Hace exactamente dos años, el 28 de febrero de 2020, el laboratorio del hospital de Txagorritxu de Vitoria confirmaba el primer positivo del neovirus Sars-Cov-2 en Euskadi. Se trataba de una facultativa del servicio de Medicina Interna. En pocos días, Vitoria se convirtió en uno de los principales focos de expansión del coronavirus en Europa junto a Madrid o Bérgamo, ciudad italiana a la que le une un vuelo directo. Hace un año, un informe de balance elaborado por el Departamento de Salud incidía en que nunca en la historia del Servicio Vasco de Salud (Osakidetza) una sola enfermedad había generado tantos enfermos en tan poco tiempo. En Euskadi, además, la COVID-19 ha golpeado siete veces y no seis, como en otros lugares, ya que hubo una ola adicional el verano de 2020. A falta de algunos datos recientes, este aniversario llega con el 30% de la población contagiada (al menos con diagnóstico confirmado). El 1,66% de los vascos ha sido hospitalizado con COVID-19 en estos 24 meses y las camas de UCI y su personal han tenido que multiplicarse para atender, de media, 78 pacientes diarios más que los habituales antes de la pandemia. Y, sobre todo, 6.035 personas han fallecido con el virus.
La COVID-19, en ocasiones minimizada, particularmente en la última ola, ha condicionado el sistema de manera crítica hasta ponerlo al borde del colapso en varios momentos del bienio. El peor momento fue en abril de 2020, cuando llegó a haber hoteles medicalizados y centros privados acogiendo pacientes. Pero en la primavera de 2021 hubo que paralizar igualmente toda la actividad quirúrgica no urgente y hace nada, esta Navidad, el tsunami de contagios de la variante ómicron tras semanas sin restricciones golpeó los ambulatorios y también los hospitales en pleno período vacacional. Todavía esta semana faltaba por recuperar un 20% de la capacidad ordinaria vespertina en los quirófanos.
No es que Osakidetza no sea capaz de atender 150 ingresos diarios -el tope de esta ola reciente- o de tener ingresados a 1.000 pacientes. También ha alcanzado las 38.622 pruebas diagnósticas en un día -¡una cada poco más de dos segundos!- cuando hace dos años costaba horas validar un caso y era preciso un contraanálisis. Y se han administrado 4.589.920 dosis de las cuatro vacunas autorizadas, bastante más del doble de la población total. No es que no haya personal. El Gobierno, de hecho, argumenta contra las críticas -y las huelgas- que nunca antes ha habido tanta gente trabajando para la Sanidad pública, del orden de 45.000 personas.
El punto crítico es que todo ello, centrar los esfuerzos en la COVID-19, obliga a posponer cribados, seguimientos de pacientes crónicos, operaciones no urgentes, consultas en ambulatorios y analíticas. Los planes de regresar a la situación de 2019 después del verano de 2021, cuando la cobertura vacunal superaba con holgura el 80%, quedaron frustrados por una nueva oleada que se incubó desde octubre y reventó en diciembre. La supuesta menor gravedad de ómicron no ha impedido que la presión asistencial y la mortandad hayan llegado en Euskadi a sus niveles máximos desde el confinamiento debido a una transmisión que ha llegado a estar diez veces por encima de los topes de otras olas.
Según estimaciones de este periódico, desde que el 14 de diciembre se confirmó públicamente la presencia de ómicron en Euskadi han fallecido 1.063 personas con COVID-19, 16,10 de media. Desde el primer positivo (28 de febrero de año bisiesto) hasta el final de la primera emergencia sanitaria (18 de mayo) fueron 1.493, a 18,43 de media. Desde que aparecieron los primeros casos de delta el 7 de mayo de 2021 (en un buque con origen indio) hasta ese 14 de diciembre los fallecidos computados son 683, una media de 3,07 por día. Y desde que apareció alfa (la variante detectada en origen en el Reino Unido) hasta la llegada de delta murieron 1.198 personas, 9,43 entre el 31 de diciembre de 2020 y el 7 de mayo de 2021. El 17 de noviembre de 2021 es el último día sin fallecimientos conocidos y, en total, no pasan de 60 los días sin 'exitus letalis' de los 731 de este período. 1.186 de los 6.035 muertos totales en la pandemia en Euskadi se han concentrado en residencias de ancianos. En una campaña de gripe, el pico de fallecidos ha sido de 97 (2017/2018). Sólo entre el 11 y el 17 de febrero los decesos notificados entre personas con COVID-19 fueron 161. Todavía ahora la COVID-19 mata al 18% de las personas mayores de 90 años que contraen el virus.
En Euskadi, 36.231 personas han tenido que ser ingresadas a causa de la COVID-19. Es un añadido del 7% a los ingresos totales registrados en el bienio anterior (2018 y 2019), según la memoria interna de Osakidetza, con la diferencia de que muchos de estos pacientes presentan estancias mucho más prolongadas. Hace un año se ofreció el dato de que un paciente con coronavirus tenía una estancia media de 12,64 días en planta y de 15,09 en la UCI. Según el conocido como 'Libro de tarifas' de la Sanidad vasca, un documento que orienta sobre el coste real de los servicios, cada día de estancia en planta supone un gasto de 1.181 euros y en UCI se eleva a 1.713. Suponiendo que todos los ingresados hayan estado esa media de 12,64 y no hayan pasado a la UCI, el coste de su atención sería de 540 millones de euros, aproximadamente. En la UCI, el momento con más pacientes se vivió en el arranque de abril de 2020, con 232 personas en estado crítico. En comparación, la gripe generó 1.304 ingresos hospitalarios totales en la campaña anterior a la llegada del coronavirus.
Hasta el 23 de febrero, los positivos conocidos eran 660.797 y el sistema tiene registradas alrededor de 5,8 millones de pruebas. Tocan a casi tres por vasco. En los últimos meses decenas de miles han quedado fuera de la estadística a raíz del 'boom' del autodiagnóstico de farmacia. En el primer año de la pandemia fueron 158.708 los casos conocidos y, en el segundo, 502.089. Solamente en enero de 2022 hubo 227.849 infecciones confirmadas. Los más de 14.000 de positivos del 4 de enero constituyen el récord absoluto, muy lejos de los 1.800 de máximo hasta ómicron y de los 1.547 de 2020. En marzo y abril de 2020 hubo menos casos que solamente en esa jornada. En esos días se bordeó que el 5% de la población se contagiase a la vez en una sola semana. Ocurrió en Gipuzkoa, el mismo territorio que entró al confinamiento con 63 casos totales en las semanas anteriores.
El segundo aniversario llega sin emergencia sanitaria y sin estado de alarma. La primera se levantó hace unas semanas y, con ella, han volado la mayoría de restricciones, aunque perviven las mascarillas obligatorias en interiores. El segundo quedó olvidado ya en mayo de 2021. Han sido tres las emergencias (marzo-mayo de 2020; agosto de 2020-octubre de 2021; diciembre de 2021-febrero de 2022) y dos las alarmas (marza-junio de 2020; octubre de 2020-mayo de 2021). Las olas en Euskadi han sido siete, la inicial en marzo de 2020, la de ese verano que motivó la segunda emergencia, la de noviembre, las que siguieron a la Navidad y a la Semana en 2021, la del verano pasado y la más reciente de ómicron. Antes de esta variante fueron predominantes la cepa salvaje de Wuhan, alfa (detectada en origen en el Reino Unido) y delta (en India). Pero ha habido otras variantes como beta, gamma, eta o épsilon y hasta subtipos como delta plus. En la vecina Navarra llegaron a clasificar su propia cepa, a la que llamaron Carriquiri y que era poco transmisible pero resistente a las vacunas. Se acotó cuando había llegado a unas 200 personas.
Así han evolucionado las restricciones en dos años