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Cicloturismo
Análisis

El ciclismo eléctrico: una palanca de futuro obviada

Un hombre, con una bicicleta eléctrica, fotografía el Guggenheim de Bilbao
16 de noviembre de 2021 21:30 h

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La bicicleta es hoy en día la verdadera protagonista de la electromovilidad, además de ser el vehículo eléctrico más saludable, ecológico y convivencial; y el único que cabe conceptuar como activo, al requerir de la fuerza muscular para hacer funcionar su motor.

Las bicicletas dotadas de asistencia eléctrica al pedaleo presentan como principal virtud lograr atraer hacia el ciclismo cotidiano a muchos usuarios de coches y motos, y personas de perfil sedentario o con movilidad reducida, que son reacias al uso de los ciclos convencionales; así como a otras que desean efectuar sin gran esfuerzo recorridos más largos, con desniveles, o transportar cargas o niños. Además, consiguen incorporar al ciclismo a personas mayores y mujeres, grupos que la utilizan en menor medida.

Gracias a esta asistencia, su velocidad media (17-20 km/h) supera en más de un tercio a la de la bicicleta ordinaria (12-15 km/h), y su radio de acción se amplía notablemente, incluso en trayectos por pendientes pronunciadas, bajo fuertes vientos o transportando cargas.

Aunque parezcan una innovación reciente, las patentes de las primitivas bicicletas eléctricas datan de 1890. Los primeros prototipos se fabricaron en Alemania en 1930, pero su baja potencia y el excesivo peso de las baterías provocaron su fracaso

Su presencia se ha ido extendiendo sin pausa, hasta convertirse en el vehículo eléctrico más vendido en Europa y China. En la Unión Europea sus ventas son 10 veces superiores a las de los coches eléctricos, y en España representaron 9 de cada 10 vehículos eléctricos comercializados durante el periodo 2013-2018. De cara al futuro, las previsiones apuntan a un incremento de sus ventas en la UE, hasta llegar en 2025 a los 7-10 millones de unidades.

Aunque parezcan una innovación reciente, las patentes de las primitivas bicicletas eléctricas datan de la década de 1890. Los primeros prototipos se fabricaron en Alemania en 1930, pero su baja potencia y el excesivo peso de las baterías provocaron su fracaso. Hubo que esperar a 1989 para que Yamaha inventara el sistema de asistencia eléctrica al pedaleo ahora ampliamente implantado.

Una vez que se experimenta el pedaleo en una de estas bicicletas, la mayoría de las personas se asombra de lo sencillo, agradable y nada fatigoso que es realizar sobre ellas cualquier desplazamiento, quebrándose así el cliché que asocia el ciclismo con la exigencia física. Y por si esto fuera poco, el balance de la actividad física de los ciclistas eléctricos es similar al de los convencionales, ya que suelen recorrer distancias más largas y emplean sus bicicletas con mayor frecuencia.

A la vista del gran potencial para reducir el fuerte protagonismo del coche en nuestras pautas de movilidad, resulta sorprendente la anecdótica atención pública prestada a la bicicleta en los programas de impulso de la movilidad eléctrica

Todas estas cualidades las convierten en una alternativa muy competitiva y económica respecto a otros vehículos a motor para efectuar gran parte de los recorridos cotidianos, ya que entre un 25% y un 50% de las ocasiones vienen a sustituir viajes antes realizados en coche.

Sin menoscabo de sus cualidades, hay que reconocer que las bicicletas eléctricas generan un impacto ambiental superior al de las convencionales, pero sensiblemente inferior al que los coches y motos eléctricas ocasionan; y que se compensa con creces si sus desplazamientos reemplazan a otros efectuados en vehículos a motor. Tampoco debemos dejar de obviar que sus más elevadas velocidades pueden generar un incremento de la siniestralidad y de los conflictos con los peatones, afectando así a su seguridad y a la convivencia urbana.

A la vista del gran potencial del ciclismo eléctrico de cara a reducir el fuerte protagonismo del coche en nuestras pautas de movilidad, resulta sorprendente la anecdótica atención pública prestada a la bicicleta en los programas de impulso de la movilidad eléctrica. Así, las ayudas del Gobierno español se han limitado a subvencionar con 1,3 millones de euros la compra de 6.700 bicicletas. Ayudas modestísimas comparadas con los astronómicos recursos públicos destinados al coche eléctrico, y claramente desproporcionadas en relación con su peso en el mercado de vehículos eléctricos.

El despliegue del potencial del ciclismo eléctrico necesita que se dé respuesta a sus requerimientos y minimizar sus posibles riesgos, y que se enmarque en una planificación ciclista integral. Esto exigiría atender a aspectos tales como el fomento de la experimentación personal de la bicicleta eléctrica; extender las redes viarias ciclistas y aumentar el radio de sus curvas y de sus secciones para adaptarse a tráficos ciclistas y velocidades más elevadas; incrementar la oferta de aparcamientos protegidos, sin olvidar garantizar la seguridad y el confort de los peatones, ante la previsión de que un mayor tránsito de bicicletas eléctricas podría acrecentar el riesgo de siniestralidad y de conflicto con aquellos.

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