Espacio para la reflexión y el análisis a cargo de parlamentarios europeos españoles.
Fake news: ¿Elecciones europeas en riesgo?
Las elecciones americanas primero y la campaña del Brexit después fueron un coladero de fake news elaboradas intencionadamente y teledirigidas, a través de algoritmos, para inclinar el resultado final hacia una determinada opción preestablecida. No podemos decir que el resultado no fuera democrático, no hubo alteraciones en los resultados con respecto a lo que la ciudadanía introdujo horas antes en las urnas, pero sí podemos hablar de una gran estafa electoral provocada por quienes riegan de desinformación las campañas electorales.
Con estos antecedentes y a tres meses de las elecciones europeas, Bruselas está inquieta. En la capital comunitaria, se sabe que estas elecciones -de por sí dadas a castigar a los partidos tradicionales y a apostar por todo tipo de formaciones electorales- generan el caldo de cultivo idóneo para convertirse en el gran tablero de noticias falsas con fines electorales.
¿Hay alguna razón para pensar que, en el reequilibrio del orden mundial que estamos viviendo, no haya agentes externos a la Unión Europea interesados en debilitarla, en introducir caballos de Troya en sus instituciones y en quitarle influencia como contrapeso? Rotundamente, no; no hay razones para estar tranquilos. El peligro de que fuera de las fronteras europeas se esté preparando el cómo provocar el mayor fraude electoral jamás producido, es real.
Bastará con alimentar a base de los adecuados algoritmos noticias sobre los burócratas europeos, decisiones ocultas que se han tomado en secretas reuniones para perjudicar al ciudadano medio en favor de élites de cualquier clase, pseudo-cuentas matemáticas sobre el ahorro que supondría la renacionalización de las políticas europeas o las decenas de asesores que tiene cada representante en la UE... La lejanía que conlleva per se las instituciones europeas, varios años de una venta de Europa como el personaje malvado ante la crisis -con muchas razones ganadas a pulso- y una falta constante de información veraz sobre la “buena” política que también se produce, es la ecuación perfecta para que las fake news cabalguen a sus anchas en vísperas de elecciones.
Tengo la terrible sensación de que en la Unión no hemos hecho lo suficiente para protegernos, a pesar de haber visto las barbas del vecino recortar. Es verdad que la Comisión Europea ha puesto en marcha un código de prácticas contra la desinformación, pero más allá de que hayamos podido definir a la perfección el concepto [“aquella verificablemente falsa o engañosa que se crea, presenta y divulga con fines lucrativos o para engañar deliberadamente a la población (...)”], el código presenta una hoja de ruta de buenas prácticas sin haber realizado, como algunos habíamos pedido, un esfuerzo legislador que imponga reglas comunes que dificulten la promoción de las notificas falsas.
Por ejemplo, solo con obligar a que detrás de cada nick en cada red social existiera una identidad real con los documentos oficiales de cada persona se estaría reduciendo en grandes porcentajes la posibilidad de divulgación de noticias falsas y mensajes de odio. La sensación de impunidad del anonimato es el gran cómplice de los ingenieros de las fake news y el gran peligro para las democracias.
Google, Facebook, Twitter, Mozilla, entre otros, presentaban a finales de enero sus primeros informes sobre las medidas que están tomando para cumplir con dicho código. La propia Comisión Europea señalaba que “ha habido algunos avances”, especialmente en la eliminación de cuentas falsas y en la limitación de la visibilidad de las páginas que promueven la desinformación.
Sin embargo, queda mucho por hacer para garantizar la transparencia de los anuncios políticos, fortalecer la confianza de la ciudadanía y el respeto de la libertad de expresión. Necesitamos medidas legislativas a escala comunitaria (Internet no tiene fronteras) que nos protejan no solo en el corto, sino también en el largo plazo. Luchar contra esta lacra precisa de un esfuerzo colectivo.
Para contrarrestar la desinformación es fundamental aumentar el apoyo a los medios de comunicación tradicionales, formando a profesionales cuyo objetivo último sea la difusión de información debidamente contrastada y verificada. Necesitamos, nuestras democracias lo necesitan, periodistas que sean capaces de identificar la información falsa y combatirla. Y también educación, para que los ciudadanos veamos lo que los medios de comunicación nos ofrecen a través de una lupa crítica.
Por otro lado, las plataformas digitales tienen que garantizar la transparencia de la publicidad política, verificar las cuentas, suprimir los perfiles falsos; destinando recursos suficientes a detectar con rapidez las noticias falsas, o validar con agilidad las denuncias de los usuarios. En este campo suelen ser deficientes los esfuerzos realizados hasta el momento.
Y homologar los derechos de rectificación y retracto de los medios digitales con respecto a los de comunicación tradicionales, estableciéndose sistemas de trazabilidad de las noticias falsas para saber exactamente a qué personas les ha llegado esa contaminación. No solo el combate consiste en borrar lo falso. Para evitar “el difama que algo queda” es preciso garantizar que llegue con la misma potencia la información veraz que rectifique la contaminada. Y en las redes sociales debería ser tan fácil y barata esa divulgación como las fake.
Seamos ambiciosos. Necesitamos propuestas legislativas para luchar contra las noticias falsas, reglas vinculantes y comunes en toda la Unión Europea. Para luchar contra los contenidos ilícitos, urge aumentar la transparencia de las plataformas en línea y promover la cooperación entre redes sociales y autoridades nacionales para atajar los bulos por Internet.
Las heridas no se curan señalándolas con el dedo o simplemente poniendo una tirita.
Las elecciones americanas primero y la campaña del Brexit después fueron un coladero de fake news elaboradas intencionadamente y teledirigidas, a través de algoritmos, para inclinar el resultado final hacia una determinada opción preestablecida. No podemos decir que el resultado no fuera democrático, no hubo alteraciones en los resultados con respecto a lo que la ciudadanía introdujo horas antes en las urnas, pero sí podemos hablar de una gran estafa electoral provocada por quienes riegan de desinformación las campañas electorales.
Con estos antecedentes y a tres meses de las elecciones europeas, Bruselas está inquieta. En la capital comunitaria, se sabe que estas elecciones -de por sí dadas a castigar a los partidos tradicionales y a apostar por todo tipo de formaciones electorales- generan el caldo de cultivo idóneo para convertirse en el gran tablero de noticias falsas con fines electorales.