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Gustavo Petro: la esperanza progresista para Colombia

El exalcalde de Bogotá, Gustavo Petro.

Tania González Peñas

Las recientes elecciones al Senado y a la Cámara de Representantes han dejado un escenario político muy abierto en Colombia, con una situación cercana al empate entre las opciones reaccionarias —próximas o directamente vinculadas al paramilitarismo—, el histórico Partido Conservador, la extrema derecha uribista y el heterogéneo bloque progresista y de centro, defensor de los acuerdos de paz, que logra, pese a todo, una mayoría muy ajustada.

Sin embargo, Colombia, como la mayoría de los países americanos se caracteriza por un sistema político fuertemente presidencialista y serán, por lo tanto, las elecciones presidenciales de mayo las que decidan qué rumbo toma finalmente el país.

De cara a la mencionada elección presidencial, los sectores más progresistas de la sociedad colombiana tienen un candidato claro: Gustavo Petro, alcalde de Bogotá entre 2012 y 2015.

Su discurso se centra en cuatro grandes ejes: redistribución de la riqueza, regeneración democrática, desarrollo sostenible y construcción de una paz justa y duradera. La victoria de Petro no sólo abriría un tiempo esperanzador para uno de los países más desiguales y violentos de América sino que supondría además un revulsivo frente al avance de las fuerzas conservadoras en la región.

Para derrotar al sucesor de Álvaro Uribe, Iván Duque, candidato de las fuerzas más agresivas contra los acuerdos de paz, Petro necesita ensanchar su base social ganando apoyos entre quienes rechazando el uribismo se sienten menos identificados con la izquierda, y pueden fácilmente inclinarse por la tercera vía que aspira a representar el candidato Sergio Fajardo, exalcalde de Medellín.

Petro es, a día de hoy, uno de los aspirantes presidenciales más valorados en las encuestas, y el favorito de los jóvenes, pero se enfrenta al odio del poderoso establishment colombiano, que lo tacha de castro-chavista y lo presenta en los medios como una amenaza para la estabilidad y prosperidad de Colombia.

En un país donde el fraude electoral y el asesinato político continúan siendo prácticas habituales —según la Defensoría del Pueblo, cada tres días asesinan a un líder social en el país—, el atentado que sufrió el pasado 2 de marzo es una señal de que las élites colombianas no van a poner fácil la victoria de un candidato firmemente comprometido con la reducción de las desigualdades sociales, que apuesta por limitar los privilegios del 1% más rico y que sería la mayor esperanza para la implementación de los acuerdos de paz en Colombia.

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