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Gora Euskadi Askatuta, Salvador Sostres

La pasada semana Iñigo Urkullu fue entrevistado (homenajeado en una entrevista, para ser exactos) por Carlos Herrera en la COPE y el tertuliano Salvador Sostres fue presentado como “un gran seguidor” del lehendakari. La admiración no era irónica y, de hecho, Sostres preguntó a Urkullu cómo podía ser que con lo bien que se vive en Euskadi hubiera gente que votara a Podemos. Urkullu –bautizado por Herrera como ‘El Ciclón de Alonsotegi’– salió bendecido y a la COPE sólo le faltó declararlo Español De Bien Del Año.

Unos días después en Sabin Etxea, las bases del PNV celebraban entre gritos de “independentzia” la arrolladora victoria en las elecciones, tras una campaña en la que los discursos de los mítines jeltzales se habían cerrado con el clásico “Gora Euskadi Askatuta! (¡Viva el País Vasco libre!)”.

Las elecciones las había ganado un candidato capaz de cautivar a la derecha mediática española y a quienes quieren más autogobierno para Euskadi (“no seré yo quien se lo impida”, le llegó a decir Carlos Herrera a Urkullu). Obviamente los halagos de la Corte a Urkullu son el modo de afirmar que los independentistas catalanes son una jauría de comeniños, pero también expresaban en cierta manera esa teoría de que el PNV es el amo de la transversalidad.

Y es así. El PNV es el partido de la inspiración socialdemócrata del sistema de protección social vasco, pero también es el partido de Kutxabank que desahucia. El PNV es el partido que rechaza la reforma laboral de Rajoy pero permite la reforma laboral de Zapatero. Es el partido que tiene a un consejero de ‘izquierdas’ como Ángel Toña pero que despide a los trabajadores precarios del Guggenheim por montar una huelga. El partido que rechaza el fracking mientras lo promueve. Es el partido al que han votado vascos que se sienten sólo vascos y vascos que se sienten también españoles. El partido al que han votado desde consejeros de eléctricas a obreros de barrios populares. Es el partido con un discurso que ofrece asas a sensibilidades antagónicas pero sin que eso suponga sufrir molestas consecuencias.

El PNV es el partido interclasista de la transversalidad ideológica. La hegemonía gramsciana. Fukuyama podría escribir una preciosa versión vasca de ‘El Fin de la Historia’.

Esta semana los analistas han subrayado la esencia de este PNV victorioso: la transversalidad, la centralidad, la moderación y la estabilidad, en especial, frente al sindiós que se vive en la política española. Y, sí, es una parte importante de la explicación pero no toda, porque la incontestable victoria de Urkullu también se ha fraguado en la incapacidad de la izquierda vasca –EH Bildu, Podemos o PSE, según gusten ustedes– para presentar una alternativa creíble al modelo social y económico del PNV.

EH Bildu apostó por sumarse al juego de la centralidad ofreciendo acuerdos de país al PNV y obtuvo buenos resultados –en la medida en que alejó el sorpasso de Podemos y salió del KO en el que estaba sumido– pero malos resultados porque no tiene capacidad para condicionar al Gobierno Vasco. Podemos evitó el enfrentamiento con el PNV y se limitó a decir que tiene que entrar “aire fresco” en las instituciones y obtuvo unos resultados estimables –11 escaños y por delante de PSE y PP–, pero malos resultados porque quedó muy lejos de las expectativas creadas. Y el PSE no pudo evitar ser visto como muleta del PNV (a pesar del aderezo de ese vídeo vergonzoso contra el euskera) y obtuvo malos resultados y malos resultados, aunque puede que le permitan gobernar con el PNV.

La campaña vasca fue la del hipererrejonismo en el tono pero que terminó por impregnar también lo que no es el tono. La campaña vasca no fue una campaña electoral al uso: fue un capítulo de los Osos Amorosos. Todos los partidos –y en especial los de izquierdas– asumieron resignados las reglas de juego del PNV. Nadie arriesgó a confrontar con el partido en el Gobierno por miedo al voto reactivo de experiencias anteriores. Se ofrecieron como acompañantes, renunciaron a deslegitimar al poder establecido y el PNV arrasó.

Y todo el mundo parece darse por satisfecho: EH Bildu ha salido de la UVI, Podemos confía en acumular experiencia institucional hasta el siguiente asalto y el PSE en seguir gobernando junto al PNV.

Ahora quedan por delante cuatro años en los que el PNV usará su inteligencia para intentar desactivar la posibilidad de que germinen discursos alternativos porque, aunque su escenario sea inmejorable, un rodillo simplista de mayoría absoluta junto al PSE podría atrincherar a EH Bildu y Podemos en posiciones que tampoco interesan al PNV. Pase lo que pase, los partidos de izquierda vascos tienen una tarea pendiente: construir una alternativa.

La pasada semana Iñigo Urkullu fue entrevistado (homenajeado en una entrevista, para ser exactos) por Carlos Herrera en la COPE y el tertuliano Salvador Sostres fue presentado como “un gran seguidor” del lehendakari. La admiración no era irónica y, de hecho, Sostres preguntó a Urkullu cómo podía ser que con lo bien que se vive en Euskadi hubiera gente que votara a Podemos. Urkullu –bautizado por Herrera como ‘El Ciclón de Alonsotegi’– salió bendecido y a la COPE sólo le faltó declararlo Español De Bien Del Año.

Unos días después en Sabin Etxea, las bases del PNV celebraban entre gritos de “independentzia” la arrolladora victoria en las elecciones, tras una campaña en la que los discursos de los mítines jeltzales se habían cerrado con el clásico “Gora Euskadi Askatuta! (¡Viva el País Vasco libre!)”.