Si en algo coinciden las encuestas es en los elevados niveles de abstención que se anuncian en España para las elecciones europeas. La cita con las urnas prevista para el 25 de mayo supone una fotografía más del desánimo y la falta de confianza en la política como motor de solución de las cosas. PP y PSOE se acercan a la cita buscando una pírrica victoria sobre su principal oponente.
Los últimos sondeos dibujan un escenario de empate técnico entre los de Rajoy y los de Rubalcaba y una expectativa de apenas un 40% de participación. Subirán en votos de manera notable otras opciones como IU y está por ver qué suerte corren nuevas candidaturas como Podemos, Partido X o Movimiento Red, liderado este último por el polémico juez Elpidio José Silva. Estos nuevos partidos han conseguido cumplir los trámites de avales y firmas y cuentan ya con la luz verde de la Junta Electoral Central para concurrir a los comicios.
Los integrantes del bipartidismo todavía no se han citado en la arena electoral. Rajoy ha esperado hasta el último suspiro para nombrar a Cañete, mientras que Elena Valenciano, sin oponente, se ha pasado buena parte de la precampaña lanzando puñetazos al aire. Finalmente habrá debate entre ambos y será un dato significativo para el análisis las audiencias que ofrezca, en su día, ese cara a cara televisivo.
O las cosas cambian mucho durante la campaña electoral o cabría especular con la hipótesis de que populares y socialistas han pactado una suerte de tablas y de enfrentamiento sin agresión. Los socialistas quieren conseguir en estas elecciones algo de aire para dibujar un cambio de tendencia y un certificado de disculpa ciudadana a sus políticas, durante los últimos años del gobierno de Zapatero y primeros de la crisis. Sin embargo, al PSOE le queda muchas incógnitas por resolver; han dejado para después el asunto de las primarias, lo que también indica que en su carrera a las generales ni siquiera están en la línea de salida.
Los tiempos de esta nueva sensibilidad social hacia la política son diferentes, hasta el punto de que el PSOE ha renunciado al tradicional uso de vallas electorales durante la campaña. Además del ahorro considerable para sus cuentas, los socialistas se muestran sabedores de que a estas elecciones es mejor ir con perfil bajo y sin enfadar al personal más de lo justo.
Mientras tanto, el PP ha decidido acortar al máximo la precampaña. Esa ha sido la estrategia de un Mariano Rajoy que ha esperado hasta el último minuto para designar al candidato que todos daban por seguro desde el inicio. Con su tranquilidad, Rajoy ha hecho pensar a más de uno que, esta vez, podría haber sorpresas, pero no. Rajoy siempre se comporta como el hombre previsible que anunció ser, al inicio de su mandato.
El resultado de las europeas abrirá sin duda el debate sobre la posibilidad de un gran gobierno de coalición entre PP y PSOE a nivel del Estado. Si las encuestas se confirman, la caída de los vencedores será de tal dimensión que nadie podrá lucir laureles tras la jornada de votación. Como la demoscopia viene advirtiendo en los últimos meses, la pérdida de apoyos por parte de las dos principales formaciones dibuja un escenario de ingobernabilidad que alienta por primera vez la hipótesis de que los dos grandes partidos solo encuentren en una alianza la posibilidad de continuar en el poder.
Los analistas de los partidos valoran la importancia del voto como ejercicio de castigo. Estas elecciones son las primeras en dos años y tras un rosario de recortes emprendidos por el gobierno de Rajoy y todavía con cuentas pendientes entre la ciudadanía y el PSOE. A nadie se le escapa que lo que las europeas abren es una catarata electoral que se sucede a partir de ahora con autonómicas en un año y generales en dos. Así las cosas, estas elecciones corren el riesgo de convertirse en poco más de una gran encuesta en la que apenas se hable de Europa y lo que en ella nos jugamos.