres años y mil recortes después

Manifestación contra la Ley Wert y los recortes en educación. EFE

Merche Negro / Ismael Peña-López

No sin cierta discrecionalidad, podemos identificar dos momentos esenciales en la historia que nos permiten navegar río arriba hasta la fuente donde nace el Estado del Bienestar. El segundo momento, y con un alto grado de consenso, es la puesta en marcha del programa de recuperación para Europa, más comunmente conocido como Plan Marshall (1948-1951). En él, no solamente se reconstruía, literalmente, el viejo continente, sino que además se hacía con la vista muy puesta en una construcción del tejido social mucho más allá del tejido económico. No en vano, el grave deterioro de ese tejido social era uno de los motivos que habían llevado a las dos aniquilaciones continentales de la primera mitad del siglo XX.

Estableciento un (esperemos que no muy forzado) paralelismo con el Plan Marshall, queremos situar el otro gran momento en el llamado New Deal: el programa (1933-1936) del presidente Franklin D. Roosevelt para reconstruir los Estados Unidos de América aniquilados por la Gran Depresión iniciada con el Crack de 1929. Dicha reconstrucción, también se hizo con un fuerte componente social, que aunque pueda parecer timorato a ojos europeos, sí supuso decididos pasos hacia delante en materia de derechos del trabajador y protección social.

Tras estos planes, más allá de anhelos de gente bondadosa, altruista y filantrópica, había como mínimo tres grandes lecciones aprendidas tanto en los conflictos bélicos como en los conflictos económicos y financieros: que el libertinaje (que no libertad) en lo socioeconómico genera desigualdad; que la desigualdad (excesiva) genera tensiones que perjudican a la convivencia y, directa e indirectamente, a la economía; y que las tensiones mal resueltas y agravadas, acaban con el caos y la destrucción. Así, más allá de los anhelos bondadosos, tras la creación de un tejido social sólido capaz de parar las caídas de los más desafortunados está la idea de crear un sistema económico sano, innovador, incluso intrépido, sin que los excesos arrastren a todo el colectivo al fondo.

Cuando el estado Español recibe, durante la primavera de 2010, la enésima pero última comunicación respecto al efecto arrastre hacia el fondo de los excesos cometidos en la década anterior –agravados, precipitados o puestos a la luz por la crisis financiera de occidente- el aviso que se da es que hay que olvidarse de lo aprendido durante el Crack del 29 y las dos grandes guerras, así como deshacer el camino andado durante el New Deal americano, durante el Plan Marshall y durante el rebufo de ese plan que en nuestro particular caso llegó a plazos a medida que fuimos abriéndonos, primero, e incorporándonos, después, a Europa.

Cumplidos tres años del Plan Urgente de Recorte de Gastos de 12 de Mayo de 2010 y vistos en perspectiva esos tres años, se antoja necesario reetiquetar lo que hemos ido etiquetando como recortes. Vistos en conjunto, esos recortes son un cercenar, un desmantelamiento en toda la regla del pacto social sobre el que debe edificarse una convivencia y un legítimo plan de mejorar el bienestar de una comunidad. Los tres años de recortes no contienen prácticamente ni un solo cambio estructural que permita, aunque con cambios, mantener el esqueleto del Estado del Bienestar y sus funciones básicas. Han sido tres años de debilitar la convivencia, de agravar el conflicto, de poner al límite lo que cohesiona una comunidad antes de que estalle o antes de que se deje morir, lo que ocurra primero.

Se achaca a las ciencias sociales que sus previsiones son a menudo erróneas y que solamente aciertan cuando se atreven a explicar el pasado, jamás el futuro. Esa crítica no tiene en cuenta que la ciencia ya nos dice mucho: dónde no hay que pisar para no volver a tropezar, cuáles son los errores que no hay que volver a cometer. Y parece que los estamos resiguiendo todos, uno por uno, hasta que completemos el círculo.

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