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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera
22 de agosto de 2020 21:31 h

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La vida de Miguel Joaquín Eleicegui Arteaga, el gigante de la pequeña localidad guipuzcoana de Altzo –427 habitantes en 2020–, fue de película. Su tamaño –podría haber llegado a medir 2,42 metros y a pesar más de 200 kilos– le granjeó tal popularidad que se pudo ganar la vida viajando a lo largo y ancho de Europa, saltando de país en país y de corte en corte, entreteniendo y sorprendiendo tanto a los súbditos como a las realezas. Los trabajos acometidos por la Sociedad de Ciencias Aranzadi, sin embargo, han conseguido desterrar uno de los mitos que atañían al gigante. En su pueblo se contaban varias historias; según la de mayor aceptación, los franceses –o quizá fueron los ingleses; tampoco había consenso en torno a este punto– habrían robado los huesos y los habrían vendido al mejor postor para que los expusiesen por todo el mundo. Ahora, no obstante, gracias al trabajo científico se sabe que los restos del gigante que tantos kilómetros recorrió en vida no se habían movido del cementerio de su pueblo natal tras su fallecimiento.

Aunque Miguel Joaquín falleció en 1861, los descubrimientos se han precipitado en el último mes. Lourdes Herrasti, la especialista en osteoarqueología de Aranzadi que ha leído los huesos del gigante para desvelar algunos de los misterios, cuenta que todo surgió de manera improvisada. Un compañero estaba trabajando en el archivo del pueblo y, en una conversación con los concejales y el alcalde, salió el asunto. Todos conocían la leyenda que colocaba los restos en el extranjero, pero nadie se había parado a investigar si no se encontraban todavía en el camposanto municipal. “Nos preguntó si estábamos dispuestos a hacer la tarea, dijimos que sí y en el plazo de tres semanas ya se habían obtenido los permisos y ya estaba formado el equipo. Tan natural como eso ha sido”, relata Herrasti, que admite que en el pueblo había ganas de desterrar las leyendas y zanjar el asunto.

En el osario se han encontrado muchos huesos. Pero ¿cómo se puede tener la certeza de que son los del gigante? “Porque no cabe ninguna otra posibilidad”, explica Herrasti, tajante. Y añade: “El primer húmero que apareció en el osario medía 53 centímetros. Y, además, tiene un grosor desorbitado”. “La dimensión y las proporciones identifican por sí solas los restos: pertenecen a Miguel Joaquín Eleicegui Arteaga. Encajan las dimensiones en la escala. No puede ser nadie más que él”, zanja. Esa escala a la que se refiere es una silueta humana que habían dibujado antes de que apareciesen los huesos. Estos han ido encajando de manera milimétrica según se han ido desenterrando.

Pero que la altura de Miguel Joaquín fue “desorbitada” no es lo único que Herrasti puede leer en los huesos recién descubiertos. “Todas las vértebras que hemos recuperado muestran signos de artrosis muy muy avanzada. Sabemos, por la documentación de la que disponemos, que se quejaba de dolores de espalda, unos dolores muy intensos”, cuenta. La acromegalia es una variante del gigantismo que se caracteriza por el hecho de que se hace notar a una edad más avanzada. La infancia y la adolescencia del gigante de Altzo se pueden encuadrar en la normalidad de la primera mitad del siglo XIX. Fue a los 20 años cuando comenzó a crecer de manera desmesurada. “Con esas dimensiones y con todo el peso que se volcaba sobre sus articulaciones, lo normal es que sufriera mucho. Le costaba andar y se tenía que ayudar de un bastón, e incluso de dos”, explica Herrasti.

“No fue la suya una vida plácida”

Su vida fue, sin duda, distinta a la de los demás. Un navarro, José Antonio Arzadun, percibió en su tamaño una ocasión para hacer negocio y le propuso a su padre organizar una gira para exhibirlo. “Podría suponer un problema desde el punto de vista de la ética actual, pues aprovechó sus características físicas para obtener un beneficio económico –comenta Herrasti–. Pero hay que ponerse en el momento y en las condiciones del siglo XIX. Y, además, tuvo que sufrir lo suyo. Viajó en carros por toda Europa para exhibirse, y el traqueteo continuado no le hacía ningún favor. Es cierto que pudo obtener beneficios, pero no fue la suya una vida plácida”.

El primero de los viajes organizados por Arzadun para exhibirlo fue a la no muy lejana villa de Bilbao, pero pronto empezó a recorrer más y más kilómetros. Según recoge Luis Ángel Sánchez Gómez en el 'Diccionario biográfico español', su padre y su hermano rompieron pronto los contratos a los que estaba atado y se encargaron por sí mismos de organizar todas las exhibiciones y gestionar el dinero que por ellas recibían. Miguel Joaquín recorrió de esta manera gran parte de la geografía española, así como varias ciudades inglesas y francesas –incluidas ambas capitales– y Lisboa.

“Un aborto de la naturaleza”

Su historia llegó, asimismo, a oídos de las realezas europeas, que lo contrataban para entretener a monarcas y cortesanos. En su nómina de clientes constaron la reina Victoria del Reino Unido, Luis Felipe I de Francia y María II de Portugal. También lo recibió Isabel II de España, de quien el gigante trató de obtener favores en forma de exención de impuestos. La propia Aranzadi publicó en 1974 un trabajo de José Antonio Álvarez Oses que recoge la carta que el gigante dirige a la monarca. En sus líneas, se describe –si se da por cierta la hipótesis de que fue él quien la escribió y no alguno de sus familiares– como “un aborto de la naturaleza” y abunda en los motivos por los que la reina ha de perdonarle los pagos. “En el discurso del tiempo –se puede leer– que ha corrido diferentes Capitales de Europa, en diferentes Reynos también, jamás las Autoridades locales le han ecsigido retribución alguna del reducido producto que percibe de las personas que por verle y admirar su prodigiosa estatura contribuye con un real por cada una, y medio a los soldados y niños [...] ya porque es concevible el mezquino lucro que se proporciona, con el que tiene que sufragar gastos de traslación de un punto á otro, manutención suya y de las personas que le acompañan como también por un aborto de la naturaleza y un fenómeno tan estraordinario del público no deve equipararse con las ordinarias industrias sugetas a contribución”.

Ese mismo documento, que data de octubre de 1853, ofrece también algunas pistas sobre la altura que podría haber alcanzado: según lo dispuesto con tinta, once palmos y tres pulgadas, lo que equivale a unos 2,38 metros. No obstante, podría haber crecido más de ahí en adelante. Señala también Álvarez Oses que se conservan algunos objetos personales que usó en vida y que dan una idea de su tamaño: unos guantes de 34 centímetros de largo y un zapato de 39, equiparable a una talla 54 actual.

La historia del gigante inspiró el guion de 'Handia', la película que se erigió como gran triunfadora de los Goya en 2017, con trece nominaciones y diez premios. El filme plantea algunos de los dilemas éticos observados por la propia Herrasti: ¿es moral sacar rédito del aspecto físico?, por ejemplo. Pero también se profundiza en lo que Miguel Joaquín debió de sentir al observar cómo su crecimiento no se detenía y lo que tuvo que sufrir a causa de la enfermedad y los dolores que lo aquejaban.

Pilar Unsain Eleizegui es descendiente de la familia de Miguel Joaquín, del que le separan cuatro generaciones. Aunque feliz por el descubrimiento de los huesos, asegura que los familiares no han tomado todavía ninguna decisión sobre qué hacer con ellos. “Ha sido todo muy rápido. No esperábamos tampoco que los encontraran. Hemos tenido siempre la cosa esa de que los habían robado y no pensábamos que los fueran a encontrar en el mismo cementerio. Ahora no sé lo que vamos a hacer. El día que nos los entreguen lo decidiremos”, explica. Lo cierto es que, en vida, el gigante viajó mucho, por todos los rincones de Europa. Cuenta Álvarez Oses, sin embargo, que estando en Inglaterra, en una exposición que compartía con otros hombres de extraordinaria estatura, coincidió con una paisana. Alguien propuso que contrajeran matrimonio, a lo que ella no se opuso. Pero Miguel Joaquín se volvió a su padre y le dijo: “Aita, guazen Altzora” (“Padre, vámonos para Altzo”). Y ahí, en su pueblo natal, es donde vivió los últimos años de su vida y donde han descansado sus huesos hasta ahora, por mucho que las leyendas contasen otras historias.