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Por fin una ley europea contra la violencia machista

Presidenta del Grupo de Socialistas y Demócratas en el Parlamento Europeo —

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Quienes trabajamos en política europea sabemos lo difícil que es avanzar, poner de acuerdo a 27 países miembros. Y más difícil es aún que en un sistema político todavía dominado por estructuras patriarcales, con tics machistas que emergen esporádicamente aquí y allá, se dé un paso decisivo por la igualdad.  No debería sorprendernos, pues, la escena del Sofagate en que líderes mundiales ignoran a la presidenta de la Comisión Europea. No es más que la punta del iceberg. El trato desigual es una realidad cotidiana, y aunque vamos mejorando en igualdad salarial, en acceso a puestos de responsabilidad, su forma más cruel es probablemente la más escondida, y por ello la más difícil de erradicar: la violencia machista.

En los últimos años hemos conseguido importantes avances en materia de igualdad gracias a una insistencia machacona de los grupos progresistas que poco a poco va dando sus frutos: presidentas al frente de la Comisión, del Parlamento y del Banco Central Europeo, un colegio de comisarios y comisarias paritario, y cuotas obligatorias en los consejos de administración de las empresas. Sin embargo, tenemos una asignatura pendiente hacia las mujeres más vulnerables, las víctimas de violencia por el mero hecho de ser mujeres. 

Cada día mueren en la UE siete mujeres por violencia machista, casi siempre a manos de su pareja, y entre el 12 y el 15% de ellas viven este infierno diario. No ocupan portadas y necesitan ayuda para salir de ese círculo de desesperación. Ayuda psicológica, económica y judicial. Los y las socialistas llevamos varios lustros reclamando una Estrategia europea contra la violencia de género que contenga un instrumento vinculante. Por eso, cuando Socialistas y Demócratas en el Parlamento Europeo dimos nuestro apoyo al programa de trabajo de la Comisión de la presidenta Ursula Von der Leyen le exigimos que incorporara una propuesta de ley para acabar con esta lacra. Han pasado más de dos años, y por fin tendremos una directiva para prevenir y combatir la violencia contra las mujeres. 

Ante la oposición de algunos gobiernos en el Consejo, aún no hemos sido capaces de identificar la violencia de género como un delito incluido en el artículo 83 del Tratado. La violencia machista es un delito grave, y así debería estar tipificado, al igual que ya se contempla la trata de seres humanos y la explotación sexual de mujeres, niños y niñas. La directiva prestará especial atención a las medidas de prevención, servicio de apoyo y medidas de protección de las víctimas. Además, debería incluir obligaciones para los Estados miembros de garantizar que la violencia infligida por la ex pareja sea un factor decisivo al examinar los casos de custodia. 

La vía legal de esta directiva es un elemento más en una estrategia global que aún necesita muchos más instrumentos legales, y por supuesto acciones también coordinadas para acompañar un cambio de mentalidad que exponga la injusticia y el anacronismo que supone subordinar a la mitad de la población, desperdiciar su potencial y denigrar su dignidad. Hay que abordar el acoso sexual en nuevos espacios, como puede ser el del deporte, donde todavía subsisten comportamientos cavernícolas inaceptables en el siglo XXI como el del entrenador del equipo femenino del Rayo Vallecano, hasta el uso de internet y las nuevas tecnologías, pues las mujeres sufren 27 veces más acoso por internet que los hombres.  

Este 8 de marzo damos un paso más con la directiva de la Unión Europea, pero queda mucho camino por recorrer en Europa y en el resto del mundo. No nos olvidamos de las mujeres afganas, con quienes me reuní hace poco en Bruselas y prometí seguir apoyando. Tampoco de las niñas víctimas de la mutilación genital o de matrimonios acordados. Ni de las mujeres en zonas de conflicto, con nuestro pensamiento estos días en las ucranias, en las que han decidido quedarse en el país y en las que han escapado con sus hijos e hijas y buscan estos días un refugio seguro.

Quienes trabajamos en política europea sabemos lo difícil que es avanzar, poner de acuerdo a 27 países miembros. Y más difícil es aún que en un sistema político todavía dominado por estructuras patriarcales, con tics machistas que emergen esporádicamente aquí y allá, se dé un paso decisivo por la igualdad.  No debería sorprendernos, pues, la escena del Sofagate en que líderes mundiales ignoran a la presidenta de la Comisión Europea. No es más que la punta del iceberg. El trato desigual es una realidad cotidiana, y aunque vamos mejorando en igualdad salarial, en acceso a puestos de responsabilidad, su forma más cruel es probablemente la más escondida, y por ello la más difícil de erradicar: la violencia machista.

En los últimos años hemos conseguido importantes avances en materia de igualdad gracias a una insistencia machacona de los grupos progresistas que poco a poco va dando sus frutos: presidentas al frente de la Comisión, del Parlamento y del Banco Central Europeo, un colegio de comisarios y comisarias paritario, y cuotas obligatorias en los consejos de administración de las empresas. Sin embargo, tenemos una asignatura pendiente hacia las mujeres más vulnerables, las víctimas de violencia por el mero hecho de ser mujeres.