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Segovia en bicicleta: sintiendo en la cara el frío de enero en Castilla

El embalse de Linares del Arroyo desde Maderuelo

Julen Iturbe-Ormaetxe

29 de junio de 2022 21:23 h

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Estos últimos días, las temperaturas en Segovia han superado los 36 grados. En enero, sin embargo, hace frío, mucho frío. ¿Cuánto? Cuando quedaron cuatro días libres en la agenda y decidimos pedalear por tierras segovianas, seis o siete grados bajo cero para empezar cada jornada. Y lo más difícil de entender es lo bien que lo pasamos.

No era la primera vez que hacía algo parecido. Vamos, que mi reincidencia debe tener algún anclaje en la personalidad profunda. Ya le gustaría a Sigmund Freud sentarse un rato conmigo y hacerme charlar sobre la realización inconsciente de deseos y las pulsiones que me llevan a disfrutar pedaleando a semejantes temperaturas. Pero ya se sabe: la felicidad va por barrios y cada cual echa mano de lo que puede.

La ruta, desde el punto de vista del 'track' a seguir, no tenía mucho problema. Todo era cuestión de localizar alguna que me permitiera disfrutar del frío castellano. Si soy sincero, no me planteé demasiadas exigencias. Bueno, que hiciera uso de pistas y caminos por los que lucir la bici de montaña, que fuera circular y que me condujera también por pueblos con historia. Tampoco era tan difícil, ¿no? Como tantas otras veces, me encomendé a san Wikiloc, se obró el milagro en forma de Transegoviana y, ya puestos, quise estirar un poco más el prodigio y comenzar la ruta en Milagros, que no es Segovia, pero está a las puertas y me daba una opción de alojamiento cómodo.

Allí estábamos el 2 de enero de 2019. Primera hora de la mañana y, por suerte, “solo” hay tres grados bajo cero. Nade de seis o siete. Además, como ya sabéis, a cero grados se alcanza el equilibrio: ni frío ni calor. 

Salimos por una pista paralela a la autovía N-1. Hay que cruzar el límite provincial y entrar en Segovia, que espera allá, arriba de la cuesta, en concreto en Honrubia de la Cuesta. La típica toponimia que no oculta nada, ¿verdad? Con frío, se agradece subir. Con frío duele bajar. Pero es lo que hay. Tras coronar, entramos en ese tipo de pista de color rojizo que tan bien conocemos los velocipedistas de monte. La arcilla es la arcilla. Virgencita, virgencita, que no le dé por llover.

Me encomendé a san Wikiloc, se obró el milagro en forma de Transegoviana y, ya puestos, quise estirar un poco más el prodigio y comenzar la ruta en Milagros, que no es Segovia, pero está a las puertas y me daba una opción de alojamiento cómodo

Mis rutas de invierno son momentos de Cola-Cao. Vaya por delante que no lo tomo habitualmente, pero qué queréis que os diga: ponte a bajo cero con la bici y cuando, por fin, paras en un bar, “¿Qué vas a pedir?” “Por favor, ¿me pone un Cola-Cao bien, pero bien caliente?”. Porque esa es otra: cuando te ven entrar en el bar y fuera hace un frío del carajo, lo que básicamente siente la gente por ti es pena, una pena infinita. Así que Fuentesaúco inauguró la también denominada Ruta del Cola-Cao. Segovia en enero es así.

Poco después, llegamos a Fuentidueña. Es obligado pasar por los alrededores del castillo y su necrópolis medieval. Que no se diga que los cadáveres no están bien aireados. Con este frío y la brisa heladora, se tenían que conservar de maravilla. Ya, ya, pero luego Lorenzo en pleno verano hará estragos, ¿no? Bueno, dejémonos de muertos medievales, que nadie nos ha invitado a la fiesta. Vamos para Cuéllar, que allí sí que hay un buen 'Exin Castillos' y será, además, nuestro primer final de etapa. Por fin, a la una del mediodía sale el sol. Gloria bendita, sentados junto a la pared de un convento. Éxtasis. Pura mística del pedal invernal en Castilla.

La mañana del segundo día nos obsequia con el premio gordo. Seis bajo cero y una niebla de esas que es pura alegría. Hay que animarse como sea. Vale, a las doce ya ha subido a cuatro bajo cero y parece que la niebla empieza a despejar. Fiesta por todo lo alto. En cualquier caso, las plantillas calefactables para los pies son un invento apoteósico. Luego, las tres capas de camiseta térmica, chaqueta ligera y la chaqueta de Goretex cumplen su función. Si a esto le añades una dosis adecuada de convicción personal y autoengaño —podía ser peor y ponerse a nevar—, la ruta empieza a ser agradable. Que conste que la cencellada es espectacular. Hay que fotografiarla a toda costa y no veáis lo que supone quitarse los guantes y verte unos dedos que casi ya ni lo son. Tiene su aquel fotografiar en estas condiciones.

Enlazamos con una vía del Camino de Santiago. Como todo el mundo sabe, es imposible hacer una ruta de larga distancia en bici dentro de la Península Ibérica sin toparse con flechas amarillas. Hasta ahora no se sabe de nadie que lo haya conseguido. Dejamos atrás Coca y Carbonero de Hausín, hacemos trampa por un atajo hacia Peñarrubias de Tirón y, por fin, llegamos a Turégano. Entre campos abiertos y suaves lomas, el camino nos regala un fangal incomprensible. ¿Os acordáis de la arcilla? Pues algo parecido, pero de color más grisáceo. ¡Menos mal! ¡Hay estación de servicio con lavadero! “Lo siento, el sistema de lavado está estropeado por las bajas temperaturas”. Miseria. Plan B: a una fuente y que sea lo que Dios quiera. El milagro del día, no obstante, es el suelo radiante de la posada en la que me hospedo. Se me caen las lágrimas de placer. El mundo es maravilloso.

El tercer día de ruta nos llevará hasta Riaza. Toca, además, hoyar el recinto amurallado de Pedraza. El panorama ha cambiado. Nada de niebla. Desde primera hora luce el sol. Lo siento, pero es un bluf. Vaya mierda de sol. Siete bajo cero y sol. Valiente cantamañanas. Para eso, que ni salga. Vergüenza debería darle. Decía que Pedraza quedaba en el camino. Ni un alma allá arriba. ¿Quién va a salir con semejante desplome de las temperaturas? Seguimos: Orejanilla, Valleruela de Sepúlveda y, por fin, Villar de Sobrepeña. Aquí se coge una encantadora senda junto al río Duratón hasta alcanzar el puente de Talcano, a los pies de Sepúlveda 'city'. Arriba, en el 'down town', otro Cola-Cao en una terracita al sol. Continuamos hasta nuestro fin de etapa en Riaza, pero antes enlazamos con la Cañada Real Segoviana. Por donde antes pasaban ovejas ahora pasan ciclistas. Cosas del progreso. 

En la última jornada, cerramos el bucle y regresamos a Milagros —que haberlos, haylos—, donde habíamos dejado el coche. Nuestra particular trashumancia nos conduce a través de la Cañada Real Soriana Occidental, un tramo estupendo repleto de charcos helados. Crac, crac, crac. Tras algo más de veinte kilómetros, llegamos a Ayllón. El termómetro de la plaza se empeña en insultarme: “Te recuerdo que estamos a seis bajo cero, imbécil”. Lo único que se me ocurre es meterme un pincho de tortilla en una tasca de la plaza. “¿Se lo caliento?”. No, me lo sacas un rato a la fresca y luego, si eso, ya lo ingerimos cual helado de tortilla. Qué gracioso el camarero.

Queda poco para terminar la ruta. Maderuelo invita a callejear. Abajo, el embalse de Linares del Arroyo echa humo. La sensación de frío sigue aquí. Estoy pesado, ¿verdad? Encuentro otro establecimiento abierto. Cola-Cao de mis amores. Ya solo hay que pedalear por las hoces del Riaza mientras los buitres andan a lo suyo. Alcanzada la ermita del Casuar, subo hasta Montejo de la Vega de Serrezuela y luego pedaleo ágil en bajada por una zona cultivada, gracias a que el río Riaza, de repente, se vuelve amable. 

En fin, no ha sido para tanto, ¿no? ¿Te animas? Yo, confieso, soy repetidor. El frío conserva, no lo olvides. Castilla en invierno es como un imán. Hasta la próxima ruta. Rodamos suave suave.

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