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Una comunidad que no necesita que la defiendan

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Aunque hay precedentes de medio siglo atrás, fue sobre todo en los años ochenta y noventa cuando los principales diarios -impresos todos, era un mundo analógico- introdujeron la figura del “defensor del lector”. Inspirado en la institución pública del “Defensor del Pueblo”, solía ser un periodista que, presumiendo de independencia respecto a la dirección, atendía las quejas y reclamaciones de las lectoras y lectores, e intermediaba entre estos y la redacción, además de vigilar por el cumplimiento de los principios editoriales y el libro de estilo. También elDiario.es tuvo un “defensor de la comunidad” en sus primeros años. El formato, todavía vigente en algunos medios, suele ser una página semanal donde se agrupan varias quejas sobre un mismo tema, y se expone la respuesta de los periodistas a las mismas.

La figura del “defensor del lector” pertenece a un tiempo en que la relación entre lectores y medios era rígida, jerárquica, vertical, más parecida al departamento de atención al cliente de unos grandes almacenes. Los lectores se quejaban, el periódico acusaba recibo de su queja y la atendía, o al menos daba explicaciones. Pero no era demasiado transparente, pues nada sabíamos de las quejas no atendidas, ni había consecuencias en las resueltas. Tampoco existía otro mecanismo más fiable más allá de enviar una carta y esperar una respuesta más o menos satisfactoria, que muy de vez en cuando daba lugar a una rectificación y propósito de enmienda, y normalmente se limitaba a una justificación argumentada de lo sucedido.

Me interesa la propuesta de Estatuto de elDiario.es porque se basa en una relación radicalmente distinta entre el periódico y su comunidad lectora. En vez de considerar que las lectoras y lectores necesitan de un intermediario que los defienda, el Estatuto les da mecanismos para que ellos mismos se defiendan. Más aún: para que no solo se defiendan como lectores, también para que defiendan su periódico. Porque de eso se trata: de sentir que el periódico es “nuestro periódico”. No como antiguamente uno llevaba el ejemplar doblado bajo el brazo, bien visible como seña de identidad, sino en un sentido de comunidad. Y toda comunidad implica pertenencia y responsabilidad. Es nuestro, hay que defenderlo.

Los que venimos de militancias varias, políticas, sindicales o vecinales, sabemos de la importancia de los estatutos, en cuya redacción suele pelearse cada artículo, cada término, cada coma. Sobre todo aprendimos que lo importante de un estatuto son los mecanismos para asegurar su cumplimiento, para que no sea papel mojado, palabras bonitas, buenas intenciones. 

El Estatuto de elDiario.es parte de reconocer a las socias y socios como “sujetos de derechos y no solo lectores, clientes o suscriptores”, formulando incluso una insólita propuesta de “soberanía compartida”. El Título III, que reconoce los derechos y deberes de esta comunidad, no solo afirma el derecho a la información o a la transparencia -empezando por las cuentas, auditadas-, sino también el derecho a voto -en votación vinculante, incluido el nombramiento de un nuevo director o directora-, el derecho a la participación -ante cualquier reforma del mismo Estatuto-, y la obligación de la dirección de contestar en plazo.

Si en el futuro, pongamos por caso, una empresa, un inversor o un fondo pretendiera hacerse con la propiedad de elDiario.es, sabe que se encontrará con una comunidad comprometida “a proteger la independencia de elDiario.es y a velar por su futuro”. Y lo más importante: una comunidad con herramientas para hacerlo, sin necesidad de un defensor que lo haga por ella. La mejor defensa, la autodefensa.

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Aunque hay precedentes de medio siglo atrás, fue sobre todo en los años ochenta y noventa cuando los principales diarios -impresos todos, era un mundo analógico- introdujeron la figura del “defensor del lector”. Inspirado en la institución pública del “Defensor del Pueblo”, solía ser un periodista que, presumiendo de independencia respecto a la dirección, atendía las quejas y reclamaciones de las lectoras y lectores, e intermediaba entre estos y la redacción, además de vigilar por el cumplimiento de los principios editoriales y el libro de estilo. También elDiario.es tuvo un “defensor de la comunidad” en sus primeros años. El formato, todavía vigente en algunos medios, suele ser una página semanal donde se agrupan varias quejas sobre un mismo tema, y se expone la respuesta de los periodistas a las mismas.

La figura del “defensor del lector” pertenece a un tiempo en que la relación entre lectores y medios era rígida, jerárquica, vertical, más parecida al departamento de atención al cliente de unos grandes almacenes. Los lectores se quejaban, el periódico acusaba recibo de su queja y la atendía, o al menos daba explicaciones. Pero no era demasiado transparente, pues nada sabíamos de las quejas no atendidas, ni había consecuencias en las resueltas. Tampoco existía otro mecanismo más fiable más allá de enviar una carta y esperar una respuesta más o menos satisfactoria, que muy de vez en cuando daba lugar a una rectificación y propósito de enmienda, y normalmente se limitaba a una justificación argumentada de lo sucedido.