Doctor en Historia y Catedrático de Arqueología en la Universidad del País Vasco, Agustín Azkarate (Elorrio, 1953) ha sido reconocido con el premio Eusko Ikaskuntza-Laboral Kutxa de Humanidades, Cultura, Artes y Ciencias Sociales, que se entregará en el mes de noviembre, por la proyección que ha tenido en la academia y su labor de “transferencia del conocimiento”. Fue el director científico de las obras de la catedral de Santa María de Vitoria con la que se dio a conocer el eslogan 'Abierto por obras', y asegura que con ejemplos como ese se demuestra que “la gestión del patrimonio de manera integral, combinando naturaleza y cultura, es una fórmula con un gran potencial de creación y transformación”.
Eusko Ikaskuntza acaba de concederle el premio Eusko Ikaskuntza-Laboral Kutxa de Humanidades, Cultura, Artes y Ciencias Sociales. ¿Qué significa para usted recibir este reconocimiento?
Este tipo de galardones acostumbran a concederse cuando uno alcanza ya cierta edad en su vida profesional. Parecen más bien el reconocimiento a una trayectoria de trabajo de varias décadas y, en este sentido, resulta gratificante observar que el esfuerzo de muchos años es valorado positivamente.
El jurado destaca entre sus méritos su labor de “transferencia del conocimiento, haciendo llegar las ciencias aplicadas a la sociedad”. Para un investigador como usted una de las mayores satisfacciones será acercar y compartir el conocimiento científico con los ciudadanos, ¿no?
Nuestro objetivo, como grupo de investigación, ha sido siempre el de generar modelos de diagnóstico, valoración y gestión del patrimonio y los Paisajes Culturales, con la intención de que puedan transferirse a agentes interesados de nuestro tejido social.
¿Es quizás la restauración de la catedral de Santa María en Vitoria, con su filosofía de abrir al público las investigaciones y los trabajos de recuperación bajo un eslogan innovador, “Abierto por obras”, el mejor ejemplo de esa socialización del conocimiento?
La experiencia de la catedral de Vitoria-Gasteiz marcó una manera diferente de intervenir en el patrimonio edificado, cada vez más habitual afortunadamente, pero que tuvo en su momento un carácter, efectivamente, pionero e innovador. El eslogan “Abierto por obras”, además de un acierto publicitario, fue sobre todo una declaración de principios sobre la responsabilidad social de la investigación científica. Son 365 días al año durante más de 20 años, incluido el tiempo de la pandemia, en los que la catedral ha permanecido abierta al público. No siempre resulta una tarea fácil.
Usted fue uno de los responsables del proyecto “Abierto por obras” y de su modelo de recuperación del patrimonio cultural. ¿Se imaginó alguna vez que la iniciativa llegaría a tener tanto éxito?
Francamente no. Hay que tener en cuenta que pronto serán dos millones los visitantes que han pasado por la catedral. Vitoria-Gasteiz no era una ciudad que, hace 20 o 30 años, destacara especialmente como destino turístico. Proyectos como el de la catedral o el de la recuperación de las murallas fundacionales, reforzados más tarde con el espléndido “Anillo Verde” y la declaración de la ciudad como “Green Capital”, vienen a demostrar que la gestión del patrimonio de manera integral, combinando naturaleza y cultura, es una fórmula con un gran potencial de creación y transformación.
Gracias a su labor en la catedral vieja de Vitoria descubrimos que existe una 'arqueología de la arquitectura'. ¿En qué consiste?
En los inicios del proyecto, hace un cuarto de siglo, tuvimos que hacer una labor pedagógica importante. Defendíamos nosotros que un edificio histórico, lejos de constituir un modelo congelado en el tiempo, no era sino el resultado final de un proceso de sustracción y adición de materiales acontecido a lo largo de los siglos, un documento que había que interpretar no a través del estudio de los estilos como era lo habitual, sino mediante la aplicación de análisis estratigráficos desarrollados por la disciplina que conocemos como 'arqueología de la arquitectura'. Este campo de la arqueología permite, entre otras cosas, comprender las complejas biografías de los edificios históricos, detectar las causas de muchas de sus patologías y efectuar, en definitiva, una diagnosis que oriente y regule el proceso de intervención previsto.
Su trayectoria abarca más de 40 años de investigaciones arqueológicas en muchos países, la creación y dirección de equipos de investigación, la publicación de trabajos de investigación… Si echa la mirada atrás, ¿cuáles son los cambios más significativos que se han producido durante este tiempo en la investigación, en general, y en la arqueología, en particular?
Los avances en general han sido enormes. En nuestra disciplina, el paraguas de la arqueometría acoge un infinito capítulo de estudios para los que se emplean técnicas y enfoques de las ciencias físicas, químicas, biológicas, estadísticas, astronómicas, etc. hasta el punto de que el ámbito de los estudios arqueológicos de hace medio siglo nada tiene que ver con los actuales.
Durante su trayectoria ha defendido el trabajo de la comunidad universitaria en el ámbito de la investigación, pero también ha cuestionado que en ocasiones algunas investigaciones no han respondido a necesidades sociales reales. ¿Se ha avanzado algo al respecto?
En algunas disciplinas existe de siempre un cierto ensimismamiento y, como consecuencia, la investigación ha corrido el riesgo de vivir aislada en su propia burbuja académica. Ese riesgo se ha acentuado enormemente con la brutal competitividad que el modelo anglosajón ha acabado imponiendo. La necesidad imperiosa de publicar en revistas de impacto está convirtiendo a mucha gente en verdaderos autistas que no atienden a más requerimientos que los propios intereses curriculares. Me parece muy preocupante.
Usted afirma que es posible la innovación social en el ámbito del patrimonio cultural...
El tema de la innovación social está tan de moda que corre el riesgo de convertirse en un contenedor de retóricas superficiales. Como nos recuerda el filósofo Javier Echeverría, una innovación social es, ante todo, una praxis, una manera de afrontar problemas. Y recordar esto es muy importante, porque a veces perdemos el tiempo explicando cómo se hacen las cosas, sin hacerlas nunca realmente. Hay que innovar proponiendo proyectos concretos, asumiendo riesgos y pasando a la acción. Afortunadamente, el patrimonio cultural configura un ámbito cada vez más plural y extenso en el que tienen cabida la cultura y la naturaleza, lo tangible y lo intangible y, en el que la participación social adquiere un protagonismo relevante. Existen pocos ámbitos que favorezcan más la creatividad, la experimentación y la innovación.
¿Cree que de esa forma los ciudadanos entienden mejor que el dinero que se destina a la recuperación del patrimonio cultural es una inversión y no un gasto?
En primer lugar, hay que dejar claro que nos estamos refiriendo siempre al patrimonio en su sentido más amplio, que incluye los centros históricos pero también los barrios que necesitan ser rehabilitados con criterios más igualitarios e inclusivos, que atiende al mantenimiento de los paisajes culturales tanto urbanos como rurales y que se preocupa no solo de la protección sino también de la gestión y la ordenación. La ciudadanía ha de ver que las inversiones en patrimonio repercuten en la mejora de sus condiciones de vida de todos los días, no únicamente cuando está de vacaciones y visita ruinas arqueológicas o museos.
En estos momentos está trabajando en una investigación arqueológica de los primeros contactos entre pueblos originarios y europeos en América del Sur. ¿Qué queda por descubrir?
Nunca me ha gustado demasiado esa inevitable vinculación entre arqueología y descubrimiento, porque banaliza nuestra disciplina y oculta muchas de sus potencialidades, como la de reinterpretar y corregir si hiciera falta los relatos dominantes o desvelar materialidades cuya existencia ha sido ocultada cuidadosamente. Contaré un caso propio. Puerto Gaboto, no lejos de la ciudad de Rosario, es el primer asentamiento europeo de Argentina. Según la historiografía tradicional, Sebastián Gaboto llegó a un lugar despoblado y construyó una fortaleza que, pocos años después, sería incendiada y destruida por los indígenas de los alrededores. La investigación arqueológica ha comprobado que la realidad fue exactamente a la inversa de como lo cuentan las fuentes oficiales. El lugar no solo no estaba despoblado sino que existía un asentamiento estable que Gaboto ocupó para construir sobre él un fuerte. Desde la arqueología, las sociedades originarias americanas pueden construir un relato más igualitario, usufructuado hasta no hace mucho exclusivamente por la historiografía colonial.
Imagine que un conocido le dice que su hijo quiere estudiar arqueología, pero que no lo tiene muy claro. Si le pide su opinión, ¿qué argumentos le daría para convencerle?
No creo que tratara de convencerle. Hoy en día es prácticamente imposible saber qué le deparará el futuro a una persona joven que va a iniciar la universidad, y ello independientemente de la titulación que obtenga. Estoy convencido de que en la vida nos influyen más las actitudes que cultivamos y que nos imprimen un carácter, que las aptitudes que adquirimos y que se olvidan pronto o quedan obsoletas. Sí que le diría a esa persona joven que tratara de cultivar la pasión por las cosas bien hechas, la creatividad, la empatía hacia los demás y la capacidad de trabajo en equipo.