Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.
Humillados ante Dios y el PNV
En pleno fervor hagiográfico sobre la coalición PNV-PSE por parte de los medios de comunicación públicos y concertados vascos, este sábado toma posesión de su cargo Iñigo Urkullu. Cuando lo hizo por primera vez en 2012 Urkullu recuperó la apelación a Dios que había desechado Patxi López, pero rebajó el tono bíblico de la cita y en vez de jurar con el tradicional “humillado ante Dios” pronunció un “humilde ante Dios”. Según la agencia EFE este sábado Urkullu repite la fórmula, aunque esta vez lo haga con los parlamentarios del PSE como socios, que tendrán que escuchar, humildes o humillados, la bendición divina del lehendakari de su gobierno.
Esta obligación de los socialistas de acudir a misa en Gernika no deja de ser una anécdota y será el menor de los sapos que tendrán que tragarse en los próximos cuatro años. De hecho, el festín de sapos empezó con una negociación a la baja en la que el PSE no hizo amago de querer otra cosa que no fuera entrar en el Gobierno de Urkullu. Con las cartas boca arriba, y sin la baza de otorgarle la mayoría absoluta al PNV, el acuerdo de coalición ha sido para Urkullu un acuerdo Black Friday.
Los socialistas no consiguieron uno de sus principales objetivos: gestionar el departamento de Transportes e intentar rentabilizar las obras del AVE en Euskadi. Para más inri, el PNV ha separado Trabajo de Empleo y los socialistas se quedan sin Lanbide, una de las piezas fundamentales de las políticas sociales vascas. En conclusión: el poder se lo queda el PNV y al PSE le han abierto la puerta pero le han dicho que no pase del descansillo. Iker Rioja lo resumía en números en una información publicada en eldiarionorte.es: el PNV controlará 96 de cada 100 euros en el Gobierno vasco. El PSE, cuatro. No hay más preguntas, señoría.
La humillación no termina ahí. Como ha subrayado Iñaki Iriondo en Gara esta semana, el acuerdo incluye una cláusula que otorga al PNV el control del Parlamento vasco para decidir qué propuestas de la oposición son tramitadas y cuáles no.
La teoría de los dirigentes del PSE es que gobernar con el PNV es la mejor forma de superar el invierno nuclear en el que se han metido tras su último descalabro electoral, sin olvidar las necesidades apremiantes de cargos y sueldos que suelen atenazar a los partidos que están cayendo por la ladera del respaldo popular. Por supuesto, en el PSE explican que su entrada le da un barniz progresista a lo que sería un gobierno en solitario del PNV pero, como explica Iñaki Soto, el PNV hace tiempo que flirtea con la socialdemocracia siguiendo las posiciones mayoritarias de la sociedad vasca en los últimos años. Lo que se llama hegemonía. El PSE se queda en tierra de nadie: su peso en el Gobierno vasco es limitado y abandona la última Línea Maginot de oposición al PNV que le quedaba en Euskadi.
En el fondo, el PSE ha hecho la misma reflexión que hizo en 2015 tras el palo -otro más- de las municipales y forales: mejor dentro de los gobiernos con el PNV que fuera en la gélida oposición. Y sin embargo, la gestión en diputaciones y ayuntamientos junto al PNV no ha supuesto la tabla de salvación electoral que aventuraban. Un año después, otro batacazo y la misma decisión. Y como recuerda Braulio Gómez en El Correo, ha sido una decisión que se ha tomado a espaldas de la militancia a la que tanto apela el PSE en la batalla por el control del PSOE.
Hace casi año y medio, cuando se celebró el primer matrimonio en las diputaciones vascas entre PNV y PSE, varias voces desde el socialismo aventuraron con acierto la lectura inadecuada que hacían los dirigentes del PSE de su agonía política. “El pacto con el PNV supone dejar el campo ideológico de la izquierda libre a nuevas formaciones como Podemos”, escribía Jagoba Álvarez Ereño. Óscar Rodríguez reflexionaba: “¿Estar centrados en la gestión cotidiana de los gobiernos forales y municipales facilitará la necesaria conexión del PSE con los movimientos y colectivos de todo tipo que defienden modelos alternativos de desarrollo y de sociedad? ¿Ayudará a ganar parte de la credibilidad perdida en ese terreno el hecho de no poder apoyar las propuestas progresistas que lancen los partidos de la oposición (Podemos y EH Bildu)? Yo creo que no”.
En definitiva, los socialistas vascos han preferido la supervivencia como muleta del PNV antes que afrontar la necesaria reconstrucción de su proyecto político.
En pleno fervor hagiográfico sobre la coalición PNV-PSE por parte de los medios de comunicación públicos y concertados vascos, este sábado toma posesión de su cargo Iñigo Urkullu. Cuando lo hizo por primera vez en 2012 Urkullu recuperó la apelación a Dios que había desechado Patxi López, pero rebajó el tono bíblico de la cita y en vez de jurar con el tradicional “humillado ante Dios” pronunció un “humilde ante Dios”. Según la agencia EFE este sábado Urkullu repite la fórmula, aunque esta vez lo haga con los parlamentarios del PSE como socios, que tendrán que escuchar, humildes o humillados, la bendición divina del lehendakari de su gobierno.
Esta obligación de los socialistas de acudir a misa en Gernika no deja de ser una anécdota y será el menor de los sapos que tendrán que tragarse en los próximos cuatro años. De hecho, el festín de sapos empezó con una negociación a la baja en la que el PSE no hizo amago de querer otra cosa que no fuera entrar en el Gobierno de Urkullu. Con las cartas boca arriba, y sin la baza de otorgarle la mayoría absoluta al PNV, el acuerdo de coalición ha sido para Urkullu un acuerdo Black Friday.