Andar en bici en Angola, una experiencia intensa, original, genuina, algo peligrosa, única e inédita
¿Por qué extraña razón vamos a querer salir a buscarnos problemas 'dando un paseo' en bici por lugares completamente desérticos, con las alforjas cargadas con decenas de kilos que se multiplican cuando llegamos a caminos con arena suelta, donde encontrar agua va a ser complicado o imposible, sin gente o gente a la que no entendemos…?
Empezaré con una confesión: no soy ciclista, aunque disfruto mucho con la ilusión y pasión con la que mis amigos, que sí lo son, hablan y muchas veces discuten sobre quién ganará el Tour o la Vuelta y por qué, impacto en el peso y el rendimiento de la pieza x de la marca y, recordando viejas gestas de profesionales...
—Oye, Fede, así vamos mal. ¿Recuerdas el título de la revista?
—¡Ostras! Sí, perdón. Pues la verdad es que… ejem… tampoco me gusta demasiado 'andar'.
—¿?
—Pero sí me encanta 'viajar', tanto que hasta no me importa hacerlo en bici, je, je, je... (es medio broma), hacer deporte y descubrir mundos diferentes.
—Vale, entonces quizá no esté del todo perdido. Anda, cuéntame algo de bicis.
Antes de ponerme a ello, quiero advertir a mis posibles lectores que el relato de nuestro viaje angoleño lo he dividido, para su mejor comprensión, en dos partes. En la primera de ellas quiero compartir con todos vosotros aquellos aspectos que son útiles tener en cuenta antes de viajar a lo desconocido. Me parece que puede ser una buena ayuda para quienes sueñen con embarcarse en una aventura semejante. Para una próxima entrega quedarán los pormenores del día a día de una ruta inédita conviviendo con diversas etnias africanas.
Primeros pasos
Todo empezó el 20 mayo 2022 (o quizá 57 años antes), en el avión de vuelta de Katmandú, donde había disfrutado en y con la bici, con mis amigos corredores Toni y Ramón en la ruta de los Annapurnas en sentido horario: saliendo de Pokhara, explorando el Upper Mustang hasta la frontera con Tibet, atravesando el Thorong-La Pass con sus 5416 m para terminar en Gorkha.
¿Tenéis algún otro viaje en mente?, pregunté inocentemente, para pasar el rato.
Ramón dijo muy convencido: “Al Danubio, que me han dicho que es planito”.
Pensé que era una excelente idea para descansar, pues acabábamos de acumular un desnivel total de 44.000 m en 24 días de bici. Toni respondió: “En verano me gustaría visitar en bici las tribus del sur de Angola; pues hace ya varios años que lo tenía en mente, pero luego llegó la COVID-19”.
En ese momento mi único plan (deseo) era salir a correr por algún monte “sin” la bici. El Danubio ya lo conocía un poco y Angola me atraía por lo desconocido (aunque ya había estado en los 4 países con los que tiene frontera), pero en verano ya tenía 'planazo' con la familia: descubrir Flores y otras islas de Indonesia en mi cuarto viaje, y no será el último, a uno de mis países preferidos.
19 octubre 2022. Acabo de aterrizar en París, camino de mi siguiente aventura. Esta con bici.
—¿París? ¿De qué tipo de aventura se trata esta vez?
—Sí, París, en escala a un país del que seguro que habéis oído hablar muy poco y seguramente no muy bien; pues es conocido por la guerra (25 años de conflicto bélico, el más largo de su continente), la corrupción (de las más altas del mundo) y el petróleo (llegó a ser en 2015 el octavo exportador a nivel mundial).
—¡Menudo plan! Ya me contarás.
Pero a cambio, su diversidad étnica (más de 50 etnias diferentes) es uno de los tesoros mejor guardados de la Tierra.
Sí, efectivamente. El destino del avión era Luanda, capital del Angola, un país que ocupa una extensión de 2,5 veces España y una población de 36 millones de habitantes.
Se me alinearon los astros y Toni no pudo viajar allí en verano, como tenía previsto; así que, cuando me dijo si me apuntaba con él en el otoño de 2022, acepté sin pensármelo.
Aparte de la afición por correr, nos unía la pasión por viajar. Entre ambos, hemos visitado más países diferentes que años tenemos entre los dos (siglo y cuarto). Adicionalmente, Antoni Tarragón es un experimentado cicloturista, que ha paseado a su 'burra' por medio mundo.
Bicis
Ellas, después de las tribus que visitamos, fueron las estrellas del viaje. Fueron no solo nuestro medio de transporte, sino nuestro modo de vida.
Mi bici amarilla, comprada el milenio pasado es lo que se puede llamar una todo terreno, pues la había usado tanto por carretera (varias veces en la Ironman de Lanzarote), como por montaña, tan solo sustituyendo las cubiertas.
Es una bici tan robusta como pesada —incluso sin carga— y por supuesto todo manual, pero fiable y fácil de reparar, lo cual es muy conveniente para este tipo de 'salidas'. Eso sí, puse cubierta y cámara de las que llaman 'impinchables' y la verdad es que me funcionó muy bien, pues tuve 'cero' pinchazos, a pesar de la fiereza de los pinchos de las acacias (más de 3 cm de largo). La cubierta aguantó, pero quedó con los tacos tan destrozados que se veía la capa interior; por lo que les di su merecido eterno descanso... al llegar a casa.
Así que, sin quererlo, la 'burra' llegaba a pesar unos 43 kg frente a los 17 cuando estaba desnuda, solo con soportes de alforjas y cubiertas.
Últimos preparativos
En Luanda aprovechamos para cambiar dinero en el mercado 'gris'. Bastante dinero, pues preveíamos que no íbamos a encontrar bancos ni cajeros automáticos en las siguientes 3 semanas (alguno sí hubo, pero muchos no funcionaban y las colas en ambos eran de decenas de personas). Además, pedimos billetes de importes pequeños para facilitar los cambios en los poblados y nos dieron un montón de fajos. ¡Por unos días fuimos millonarios!...en moneda local. Pero ser millonario tiene sus inconvenientes. No habíamos previsto esa carga en nuestras bicis. Y no es broma. ¿Os imagináis lo que pesan y, sobre todo, lo que abultan casi 1000 billetes cuando vas en bici?
Al atardecer aterrizamos en Lubango y el día siguiente lo reservamos para finalizar con la logística pre-bici:
montar con luz natural las bicis, que aún estaban dentro de sus cajas de cartón (que había que conservar para el regreso);
comprar una SIM local para poder usar datos cuando hubiera cobertura (solo pudimos usarla en 2 o 3 lugares durante el circuito en bici); y
aprovisionarnos de comida para el resto de días.
Por la tarde nos tocó una de las tareas más delicadas del viaje: la decisión final de todo lo que cargaríamos (ropa, comida, botiquín…) en la bici y como para viajar 3 semanas en modo de semiautosuficiencia y suficiencia total para algunos días (los que nos permitiera el agua que pudiéramos transportar, o sea máximo dos o tres días).
¿Salimos en bici?
23 de mayo, ocho de la mañana. Disfrutamos de nuestro último desayuno antes de iniciar la aventura en bici, porque para mí la aventura, en sentido amplio, había empezado hacía ya tiempo. Delicioso y generoso buffet cerca de la piscina de uno de los hoteles más lujosos de la ciudad y seguramente el más acogedor.
Podíamos quedarnos en el 'paraíso' (excelente comida, piscina, amplias habitaciones, animales sueltos por los extensos jardines, excelente relación calidad -precio). ¿Por qué extraña razón vamos a querer salir a buscarnos problemas 'dando un paseo' en bici por lugares completamente desérticos, con las alforjas cargadas con decenas de kilos que se multiplican cuando llegamos a caminos con arena suelta, donde encontrar agua va a ser complicado o imposible, sin gente o gente a la que no entendemos…? Y sin wifi, añadiría un adolescente.
Tranquilos que no hubo ninguna duda, el paraíso solo fue una breve escala hacia la 'aventura'. Al otro lado de la puerta del hotel nos esperaba una experiencia intensa, original, genuina, algo peligrosa, única e inédita (por varios de los lugares que pasamos nunca se había 'paseado' en bicicleta).
¿Peligroso?
El principal riesgo nunca fue ni la fauna, a pesar de haber tenido escorpiones a un palmo de la tienda o serpientes de 2 m bajo la rueda de la bici, ni las personas, aunque en algún poblado nos recibieron con la faka (gran cuchillo) en la mano, sino el tremendo calor que se sentía ya desde las 7.00 a.m., conjugado con la posibilidad de quedarse sin agua en medio de ningún lugar, donde hacía años que no llovía. Porque no había apenas gente a la que pedir ayuda. Eso sí era un riesgo real que había que gestionar por anticipado. Íbamos preparados para poder llevar hasta 13 litros de agua por bicicleta, lo que suponía una autonomía total de 2,5 días. Aun así, en algún momento nos autolimitamos los caminos a seguir para asegurarnos que podríamos contaros esta historia.
Perderse no era en sí un problema, pues teníamos días de sobra hasta volver al origen donde tomar el avión de regreso. Podría suponernos una pérdida de tiempo, una incertidumbre adicional y/o un mayor esfuerzo físico. Nada grave. Pero si no encontrabas agua para beber durante dos días…eso sí era un problema.
Comidas
Salvo su transporte (imprescindible, en cualquier caso, al no llevar ningún vehículo de soporte), nunca fue un problema.
El primer día en Lubango nos aprovisionamos para unas 10 cenas, 5 comidas y 10 desayunos. Elegíamos alimentos energéticos, fáciles de transportar, pastas que requerían poco tiempo de cocción para ahorrar combustible, que soportaran el calor y pesaran poco. ¡Ah!, y que estuvieran lo más ricas posible. Sí, fue una interesante cuadratura del círculo a la que añadimos las especias y setas variadas deshidratadas que traíamos de casa. Fue un barato toque de lujo a nuestra dieta diaria.
El desayuno estándar consistía en un café o cacao con sémola y galletas variadas que íbamos encontrando por el camino. Unas veces las María de toda la vida, otras de chocolate (si había suerte), otras de coco, ...
A mediodía hacíamos la comida más triste e incómoda, especialmente en la segunda parte del viaje. El paisaje era desértico, así que hacíamos una parada técnica (descansar un poco tras 4-5 horas sobre la bici) de unos 10 minutos, en los que tomábamos el pan del día anterior (o de hacía 2 o 3) o bien tostadas con embutido, atún o similar. Pero todo ello muchas veces de pie, pues había que estar en movimiento por las moscas. El sol caía vertical y ni las ramas de algún arbusto podían regalarnos un simulacro de sombra. En esa zona decir: “Paramos en la siguiente sombra”, era una broma repetida que dejó de tener ninguna gracia.
La excepción a este tipo de comidas era cuando, en la primera parte del viaje, encontramos un mercado o alguien que cocinara algo.
La cena nos parecía una orgía gastronómica. Tampoco ganaríamos el premio del txoko, pero para estar donde estábamos, nos parecía pura delicatesen. Básicamente, la pasta que habíamos comprado con diferentes acompañamientos: atún, tomates frescos si había, salsa de carne o similar. Calificación: un 9 sobre 10. Sin duda, la mejor comida. Y la hacíamos sin ninguna prisa, pues era la única que no era una contrarreloj contra el calor y el sol.
Si en algún momento pasamos hambre fue a mediodía; y fue por retrasar la parada para comer lo que llevábamos, bien en aras de avanzar algún kilómetro más antes de que hiciera más calor, bien para evitar las moscas de la parada.
Dormir
Los lugares y compañía con la que dormimos fueron de lo más variado: cinco noches en poblados con las tribus —sin duda las más interesantes, pues compartías su vida durante más tiempo—, tres en escuelas rurales —muy tranquilas y qué gracia eso de volver al aula a nuestra edad—, cuatro en pensiones —las que había—, una en hotel —un pequeño lujo con piscina y cerveza bien fría—, una dentro de un cuartel de policía —nos sorprendió su amabilidad y la cantidad de bichos con los que compartimos habitación—, una en un control de policía en medio de la carretera que cruzaba el desierto, una en un palacio gestionado por la municipalidad local —todo para nosotros, ¡qué exceso!—, dos en bares —uno dentro y otro en la terraza—. Casi siempre dormimos de lujo por un motivo u otro: compartir la vida de la tribu, comodidad de tener un poco de agua para lavarte, lavar la camiseta, la hospitalidad, las explicaciones del anfitrión (más provechoso si hablaban un poco de portugués).
Aunque dormíamos sobre una esterilla de espuma de 1 cm de grosor (la mía recortada a la anchura de mi cuerpo —unos 36 cm— para ahorrar espacio en la bici), en ningún momento me pareció ni pequeña ni dura. Supongo que el 'truco' era haber pasado todo el día bajo un sol agotador sobre la bici gestionando los desafíos del camino.
Por otro lado no había más remedio que recargar al 100% la batería para la aventura del siguiente día.
Etnias
El objetivo principal del viaje era encontrarlas y convivir con ellas. Según este parámetro el viaje fue un éxito rotundo, pues visitamos una docena de poblados de 8 etnias diferentes, durmiendo 5 noches en sus poblados.
Khoisan. Son cazadores y recolectores y viven en pequeños poblados seminómadas de 20-30 individuos.
Gambue o mugabue. Pueblo agro-ganadero. Las mujeres son artesanas y fabrican una excelente cestería con artículos de grandes dimensiones que sirven para almacenar su comida y su venta a otros.
Dimba o mudimba. Tribu de pastores que también practican la caza y la agricultura de subsistencia. Habitan la sabana boscosa al este de de Cahama. Sus aldeas están rodeadas de robustas empalizadas y las mujeres lucen fascinantes peinados tan coloridos como sus collares de cuentas.
Tua o batua. Son pocos y su economía se basa en la caza y la recolección. Construyen sencillas cabañas semiesféricas cubiertas de ramas y barro.
Himba. Ganaderos seminómadas que habitan en torno al río Cunene. El peinado y la joyería son muy importantes para ellos. Su decoración es similar a los tuas.
Hakaona o mukawana. Básicamente pastores de cabras, aunque también cultivan maíz y mijo. Son buenas artesanas y son muy típicos loshi tocados multicolores fabricados con cuero, cuentas de todos los colores y trenzas recubiertas de latón provenientes de latas de tomate, sardinas… muy originales. Me pareció el colmo del reciclaje.
Huila de la montaña. Viven en las colinas boscosas en la meseta de Huila. Los hombres son excelentes artesanos de madera (taburetes -compramos uno-) y las mujeres fabrican cestería y muñecas (de fibra vegetal cubierta de arcilla roja).
Cubal o mucubal. Pastores seminómadas que en las últimas décadas empezaron con la agricultura. Sus mujeres llevan un original tocado azul sobre la cabeza y cintas para apretar sus pechos a modo de sujetador. Sus cementerios están decorados con cuernos de ganado, en cantidad acorde con la importancia del difunto.
Hice el pequeño esfuerzo de aprender alguna palabra en su idioma. Por ejemplo, si usas palabras como camene (buenos días), cuinhanga (buenas tardes), napandula (gracias) o tchendeipo (adiós) en los poblados muilas, te aseguras, primero, asombro de que las uses, luego, risas (supongo que por mi mala pronunciación) y, en cualquier caso, agradecimiento por el esfuerzo de haberlas aprendido. La pena que es que a los pocos kilómetros cambiabas de tribu y,… ya no me servían. Pero aun así había valido la pena.
Si estáis interesados en profundizar el conocimiento de estas tribus os recomiendo el libro 'Last Tribes of Angola' de Joan Riera (antropólogo) y Aníbal Bueno (científico y escritor). Está escrita cada hoja en inglés y español y tiene excelentes fotos y explicaciones.
Y, como os hemos dicho, dentro de un par de meses tendréis en 'Andar en bici' cumplida relación de los pormenores de un viaje que ha dejado una huella imperecedera en quienes lo compartimos.
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