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Felipe VI no es campechano y ese no es su principal problema

Felipe VI tiene un problema. No es campechano. Es más bien seriote, frío y, en ocasiones, sieso. No sabe hacer bromas en público. Felipe VI no es un cachondo, sonríe como si hubiera entrenado en un curso de telegenia: sonrisa perfecta, pero como otras muchas sonrisas perfectas. En definitiva, Felipe VI no es como su padre, que tenía a la gente en el bolsillo hasta que le dio el caderazo.

Para compensar esta falta de simpatía natural de Felipe VI, sus hagiógrafos nos han trepanado con la idea de que es el rey más preparado de la historia de España (lo que ha dado pie al apodo burlón 'El Preparao') y en su día era anunciado con orgullo como el primer monarca con un título universitario. Felipe VI es muy inteligente, lee mucho, ha estudiado en Estados Unidos. Es el rey perfecto.

Y, sin embargo, en algo tan imprescindible para un rey, como es tener olfato político, parece en ocasiones un aficionado en comparación con su padre.

Una cosa es tener libros y no sé cuantos diplomas colgados de la pared y otra es saber leer con acierto las nubes de humo que se ven en el horizonte de la política española. En eso el rey anterior era un 'político' sobresaliente –aunque su nivel intelectual, como el de Adolfo Suárez, fuera de playmobil–; el rey que tenemos ahora será experto en relaciones internacionales, pero es bastante mediocre en las tareas políticas propias de un rey. Si Juan Carlos sabía bandearse entre unos y otros para forjar su leyenda (en bastantes casos, urbana, y siempre alentada por el silencio cómplice de la mayoría del periodismo español), su hijo fue coronado con la leyenda ya forjada por todo el stablishment, pero se la está dinamitando él mismo. Y no por un escándalo sexual, como suele ser habitual en las monarquías modernas, sino por su impericia política.

Sí. La falta de olfato político de Felipe VI ha provocado que la monarquía se haya convertido en una de las armas que PP y Vox lanzan contra sus adversarios políticos de la izquierda. El reinado de Felipe VI es el último bastión contra los traidores a España (que más o menos son la mitad de España), vienen a decir los líderes conservadores. Lo que no deja en muy buen lugar a la monarquía.

Sin embargo, el rey no es un protagonista pasivo en esta historia.

A raíz de la jarana monárquica-anti-rojos vivida en los últimos días en el Congreso de los Diputados, prestigiosos comentaristas de la opinión pública han acusado a la derecha y la extrema derecha de patrimonializar la figura del rey sin ningún tipo de justificación. Y han presentado al rey como víctima y a los facinerosos derechosos como conspiradores sin escrúpulos. Como si Felipe VI no se hubiera dejado querer durante todo este tiempo. En especial, desde el 3 de octubre de 2017, el día de su famoso discurso sobre Catalunya.

Aquel fue el discurso de la mano dura que exigía la derecha a la derecha de Rajoy, el discurso de rearmar la moral de una España humillada por el golpe de Estado en Catalunya. Fue un discurso político a iniciativa del rey para terminar con los titubeos de Rajoy: las crónicas cuentan que Mariano, siempre prudente, le recomendó que leyera una parte en catalán, pero Felipe VI lo rechazó. Tampoco hubo referencia a los manifestantes pacíficos heridos por las cargas policiales. No se pronunció la palabra diálogo.

El rey quería el discurso histórico del golpe de Estado de Tejero de su padre –una analogía repetida en la derecha española y en la no tan derecha española– pero, al final, resulta que según el Tribunal Supremo no existió un golpe de Estado ni una violencia generalizada ni rebelión, lo que ha dejado el discurso de Felipe VI, y en consecuencia su olfato político, en una posición bastante engorrosa. Por no obviar que, apenas dos años después, hay un diálogo abierto entre el Gobierno de España y los independentistas. Otra que no vio venir el rey. Y van unas cuantas.

Felipe VI tiene un problema. No es campechano. Es más bien seriote, frío y, en ocasiones, sieso. No sabe hacer bromas en público. Felipe VI no es un cachondo, sonríe como si hubiera entrenado en un curso de telegenia: sonrisa perfecta, pero como otras muchas sonrisas perfectas. En definitiva, Felipe VI no es como su padre, que tenía a la gente en el bolsillo hasta que le dio el caderazo.

Para compensar esta falta de simpatía natural de Felipe VI, sus hagiógrafos nos han trepanado con la idea de que es el rey más preparado de la historia de España (lo que ha dado pie al apodo burlón 'El Preparao') y en su día era anunciado con orgullo como el primer monarca con un título universitario. Felipe VI es muy inteligente, lee mucho, ha estudiado en Estados Unidos. Es el rey perfecto.