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Europa, ahora o nunca

El coronavirus es una pandemia, según acaba de reconocer oficialmente la Organización Mundial de la Salud, que está poniendo a prueba nuestra capacidad de gestionar una crisis de esta naturaleza y nuestro civismo. Al mismo tiempo, el coronavirus pone sobre la mesa la oportunidad de hacer las cosas de otra manera para afrontar no sólo la emergencia sino también otros desafíos más estructurales. Europa se encuentra en una situación especialmente complicada dada su heterogeneidad, pero también privilegiada si se actúa con valentía y unidad.

En este momento, las actividades en el Parlamento Europeo se realizan en su mayoría de manera remota. Algunos parlamentos nacionales o regionales europeos han sido cerrados, países enteros como Italia se hallan paralizados, millones de personas están en cuarentena o en trance de estarlo en toda Europa y, sea cual sea la situación concreta de cada país, toda la ciudadanía está en vilo ante el riesgo de que la pandemia se convierta en una auténtica tragedia sanitaria, económica, política y, por supuesto, personal para quienes tengan la mala fortuna de verse afectados en mayor medida por ella.

La presidenta alemana Angela Merkel ha reconocido que la enfermedad puede llegar a afectar hasta al 70% de la población alemana, unos 58 millones de personas. Si estas estimaciones de Alemania fueran similares en otros países, sólo con que hubiera que hospitalizar a una parte ínfima de los contagiados, los sistemas sanitarios europeos —y no sólo los sanitarios— podrían sufrir un colapso.

Y hay que decirlo claramente, aunque sea con dolor y frustración: la Unión Europea está volviendo a actuar con excesiva lentitud y sin el liderazgo, ni la solidaridad, ni la empatía con la población necesarios, incapaz otra vez de generar la complicidad y la confianza que precisan los grandes proyectos políticos y sociales.

Ante una amenaza ya tan cierta e inmediata como la pandemia del coronavirus, la UE debe ser capaz de proporcionar unidad, seguridad, protección y soluciones al peligro y el miedo que pesan sobre la ciudadanía europea. Hemos de reclamar reflexión y acción inminentes, celeridad y eficacia, decisión y valentía. Europa debe dar un paso al frente si no quiere quedarse atrás definitivamente y arrojar por el sumidero el más importante proyecto político puesto en marcha en nuestra historia reciente.

En primer lugar, es acuciante que desde las instituciones ejecutivas de la UE se adopten medidas de apoyo y coordinación a los sistemas sanitarios que han de hacer frente a la pandemia. Se ha de prestar ayuda material de emergencia, pues de emergencia es la situación a la que nos enfrentamos. Si en la crisis de 2008 no se dejó caer a los bancos porque eran demasiado grandes, no podemos permitir ahora que se hundan nuestros sistemas de salud. Urge el apoyo financiero, material y organizativo.

En segundo lugar, es imprescindible hacer frente a las consecuencias económicas de la pandemia. Ésta va a producir un doble shock: de oferta (al interrumpirse los canales de aprovisionamiento y paralizarse o ralentizarse la actividad de miles de empresas) y de demanda. El shock de demanda llegará como consecuencia del miedo, del aislamiento y de la pérdida de ingresos por parte de millones de familias, pues, con la falta de actividad de las empresas, aumentará el desempleo, a no ser que se impongan medidas de flexibilidad en las plantillas u otras vinculadas con el funcionamiento de los mercados de trabajo y la seguridad social.

Ante esto, deberían tenerse claro al menos tres cuestiones capitales. La primera, que no será suficiente con hacer descansar la responsabilidad en el Banco Central Europeo y en su adopción de medidas monetarias tradicionales, porque apenas existe ahora margen de maniobra para ponerlas en marcha y porque éstas no lograrán frenar un shock de oferta tan intenso como el que se está produciendo. Además, la tibieza de las respuestas anunciadas hoy por el BCE demuestra que este organismo sigue sin ponerse a la orden de las políticas que el futuro de Europa requiere.

La segunda cuestión que debemos entender meridianamente es que será imposible que los países miembros de la UE hagan frente a la situación que se avecina por separado. Son imprescindibles el esfuerzo mancomunado y las respuestas comunitarias. Christine Lagarde llama a que los países miembros pongan en marcha un paquete de medidas fiscales importantes y coordinadas, pero las respuestas país por país no parece que vayan a ser suficientes.

Por último, hemos de asumir que, dada la magnitud del impacto económico del coronavirus y el hecho de que éste se produce en medio de una ralentización que venía de antes, no bastará con un impulso simbólico y momentáneo, sino que es necesario poner sobre la mesa, como he señalado arriba, recursos de emergencia y muy voluminosos. Y esto cuando nos encontramos en mitad de una negociación constantemente a la baja del Marco Financiero Plurianual, el presupuesto común de la Unión Europea para los próximos siete años que está mostrando de nuevo la insolidaridad de algunos países con el proyecto europeo como son los mal denominados frugales.

Tampoco bastará con anunciar que se flexibilizarán las reglas de estabilidad y los déficits, pues esto no impedirá que los países sigan lastrados fatalmente por una deuda ya de por sí creciente. Hay que poner a actuar a todas las instituciones con otros principios de acción, siendo conscientes de que situaciones nuevas requieren planteamientos y medios igualmente renovados, y para ello es necesario tirar del conocimiento científico acumulado en todos los ámbitos. Hay que innovar, la realidad nos obliga a ello y los avances de la digitalización nos permiten hacerlo.

Es preciso una inversión de urgencia en estructuras sanitarias, apoyo de liquidez inmediato a empresas y familias, pero de modo selectivo y acertado; es necesario al mismo tiempo que eso se haga de la mano de una intervención no menos urgente sobre los problemas de oferta, que van a ser quizás más importantes que los de gasto, una vez pasen los primeros efectos de la pandemia.

Y, con independencia de todo esto, es ya impostergable que la UE actúe con unidad y con liderazgo, que defina líneas de actuación, que se ponga en primera línea de batalla, y que la ciudadanía lo perciba claramente. Los europeos necesitamos directrices claras, liderazgo, empatía y complicidad. Si Europa se desentiende ahora de sus ciudadanas y ciudadanos, antes o después estos acabarán por desentenderse de Europa.

Es el momento de ofrecer soluciones y si la UE no las da, Europa va a quedar sumida en una crisis que puede provocar una frustración de magnitud difícil de evaluar en estos momentos. Es el ahora o nunca de la Unión Europea. Decía Robert Schuman que Europa “se hará gracias a realizaciones concretas”. Llevaba razón, y si ahora no se llevan a cabo con la suficiente urgencia y trascendencia, Europa estará renunciando a ser lo que no sólo los europeos sino todo el mundo necesita que sea.

El coronavirus es una pandemia, según acaba de reconocer oficialmente la Organización Mundial de la Salud, que está poniendo a prueba nuestra capacidad de gestionar una crisis de esta naturaleza y nuestro civismo. Al mismo tiempo, el coronavirus pone sobre la mesa la oportunidad de hacer las cosas de otra manera para afrontar no sólo la emergencia sino también otros desafíos más estructurales. Europa se encuentra en una situación especialmente complicada dada su heterogeneidad, pero también privilegiada si se actúa con valentía y unidad.

En este momento, las actividades en el Parlamento Europeo se realizan en su mayoría de manera remota. Algunos parlamentos nacionales o regionales europeos han sido cerrados, países enteros como Italia se hallan paralizados, millones de personas están en cuarentena o en trance de estarlo en toda Europa y, sea cual sea la situación concreta de cada país, toda la ciudadanía está en vilo ante el riesgo de que la pandemia se convierta en una auténtica tragedia sanitaria, económica, política y, por supuesto, personal para quienes tengan la mala fortuna de verse afectados en mayor medida por ella.