Espacio para la reflexión y el análisis a cargo de parlamentarios europeos españoles.
Agadez, la última frontera de la Europa Fortaleza
Este martes es el Día Internacional del Migrante, efeméride declarada por la Asamblea de la ONU en 1999 con el objetivo de reconocer la gran contribución, a menudo ignorada, que millones de emigrantes hacen a la economía y al desarrollo social y cultural de los países en todo el mundo. Pero no sólo se ignoran los beneficios y sobre todo los derechos de las personas migrantes, sino que estamos asistiendo en los últimos años a un peligroso proceso de criminalización de la migración y del propio migrante como sujeto de derecho.
Celebrar el Día del Migrante cobra especial relevancia ante la fallida cumbre migratoria de Marrakech, que a pesar de ratificar el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular de la ONU, nace herido de muerte. No sólo por ser un acuerdo jurídicamente no vinculante sino, sobre todo, por las resistencias que ha generado entre países especialmente relevantes como Australia, Chile, Italia, Israel, hasta seis países centroeuropeos y los Estados Unidos, que se opuso desde el principio.
Un pacto mundial para las migraciones que llega en un momento político en el que las instituciones y gobiernos europeos están respondiendo a uno de los mayores retos a los que se ha enfrentado la UE en los últimos tiempos con una combinación inédita de neoliberalismo y xenofobia, un fortalecimiento de todas las políticas securitarias y de externalización de fronteras.
Porque la criminalización de la población migrante no es sólo producto de una extrema derecha en auge o de unos cuantos políticos irresponsables, sino que es la consecuencia de una política institucional, de guante blanco, consciente y planificada, que persigue una degradación de la protección jurídica y social del migrante.
Este martes, Día Internacional del Migrante, estamos en la ciudad de Agadez (Níger), dentro de una delegación de la Izquierda Unitaria Europea (GUE). La ciudad de Agadez es conocida como la puerta del desierto por su posición estratégica en las rutas del Sáhara y durante los últimos años como la gran sala de espera de la migración subsahariana hacia Libia y Argelia.
De hecho, se sabe que tres de cada cuatro migrantes llegados a Europa lo han hecho atravesando Níger. Este país del Sahel se ha convertido, debido a los acuerdos de externalización de fronteras, en la última frontera de la Europa Fortaleza.
El primer viaje que realizó la comisaria de Acción Exterior de la UE a África fue a Níger: “Compartimos el interés por controlar el flujo migratorio de la mejor manera posible”, explicó. Tan sólo tres años después, a Níger se lo considera como el ejemplo “emblemático” de cooperación y control migratorio de la UE, siendo la mayor beneficiaria de fondos europeos de toda África.
La UE lleva varios lustros haciendo pivotar buena parte de su acción exterior sobre los intereses migratorios, buscando externalizar la gestión de fronteras y de los flujos migratorios, alejando y subcontratando para ello las funciones de policía de fronteras a países terceros que ejercen ya no solo de tapón migratorio, sino también de gestor indirecto de la movilidad humana.
Esta nueva acción exterior también ha alcanzado y alterado el fondo de las políticas de cooperación al desarrollo, que ahora se basan en el impulso de la inversión a cambio del control fronterizo. Una inversión que además se realiza a través de partenariados público-privados, lo que favorece la carrera de las multinacionales europeas por los recursos de África.
En la externalización de fronteras y la “diplomacia del euro” juega un papel fundamental el llamado Plan África, que arranca con la cumbre de la Valeta en noviembre del 2015. En esta cumbre, la UE se sentó con la mayoría de los países africanos por primera vez en la misma mesa y constituyeron el Fondo Fiduciario europeo de Emergencia para África, el “Trust Fund”, dotado en un principio con 2.820 millones de euros, el 95% de los cuales proceden de fondos para la cooperación y la ayuda humanitaria y ampliado en septiembre de 2016 con 3.350 millones de euros más, dentro del Nuevo Marco de Asociación en Materia de Migración.
Toda esta generosidad europea a cambio de limitar los flujos migratorios “del Mediterráneo central”, mediante el desarrollo de los acuerdos de repatriación y la externalización de las fronteras comunitarias al sur de la arena del Sáhara.
En esta estrategia de externalizaciones de fronteras Níger cumple un papel fundamental al ser el cruce principal de las rutas migratorias hacia el Mediterráneo central.
Níger, uno de los países más pobres del mundo, no ha dudado en aceptar todas las peticiones de Bruselas, lo que lo ha convertido en un “modelo” en la estrategia de la “externalización” de fronteras, como lo es Turquía en la ruta oriental.
Dicho modelo de externalización de fronteras tiene su punto culmen en la ciudad de Agadez. Aquí las rutas migratorias constituyen, desde siempre, la columna vertebral de la economía local, pero, a raíz de los recientes acuerdos, la que era la principal fuente de subsistencia se ha transformado, en poco tiempo, en un fenómeno cada vez más criminalizado e invisibilizado.
El aumento de los controles en la región con la presencia de soldados en todos los “puntos de agua” del desierto ha supuesto: más desierto y más rodeos, lo que ha significado también más muertos, más mafias y más migrantes “fantasma”. Porque como nos enseña la historia de las migraciones, el cierre de una ruta no frena de ninguna manera el fenómeno. Como mucho, lo desplaza a rutas paralelas, a menudo más peligrosas y caras, especialmente en lo que se refiere al número de vidas humanas perdidas.
De hecho, el aumento de los controles militares ha convertido esta ruta en una de las más mortíferas y peligrosas del mundo. En esta situación, los migrantes tienden por tanto a recurrir más a las mafias de tráfico de personas. Si el control fronterizo se establece con la excusa de combatir a las mafias, lejos de conseguirlo, las benefician.
Muertes, secuestros, trata, torturas, venta de esclavos, consecuencias directas de la externalización de fronteras, una especie de estrategia de la disuasión, ampliar los riesgos para aquellas personas que cruzan la frontera de tal forma que se disuada a quienes lo intenten en un futuro. Así lo afirmaba la alcaldesa de la isla de Lampedusa, Giusy Nicolini, al hablar de las muertes en el Mediterráneo: “Estoy cada vez más convencida de que la política europea sobre inmigración considera este tributo de vidas un modo para calmar los flujos, para lograr una especie de efecto disuasorio”.
Los cadáveres de los náufragos de las pateras, los muertos en los desiertos (casi el doble que los que se conocen en el Mediterráneo) y las vallas fronterizas son la expresión de otra forma de racismo: la xenofobia institucional. Un racismo de guante blanco, anónimo, legal y poco visible pero constante, que sitúa una frontera entre los que deben ser protegidos y los que pueden o efectivamente resultan excluidos de cualquier protección.
No estamos asistiendo a una crisis migratoria sino a una crisis de derechos. Y ésta no sólo afecta a refugiados y migrantes; nos afecta al conjunto de los pueblos de Europa y nos plantea una pregunta clave: ¿quién tiene derecho a tener derechos?
Reconocer, especialmente un día como hoy, que la lucha de las migrantes y refugiadas es nuestra lucha, es una tarea tan urgente como imprescindible para poder revertir la constante pérdida de derechos que sufrimos y poder darle la vuelta a Europa.
Este martes es el Día Internacional del Migrante, efeméride declarada por la Asamblea de la ONU en 1999 con el objetivo de reconocer la gran contribución, a menudo ignorada, que millones de emigrantes hacen a la economía y al desarrollo social y cultural de los países en todo el mundo. Pero no sólo se ignoran los beneficios y sobre todo los derechos de las personas migrantes, sino que estamos asistiendo en los últimos años a un peligroso proceso de criminalización de la migración y del propio migrante como sujeto de derecho.
Celebrar el Día del Migrante cobra especial relevancia ante la fallida cumbre migratoria de Marrakech, que a pesar de ratificar el Pacto Mundial para una Migración Segura, Ordenada y Regular de la ONU, nace herido de muerte. No sólo por ser un acuerdo jurídicamente no vinculante sino, sobre todo, por las resistencias que ha generado entre países especialmente relevantes como Australia, Chile, Italia, Israel, hasta seis países centroeuropeos y los Estados Unidos, que se opuso desde el principio.