Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.
Los Reyes ya no viven como reyes
Me contaba la anécdota uno de los asistentes a una cena que presidía la reina Sofía hace ya unos cuantos años, cuando la monarquía todavía era campechana. En la mesa en la que se sentaba la reina, la esposa de un político de renombre comenzó a despotricar sobre sus hijos adolescentes: “Los hijos lo quieren todo, la consola, el dinero, no quieren estudiar, lo quieren todo hecho en la vida”. Y remató su reflexión con el Premio a la Frase Bocachancla del Año: “¡Si es que ahora los hijos viven como… reyes!”. A continuación, silencio embarazoso de los comensales y Sofía tirando de trucos diplomáticos para sacar la conversación del atolladero.
Y tenía razón: los Reyes han vivido como reyes, más consentidos que admirados, entre algodones mediáticos, méritos exagerados y mimos con forma de yate. Pero esa vida de estrellas de rock se ha ido desvaneciendo a medida que dejaban de pincharse en España los grandes éxitos de la Transición. Las llamadas de la Zarzuela no achantan como antaño y entre sus logros recientes está que a la revista 'Hola' se le ha escacharrado el Photoshop de tanto darle al filtro 'papada cut'.
La Casa Real se cayó en la marmita de la Transición y durante casi cuatro décadas los superpoderes le han servido para engatusar a directores de periódico, presidentes del Gobierno y asiduos al IBEX 35. Y siguen encamados brindándose arrumacos, pero la escena se ha tornado forzada y no hay quien disimule el decorado de cartón piedra del fondo; se le ven las costuras al anuncio de compresas hiperfeliz que nos han vendido todos estos años. En 2008 cayó Lehman Brothers, entre medias la gente se cabreó y ahora el rey no se puede ir de farra y la monarquía sale goleada en las encuestas. Las penurias de vivir en la postransición. Todo es cuestionable. El trono, también.
El cuestionamiento, sin embargo, merodea muy cerca del rey pero sin adentrarse en la zona cero de la Casa Real. Todavía tenemos que acudir a la prensa en inglés para preguntarnos cómo ha podido el rey acumular su fortuna. Aunque el círculo se va cerrando y a su hija pequeña la han reimputado -la hija que no sabe nada del padre que no sabe nada- a pesar de que Rafael Spottorno se había travestido de Martirio, con carucha de pena y lagrimotas que pedían clemencia. Pero nada. Es todo muy raro. La pócima de Panoramix ya no funciona y los Reyes ya no viven como reyes.
En todo caso, a falta de enredar demasiado en las cuentas del rey, en España, país de chismes por encima de todas las cosas, hemos preferido husmear en sus pecados privados que, si nos atenemos a la lista de los programas más vistos de la televisión, son los pecados que importan, y los que pueden darte un disgustazo. Y el rey ya no puede cazar elefantes, le airean supuestas amigas para que no trasnoche y le han dicho que se dedique a reinar, que es lo más aburrido que tiene ser rey en España. Hace unos años a Juan Carlos le augurábamos una jubilación a lo Hugh Hefner y se le está quedando la vejez como la vida en un internado victoriano, con todo el mundo atreviéndose a organizarle la existencia y dándole la pelmada con que no tome vino blanco en las comidas (esto me lo chivó un camarero al que adoctrinaron para que no le sirviera vino blanco al rey “porque le sienta mal” y el rey, como hace todo hijo de vecino con lo que le sienta mal o demasiado bien, pidió que le llenaran la copa y el camarero se la llenó, que para eso es el rey y esto es España, cojones ya).
En fin, al rey se le ve tan mayor que hasta los acólitos lo quieren jubilar antes de que se lleve la institución real por delante con uno de sus titubeos. Porque el rey titubea en los discursos, y los periódicos -esto es lo nuevo- escriben la palabra titubeante como nunca se había escrito antes, muy a la tremenda, como si el cielo fuera a caer sobre nuestras cabezas. Y lo que ocurre es que el rey titubea por falta de luz en el atril. Lo afirma la Zarzuela y se lo hemos dicho a nuestras madres más de una vez cuando llegábamos piripis a casa con dieciséis años: “Ama, es que me han echado algo en el kalimotxo y había poca luz en el atril”. Algo en el kalimotxo, la luz me la enciendan, por favor… y el príncipe Felipe dándose cabezazos contra la pared y preparando el currículum por si hay que entregarlo en una empresa eléctrica.
Yo no soy experto en la Casa Real, pero el otro día mi abuela llegó tarde a la cena de Nochebuena y se perdió el discurso del rey en la tele. Algo insólito. Si a mi abuela se le pasa el discurso y ni siquiera puede decir “qué mayor está el rey” en Nochebuena, es que la monarquía está a puntito de caramelo. Así que mientras una parte de los monárquicos, los indiferentes y desapasionados, se despistan como mi abuela y ni les va ni les viene, la otra parte, la de los fans borbónicos, le recuerdan asustados al rey que lo mejor es abdicar a tiempo que ciento volando, no vaya a ser que la luz que se ve al final del túnel no sea la lámpara del atril ya reparada sino la luz republicana después de casi cuarenta años de monarquía en España.
Me contaba la anécdota uno de los asistentes a una cena que presidía la reina Sofía hace ya unos cuantos años, cuando la monarquía todavía era campechana. En la mesa en la que se sentaba la reina, la esposa de un político de renombre comenzó a despotricar sobre sus hijos adolescentes: “Los hijos lo quieren todo, la consola, el dinero, no quieren estudiar, lo quieren todo hecho en la vida”. Y remató su reflexión con el Premio a la Frase Bocachancla del Año: “¡Si es que ahora los hijos viven como… reyes!”. A continuación, silencio embarazoso de los comensales y Sofía tirando de trucos diplomáticos para sacar la conversación del atolladero.
Y tenía razón: los Reyes han vivido como reyes, más consentidos que admirados, entre algodones mediáticos, méritos exagerados y mimos con forma de yate. Pero esa vida de estrellas de rock se ha ido desvaneciendo a medida que dejaban de pincharse en España los grandes éxitos de la Transición. Las llamadas de la Zarzuela no achantan como antaño y entre sus logros recientes está que a la revista 'Hola' se le ha escacharrado el Photoshop de tanto darle al filtro 'papada cut'.