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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

El Parlamento Europeo vota caminar por senderos de gloria

Eurodiputado. Miembro de Anticapitalistas —

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Hace unos días, el alto representante para la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, utilizó la tribuna del Parlamento Europeo para pronunciar un discurso belicista propio del General Broulard en Senderos de Gloria. Esos militares de alto rango que tan bien retrató la película de Kubrick, a quienes se les llena la boca con términos como valentía, patria, arrojo, disciplina o sumisión mientras ven la guerra desde sus despachos. “Nadie puede invocar la resolución pacífica del conflicto. Nos acordaremos de aquellos que en este momento solemne no estén a nuestro lado”, afirmó Borrell en tono amenazador e inquisitorial. Todo un aviso para quienes se opongan a la deriva belicista de la UE abogando por una resolución pacífica ante la intolerable invasión de Ucrania por parte del régimen dictatorial de Putin.

Pero resulta que algunos no asumimos ningún compromiso con los partidos, regímenes y gobiernos que han contribuido a esta situación de guerra. Nuestra simpatía está con el pueblo ucraniano que sufre la guerra y con el pueblo ruso que se opone a ella. Las y los anticapitalistas no hacemos política desde los intereses de las clases dominantes y sus artefactos políticos, sino desde el interés internacionalista de la clase trabajadora. Esta es una guerra imperialista trágica, que podría haberse evitado. Pero la lógica de los imperialismos ha empujado a ella y ni Putin, el único responsable de haberla desencadenado, ni la OTAN, con su estrategia intervencionista creciente, serán perdonados por ella. El primero, por agredir al pueblo ucraniano y tratar de imponer su proyecto imperial gran ruso. Los segundos, por vaciar de soberanía a Ucrania, convirtiendo el país en un peón de su geopolítica en alianza con la élite corrupta que ha saqueado Ucrania en complicidad con Occidente durante todos estos años.

Es lógico que quienes se encuentran en estos momentos en Ucrania luchando contra Putin decidan tomar las armas o adoptar otras formas de resistencia civil y hacer todo lo posible para evitar esta ocupación. La honestidad política exige que en la respuesta europea reconozcamos que, ante esta guerra, existen varias posiciones. Por un lado, la de quienes han apostado por una carrera armamentística y están dispuestos a llegar hasta el final, arrastrando incluso al planeta a la guerra total entre potencias nucleares. Una opción que hoy parece menos lejana de lo que nos parecía hace tan solo dos semanas ante la dinámica crecientemente agresiva emprendida por Putin. Pero existen otras posiciones. Como la de quienes apostamos por apoyar a los pueblos ucraniano y ruso y, a la vez, por parar la guerra lo más pronto posible mediante un proceso de negociación como el único camino para frenar la escalada militar, evitar un caos geopolítico todavía mayor y lograr frenar este conflicto antes de que sea demasiado tarde.

Las veleidades militaristas de nuevo cuño parecen haber conquistado las moquetas y despachos de Bruselas. La semana pasada el Parlamento Europeo aprobó una resolución que supuestamente denunciaba la ocupación de Ucrania por parte de Putin y se solidarizaba con el pueblo ucraniano, algo que desde Anticapitalistas hemos defendido en todo momento. Pero la resolución era mucho más que una condena de Putin, ya que utilizaba la guerra y el sufrimiento ucraniano como coartada para remilitarizar Europa, proponiendo el aumento del gasto militar en una escalada belicista que solo beneficia a las multinacionales de la muerte y refuerza el papel de la OTAN como gendarme mundial al servicio de la agenda de Washington, a la que se subordinan las potencias europeas. Entre otras cosas la resolución aprobada en el Parlamento Europeo decía, textualmente:

“Reitera que la OTAN es la base de la defensa colectiva de los Estados miembros aliados en la OTAN; acoge con satisfacción la unidad entre la Unión, la OTAN y otros socios democráticos afines para hacer frente a la agresión rusa, pero subraya la necesidad de reforzar su posición de disuasión colectiva, su preparación y su resiliencia; alienta la intensificación de la Presencia Avanzada Reforzada de la OTAN en los Estados miembros más próximos geográficamente al agresor ruso y al conflicto; destaca las cláusulas de asistencia mutua y solidaridad de la Unión y pide que se pongan en marcha ejercicios militares comunes; reitera su llamamiento a los Estados miembros para que incrementen el gasto en defensa y garanticen capacidades más eficaces, y para que hagan pleno uso de los esfuerzos conjuntos de defensa en el marco europeo, en particular la Cooperación Estructurada Permanente (CEP) y el Fondo Europeo de Defensa, con el fin de reforzar el pilar europeo en el seno de la OTAN, lo que aumentará la seguridad de los países de la OTAN y de los Estados miembros por igual”

Puede parecer un dato anecdótico, pero en la resolución europarlamentaria la palabra paz aparecía solo en cuatro ocasiones, mientras términos como OTAN 15 veces y seguridad otras 22. Las palabras pueden decir mucho de los verdaderos intereses de un texto. Con este paso, la UE da un vuelco a su teórica política pacifista recogida en los tratados y acelera su brazo armado y la remilitarización, favoreciendo el aumento del gasto militar hasta al menos el 2% del PIB de cada Estado miembro, como ya se ha anunciado en países como Alemania, algo que, conociendo los antecedentes del militarismo alemán, debería inquietar a la ciudadanía europea que esté mínimamente familiarizada con la historia del continente.

Además, la resolución aprobada prevé un envío de armas que choca con los mismos tratados europeos que prohíben de forma expresa destinar fondos del presupuesto común a proyectos con “implicaciones militares o de defensa”. Para sortear este obstáculo, se utiliza el Instrumento Europeo para la Paz (creado hace tres años con el objetivo de contribuir a la paz y a la estabilidad de zonas remotas del mundo, pero que paradójicamente su primera tarea va a ser financiar 450 millones en armamento para Ucrania). Y como este instrumento ha sido apartado del Marco Financiero Plurianual y cuenta con una dotación externa, de paso puede sortear los Tratados Europeos que lo prohibirían.

Cabe preguntarse entonces por qué la UE decide enviar armas ahora. ¿Por qué a Ucrania? ¿Por qué no a cualquiera de los otros muchos conflictos en el mundo donde la legalidad internacional también es vulnerada de forma flagrante? Me viene a la cabeza el Sáhara ocupado ilegalmente, pero cabrían tantos otros ejemplos donde la UE mira hacia otro lado en el mejor de los casos, cuando no participa directamente apoyando a la potencia beligerante u ocupante. Además, ¿acaso podemos confiar en que ese envío de armas vaya a quienes más las necesitan, la población civil asediada, y no a los grupos más belicistas de extrema derecha?

Ahora bien, a las élites políticas y económicas europeas no les importaría empantanar el conflicto en Ucrania durante años, aunque sea a costa del pueblo ucraniano, de fortalecer a gobiernos títeres y, de paso, reforzar y justificar la dictadura de Putin. Por eso no están mostrando ningún interés en impulsar iniciativas diplomáticas y han desplazado el debate y las medidas hacia el callejón sin salida del reduccionismo militar. De lo que no hay ninguna duda es que esta escalada armamentística está llenando las arcas de una industria militar que ya ha ganado más de 24.000 millones de euros desde que se inició la guerra. 

Pero volvamos a Bruselas. Entre los discursos esgrimidos en el Parlamento Europeo la semana pasada, destacaba la idea de que Europa nunca había estado tan unida. Y la verdad es que la guerra se está utilizando con una lógica de unión sagrada y como salvavidas para un proyecto europeo que padece desde hace tiempo una fuerte crisis de legitimidad. Así, la aventura criminal de Putin permite cohesionar a la UE sobre la base de un fuerte sentimiento de inseguridad ante las amenazas externas que legitiman su remilitarización (que es mucho más que el aumento del gasto militar antes mencionado) y permite a la OTAN diluir toda veleidad de independencia política de la UE mientras recupera una legitimidad y una unidad perdidas tiempo atrás, especialmente tras el fracaso de la ocupación de Afganistán.

Ante la deriva militarista y belicista que está azotando a Europa, y a pesar del ambiente macartista de intimidación intelectual y de demagogia belicista, algunas personas hemos decidido levantar la bandera de una tradición socialista que ha luchado siempre por la paz y contra los imperialismos, vengan de donde vengan. Y no por eso voy a dejar de reconocer que no existen recetas mágicas que vayan a solucionar repentinamente esta situación. Al votar en contra de la resolución del Parlamento Europeo, desde Anticapitalistas asumimos las contradicciones de este posicionamiento. Pero es un posicionamiento que hemos adoptado colectiva, consciente y autónomamente, no condicionados por el qué dirán o por cálculos espurios. Hemos votado no a remilitarizar Europa. Y lo hemos hecho porque rechazamos utilizar la inaceptable y criminal invasión del régimen tiránico de Putin contra Ucrania para fortalecer la OTAN y cargar la amenaza de un choque entre potencias imperialistas sobre las vidas de trabajadoras y trabajadores ucranianos y rusos. Hemos dicho no a quienes quieren devolvernos a la lógica de la Unión Sagrada de albores de la Primera Guerra Mundial, obligándonos a aceptar unos nuevos créditos de guerra.

Porque, si bien es cierto que, por el momento, solo una potencia ha lanzado una agresión y el pueblo ucraniano tiene derecho a su resistencia, armada y no armada, y a luchar por su soberanía (algo que debería pasar por el no alineamiento, precisamente lo contrario de convertirse en un satélite de la OTAN o de Rusia), no es menos cierto que en Ucrania la OTAN se prepara cada vez más a intervenir contra Rusia. Y esto no hace más que volver la situación cada vez más peligrosa, aumentando el riesgo de degenerar en un choque abierto entre potencias nucleares cuanto más se prolongue el conflicto.

Esto no va de no tomar partido con una u otra potencia imperialista. Porque cuando se trata de convertir esta guerra de agresión en disputa entre imperios, las y los anticapitalistas no podemos caer en esa trampa binaria, sino romperla. Nuestra posición es de parte, activa y clara a favor de los pueblos ucraniano y ruso, por la paz sin anexiones, por la retirada incondicional de las tropas rusas de Ucrania y por garantizar el derecho de los pueblos sin excepciones a decidir libremente su futuro. Por cierto, la misma posición que defendieron Trotsky y Lenin en la Conferencia de Zimmerwald, a quienes tanto ha atacado Putin estos días por defender el derecho de autodeterminación de los pueblos, empezando por el de la República de Ucrania y para ello buscaremos la mayor colaboración posible con las izquierdas ucraniana y rusa

Y para todo ello, la UE debería apoyar las negociaciones que ya se están produciendo entre Putin y el Gobierno ucraniano, contribuyendo así a detener esta barbarie lo antes posible. Presionando por todos los medios a la oligarquía rusa que sostiene el régimen de Putin, sancionar a los oligarcas y no al pueblo, con medidas como la expropiación de los activos y pasivos de los millonarios rusos para financiar la reconstrucción de Ucrania.  Para ello será necesario crear un registro financiero internacional, que nos permita conocer los propietarios reales, una medida que seguramente no agradará a las fortunas occidentales.  

La  geopolítica y la real politik suelen olvidarse de los pueblos. Y para apoyar al pueblo ucraniano, la reivindicación de anular la deuda externa es hoy en día una de las más poderosas herramientas para aliviar la presión sobre la economía ucrania (y, de paso, de todos los países ahogados por ella), sobre su población y sus finanzas, permitiendo esbozar un futuro que no pase por el empobrecimiento de su pueblo. Una propuesta que, por razones obvias, a ninguna de las partes imperiales en conflicto parece haberles importado nunca mucho y menos ahora.

Pero más allá de Ucrania, resulta fundamental que levantemos un plan de choque social ante las previsibles y ya presentes consecuencias económicas y sociales de la guerra en Europa. Hay que redoblar los esfuerzos en ayuda humanitaria al pueblo ucraniano y a quienes huyen buscando refugio en el que ya es el mayor éxodo en Europa desde la II Guerra Mundial. Y esto requiere un reparto equitativo y solidario de las cargas de los esfuerzos de acogida entre el conjunto de Europa. Así mismo, hay que enfrentar con medidas valientes la crisis económica que se cierne sobre el conjunto del continente para que no sean las clases populares las que, una vez más, paguen las consecuencias de esta guerra. Para ello, además de controlar el aumento de los precios de la energía y de tantos otros bienes, debe producirse una subida de los salarios y de la capacidad adquisitiva de la clase trabajadora para evitar un crecimiento de la carestía de la vida. Pero no nos hagamos trampas: el control de precios no es posible sin una planificación social y ecológica de la economía, ni sin la nacionalización de sectores estratégicos como la energía. Y, evidentemente, nada de esto llegará solo ni por voluntad propia de quienes nos gobiernan, sino que requerirá una movilización activa y consciente de la clase trabajadora.

Sabemos que el mundo se desliza hacia una crisis de gran magnitud en todos los terrenos y que las guerras son un momento de reordenación capitalista en los que las grandes empresas acumulan grandes beneficios y ajustan las condiciones sociales contra la clase trabajadora. Organizar una respuesta popular frente a este escenario forma también parte del No a la guerra.

El futuro de nuestro siglo se está escribiendo hoy en las llanuras ucranianas. Las fuerzas transformadoras europeas debemos tomar una posición activa con agenda propia, que rechace sin ambigüedades el proyecto político imperial de la oligarquía rusa y la autocracia putinista, pero también la agenda militarista de la OTAN y de los dictados imperialistas de Washington. Alejar el fantasma de una confrontación nuclear pasa por retomar una agenda de desarme y desnuclearización de Europa poniéndola al servicio de los intereses de los pueblos. Y a quienes nos hablen con ardor guerrero y retóricas belicistas para enfrentarnos entre trabajadores y trabajadoras en una guerra que ellos no combatirán, recordémosles que “los senderos de gloria no conducen sino a la tumba”.

Hace unos días, el alto representante para la Política Exterior de la UE, Josep Borrell, utilizó la tribuna del Parlamento Europeo para pronunciar un discurso belicista propio del General Broulard en Senderos de Gloria. Esos militares de alto rango que tan bien retrató la película de Kubrick, a quienes se les llena la boca con términos como valentía, patria, arrojo, disciplina o sumisión mientras ven la guerra desde sus despachos. “Nadie puede invocar la resolución pacífica del conflicto. Nos acordaremos de aquellos que en este momento solemne no estén a nuestro lado”, afirmó Borrell en tono amenazador e inquisitorial. Todo un aviso para quienes se opongan a la deriva belicista de la UE abogando por una resolución pacífica ante la intolerable invasión de Ucrania por parte del régimen dictatorial de Putin.

Pero resulta que algunos no asumimos ningún compromiso con los partidos, regímenes y gobiernos que han contribuido a esta situación de guerra. Nuestra simpatía está con el pueblo ucraniano que sufre la guerra y con el pueblo ruso que se opone a ella. Las y los anticapitalistas no hacemos política desde los intereses de las clases dominantes y sus artefactos políticos, sino desde el interés internacionalista de la clase trabajadora. Esta es una guerra imperialista trágica, que podría haberse evitado. Pero la lógica de los imperialismos ha empujado a ella y ni Putin, el único responsable de haberla desencadenado, ni la OTAN, con su estrategia intervencionista creciente, serán perdonados por ella. El primero, por agredir al pueblo ucraniano y tratar de imponer su proyecto imperial gran ruso. Los segundos, por vaciar de soberanía a Ucrania, convirtiendo el país en un peón de su geopolítica en alianza con la élite corrupta que ha saqueado Ucrania en complicidad con Occidente durante todos estos años.