Blogs Opinión y blogs

Sobre este blog

MasterChef Junior o cómo reclutar becarios desde los 10 años

Mi hija mayor está entusiasmada con MasterChef Junior. Tiene sus concursantes favoritos, se ríe con las payasadas de Pepe, te recuerda que Eva está embarazada y flipa con los platos que preparan los críos. En su día nos hizo comprarle un libro de recetas del programa y tuvo una temporada en la que quería apuntarse al concurso, pero ya se le pasó esa fiebre. Y menos mal. Porque MasterChef Junior es divertido, emotivo, didáctico y... terrorífico.

Como no podía ser de otra manera esta semana en casa hemos visto la final (la hemos visto grabada porque el horario del programa no es nada junior, por cierto). Ha ganado Esther, una chavala majísima de 10 años, que en su menú final utilizó ingredientes sobre los que no había oído hablar en mi vida (y soy vasco, de cocina alguna cosilla sé). Hubo lágrimas, muchas lágrimas, y sonrisas en el punto de cocción exacto que exige un buen melodrama para que te haga sufrir lo justo sin que los buenos sentimientos pierdan su protagonismo. En fin, muy gaseoso y almibarado.

Y muy competitivo. Extremadamente competitivo. Los chavales sufren, lloran, padecen microataques de ansiedad (es que tú eres muy nerviosa, no te aturulles, les dicen los jurados), en ocasiones se mosquean entre ellos y luchan contrarreloj. Solo puede quedar uno. Como la vida misma, como la vida capitalista en la que vivimos que ya ni siquiera respeta zonas protegidas como la infancia. Todo es susceptible de convertirse en una carrera competitiva individualista. 

El programa tampoco se olvida de la máxima del American Way Of Life -en versión española graciosa y gazpachosa- de que todo el mundo puede lograr sus sueños y de que esos sueños pasan por triunfar, ganar y tener éxitos (y que tus competidores se queden por el camino, claro). La presentadora lo resumía perfectamente al final de esta edición: “Nos han demostrado que no hay edad para la cocina y que con trabajo y esfuerzo los sueños se hacen realidad”. Carnaza de coachers ultraliberales. Pese a que los medios nos embadurnan de historias de gente que se hizo a sí misma, numerosos estudios demuestran que la norma es que el ascenso social, económico y laboral está condicionado por la extracción social. Por la pasta que tengan tus viejos y los enchufes que te puedan conseguir. Cualquiera que haya superado los 40 años sabe además que, por lo general, para ‘triunfar de la nada’ hay que hacer algo ilegal.

Otra de las claves de MasterChef Junior es que se trata de un minilaboratorio del mundo laboral actual. Los miembros del jurado, chefs con estrellas michelín, utilizan ese sistema sociópata de castigo-recompensa que domina la vida en muchas empresas españolas. Un modo de gobernanza que consiste en apretar hasta hacer caer las resistencias de los currelas-concursantes, dañar su autoestima, humillarles  (en el caso de MasterChef Junior en versión light para todas las audiencias), para después abrazarlos y quererlos mucho, y animarles a continuar por el camino del sacrificio y el tesón. Puro chantaje y manipulación emocional.

No hay jefe bueno, decía el otro, y tiene pinta de que el gremio de los chefs de la alta cocina se lleva la palma. Recordemos que a pesar de su buenrollismo y amor por los productos de la tierra, sus campañas a favor de la salud y contra la guerra, sus chistes y sus reportajes laudatorios, los chefs de la alta cocina, en su mayoría, son una turba de explotadores. Sus negocios se mantienen gracias al trabajo de decenas de becarios que pasan por sus cocinas. Les pagan una miseria y a veces nada, los tienen alojados en cuchitriles durante meses, a turnos larguísimos que pueden llegar hasta las 16 horas, sin apenas tiempo para comer y dormir. En Euskadi , el sistema está tan perfeccionado que algunos de los cocineros que viven del sudor de los becarios forman parte del patronato del Basque Culinary Center que se los envía. Viva Rusia, pero la neoliberal de Yeltsin, supongo.

MasterChef Junior es La Masía de los becarios. Una cantera de la explotación. Para descubrir desde los diez años esos diamantes que pagarán por trabajar para ti. Una de las niñas de esta última edición explicaba el otro día algo así como que era feliz porque había demostrado que podía ser una cocinera profesional. No, no lo hagas. Huye de la alta cocina. Disfruta de la vida. “Un restaurante Michelin es un negocio que, si toda la gente en cocina estuviera en plantilla, no sería viable”, declaró en su día Jordi Cruz, uno de los jurados de MasterChef. Si para que no haya becarios tiene que desaparecer la alta cocina, que la alta cocina se extinga, por favor. 

Mi hija mayor está entusiasmada con MasterChef Junior. Tiene sus concursantes favoritos, se ríe con las payasadas de Pepe, te recuerda que Eva está embarazada y flipa con los platos que preparan los críos. En su día nos hizo comprarle un libro de recetas del programa y tuvo una temporada en la que quería apuntarse al concurso, pero ya se le pasó esa fiebre. Y menos mal. Porque MasterChef Junior es divertido, emotivo, didáctico y... terrorífico.

Como no podía ser de otra manera esta semana en casa hemos visto la final (la hemos visto grabada porque el horario del programa no es nada junior, por cierto). Ha ganado Esther, una chavala majísima de 10 años, que en su menú final utilizó ingredientes sobre los que no había oído hablar en mi vida (y soy vasco, de cocina alguna cosilla sé). Hubo lágrimas, muchas lágrimas, y sonrisas en el punto de cocción exacto que exige un buen melodrama para que te haga sufrir lo justo sin que los buenos sentimientos pierdan su protagonismo. En fin, muy gaseoso y almibarado.