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Desiguales… otra vez

Lina Gálvez

Eurodiputada socialista —

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En 2010 publiqué junto a Juan Torres el libro Desiguales. Mujeres y Hombres en la crisis financiera, el primero que se publicó en español sobre el desigual impacto de hombres y mujeres en la crisis de 2007. Un fenómeno que después he seguido analizando de manera comparativa con otros países y mayor concreción especialmente con Paula Rodríguez.

Ahora nos enfrentamos a una nueva crisis, aunque con un origen diferente, pues se trata de una emergencia sanitaria que con toda seguridad, eso sí, culminará en otra económica y financiera. Y ahora, como en la anterior, volverán a darse importantes desigualdades de género que conviene prevenir desde el principio para que la salida de esta crisis no nos sea especialmente costosa en términos de igualdad de género.

La literatura especializada sobre el impacto diferenciado de género se ha desarrollado mucho en estos últimos años a raíz del análisis de la crisis financiera y de otras crisis económicas, pero también se ha analizado el impacto desigual de género de las guerras, de las crisis migratorias y en menor medida, de las crisis sanitarias.

Los estudios sobre estas últimas, como la del Ébola en 2014, el Zika en 2015/6 o las más recientes del SARS, o las gripes porcina o aviar, demuestran que todas ellas tienen efectos negativos de larga duración en la igualdad de género. Los estudios de Clare Wenham, por ejemplo, demuestran que durante el Ébola los niños se vacunaron menos, lo que les llevó a tener más enfermedades en su crecimiento requiriendo más cuidado de las madres, que tuvieron por ese motivo muchas menos posibilidades de reincorporarse al mercado de trabajo que sus pares varones o que sólo pudieron hacerlo de forma mucho más limitada y, por tanto, con ingresos más modestos y menos posibilidades de promoción profesional.

Otro efecto de esa crisis fue la sobremortalidad femenina en complicaciones durante el embarazo y el parto, que descendieron en la escala de prioridades en los sistemas sanitarios. Así ocurrió, por ejemplo, en Sierra Leona, entre 2013 y 2016, donde murieron más mujeres por estas causas que por el virus mismo. A pesar de esas evidencias, resulta que sólo un 1% de los artículos científicos publicados sobre las crisis sanitarias y sus efectos tuvieron en cuenta el impacto desigual de género, tal y como ha mostrado Caroline Criado Pérez en su libro Invisible Women.

Por tanto, una vez más hay que llamar la atención sobre los más que posibles impactos desiguales de género que va a tener la crisis del COVID-19, como ya están haciendo algunas autoras como Helen Lewis, y de las medidas que se están poniendo en marcha para combatirla y que nos encaminan irremisiblemente a una situación de recesión económica en los meses venideros.

Como enfermedad física, el coronavirus está afectando más a los hombres que a las mujeres, pero si se contemplan sus efectos más allá de las estadísticas de contagios, hospitalizaciones o muertes, el resultado se presenta bien distinto. Porque esta crisis va en gran medida de cuidados, y el mandato social de los cuidados sigue recayendo de manera mayoritaria en las mujeres.

Si en la crisis del 2007 hubiéramos mirado solo el aumento de los datos de paro, habríamos concluido que la crisis estaba afectando de manera prioritaria a los hombres. Pero la tasa de paro masculina nunca fue superior a la femenina, y cuando se comenzó a generar empleo, el de los hombres se recuperó mucho antes que el de las mujeres. Además, si miramos a los efectos de las medidas de austeridad, observamos un impacto mucho mayor en las mujeres vinculado con la especialización en los cuidados. Porque las mujeres eran y son las principales empleadas, usuarias y “sustitutas naturales” de esos servicios públicos que desaparecían, se encarecían o deterioraban. Cuando se cerraron comedores o las ayudas a la dependencia, ni los niños dejaron de comer, ni abandonamos a nuestros mayores y dependientes, simplemente esas actividades se sustituyeron por trabajo de cuidados de mujeres no remunerado o mal remunerado. Igual que ahora, los niños no están solos en sus horas escolares en casa debido a la cuarentena y el confinamiento. Entonces, el deterioro generalizado de las condiciones de vida y ahora, la alteración profunda de nuestro día a día, supusieron y suponen una sobrecarga de trabajo y dedicación de las mujeres como tejedoras de las redes de seguridad de última instancia, que en la mayor parte de los casos no solo requiere cuidado presencial directo sino también consolar, tranquilizar o estar pendiente de toda la red de contactos con una fuerte carga psicológica.

Ahora como entonces, nos encontramos con impactos desiguales que hemos de tener en cuenta si no queremos desandar lo avanzado en igualdad de género. Voy a destacar solo cuatro.

Un primer ámbito es el de la asistencia a las personas enfermas. La urgencia mayor se encuentra en la atención sanitaria, sobre todo en hospitales y centros de salud, pero también en las casas. Cada tarde a las 8 salimos a aplaudir a esos profesionales que se están jugando la vida combatiendo a un virus silencioso y rápido, y enfrentándose cada día a su miedo y el de sus familiares. Pues bien, el sector sanitario está fuertemente feminizado. Pero también lo están los cuidados en el hogar, donde se recuperan la mayor parte de las personas con coronavirus, como otros enfermos que esperan en sus casas mejores momentos para acudir a los centros hospitalarios a ser operados, a hacerse pruebas o a recibir tratamientos. Todos estos cuidados los están proporcionando con exposición de su propia salud muchos hombres, pero mujeres de manera mayoritaria.

En segundo ámbito tiene que ver con que el confinamiento ha llevado a casa una enorme cantidad de trabajo que se encontraba en los sistemas educativos, atención a mayores y a la dependencia, además de convertir nuestros hogares en lugar de teletrabajo. Por un lado, el cierre de los servicios educativos ha llevado a millones de escolares y universitarios a casa y la gran mayoría de los primeros requieren de una atención constante, que no siempre es compatible con el teletrabajo al que muchos de nosotros estamos confinados. Hay que proporcionarles rutinas bien establecidas, atención y cuidados, lo que puede repercutir en diferencias laborales entre hombres y mujeres, que posteriormente, cuando esta situación pase, pueden llevar a desigualdades bien notorias en el mantenimiento de puestos de trabajo o promoción laboral.

Las estadísticas son claras al respecto. Las mujeres españolas dedicamos más de dos horas al día más que los hombres al trabajo doméstico y de cuidados no remunerado, lo que muestra un reparto muy desigual de los cuidados. Esto no quiere decir que no haya hombres que se empeñan en el cuidado de sus hijos y de sus mayores, sino que estos son una minoría. Es cierto que el confinamiento ha traído a muchos hombres a casa y que su presencia se observa hasta en los chats escolares en los que algunos han entrado por primera vez en su vida. Pero hay mucho más trabajo de cuidados del que recogen las estadísticas de usos del tiempo que tiene que ver por ejemplo con la organización del hogar, algo fundamental en estos momentos y que es el que recae de manera mayoritaria en las mujeres y que en una situación como la actual es central.

Por otro lado, gran parte de la ayuda a domicilio y del cuidado prestado por terceros ajenos a la familia ha dejado de funcionar, porque no puede realizarse con las suficientes garantías sanitarias que requiere una situación como esta, sobre todo cuando hablamos de personas mayores que están entre las más vulnerables a sufrir un contagio letal de la enfermedad. Y eso obliga a que sean los familiares y de nuevo principalmente las mujeres las que se hagan cargo ahora de su cuidado, con una notable sobrecarga de trabajo e implicaciones en sus carreras profesionales y en su propia salud.

Como todo ello ocurre al mismo tiempo, las posibilidades de teletrabajo de muchos progenitores se ven reducidas. Habrá que esperar a que todo pase para saber si la evidencia estadística y científica que tenemos hasta ahora se sigue cumpliendo en esta crisis, y que sea el trabajo de las mujeres el que más se resienta, porque no disponen del tiempo ni del espacio necesario para hacer frente a sus requerimientos laborales.

Tiempo y espacio del que carecen estos días muchas mujeres en relación con su propia seguridad. De hecho, un tercer ámbito de impacto desigual es el de la violencia de género. Muchas mujeres están conviviendo confinadas con sus maltratadores, lo que supone una altísima exposición a la violencia y al riesgo de ser asesinadas, reduciéndose sus vías de escape o salida.

Un cuarto ámbito es el vinculado con el impacto de la paralización de la actividad económica, que será sin duda mayor en aquellas personas con menos rentas, y acceso a los recursos para afrontar un shock como el que la pandemia y el confinamiento nos ha traído. Las mujeres se concentran entre los trabajadores con menos ingresos, en sectores más precarios y son mayoría en el sector servicios y de hostelería, que están sufriendo un fuerte impacto, y son minoría en los sectores tecnológicos, que son los que tienen más posibilidades de mantenerse en el teletrabajo y por tanto de mantener sus empleos y sus ingresos. Si a esto sumamos los mayores requerimientos de cuidados que ya he comentado, las posibilidades de acceso al empleo de las mujeres pueden reducirse de manera significativa.

Por tanto, es importante que estas diferencias e impactos desiguales se tengan en cuenta. No solo en las respuestas inmediatas muy necesarias y acertadas como el Plan de Emergencia del Gobierno contra la violencia de género, que el soporte de nuestro sistema de salud tenga la prioridad que sin duda se le debe conceder, o que se estén orquestando medidas económicas para socorrer a los más vulnerables. También hay que pensar en el día después con estas lentes de género en dos sentidos.

Por una parte, teniendo en cuenta los impactos inmediatos y desiguales en las rentas, el acceso a los recursos y el empleo, ya que las mujeres abundan entre las personas con menos rentas, menos ingresos, entre quienes tienen trabajos más precarios, pero también entre quienes disponen de menos tiempo dado el reparto desigual en los cuidados. Y por la otra, repensando los sistemas educativos, sanitarios y una organización del trabajo que tenga en cuenta la centralidad de los cuidados y el desigual reparto de los mismos. Urge diseñar una organización social del cuidado que no recaiga de manera mayoritaria y gratuita en los hombros de las mujeres. En la era digital otras formas y otros repartos son posibles, repartos más corresponsables, más humanos y eficientes.

Siempre quiero pensar que de las crisis pueden salir cosas buenas. Sabemos que los hombres están entrando en la ética del cuidado en la que no han sido socializados a través del cuidado de sus hijos e hijas –de ahí la importancia de contar con sistemas de permisos por nacimiento y adopción iguales, intransferibles y remunerados al cien por cien–. Es posible que el confinamiento sea una oportunidad para que valoren el trabajo de cuidados en un doble sentido. En el sentido del esfuerzo tan grande que conlleva y los sacrificios en tiempo y proyección profesional que tiene el cuidado en una sociedad organizada para que triunfen los que no tienen responsabilidades de cuidado. Pero también en el sentido de la satisfacción que reporta el cuidar a nuestros seres queridos, a las personas que tenemos cerca, porque sólo con la ética del cuidado podremos ser verdaderamente solidarios con el resto de la humanidad y cuidar nuestro planeta. Y necesitamos esa ética del cuidado, si entre todos queremos no ya sobrevivir, sino vivir dignamente en paz y salir mejores de esta crisis, como claman los teóricos de la antifragilidad.

En 2010 publiqué junto a Juan Torres el libro Desiguales. Mujeres y Hombres en la crisis financiera, el primero que se publicó en español sobre el desigual impacto de hombres y mujeres en la crisis de 2007. Un fenómeno que después he seguido analizando de manera comparativa con otros países y mayor concreción especialmente con Paula Rodríguez.

Ahora nos enfrentamos a una nueva crisis, aunque con un origen diferente, pues se trata de una emergencia sanitaria que con toda seguridad, eso sí, culminará en otra económica y financiera. Y ahora, como en la anterior, volverán a darse importantes desigualdades de género que conviene prevenir desde el principio para que la salida de esta crisis no nos sea especialmente costosa en términos de igualdad de género.