Iker Armentia es periodista. Desde 1998 contando historias en la Cadena Ser. Especializado en mirar bajo las alfombras, destapó el escándalo de las 'preferentes vascas' y ha investigado sobre el fracking. Ha colaborado con El País y realizado reportajes en Bolivia, Argentina y el Sahara, entre otros lugares del mundo. En la actualidad trabaja en los servicios informativos de la Cadena Ser en Euskadi. Es adicto a Twitter. En este blog publica una columna de opinión los sábados.
Pongamos que hablo de Vitoria (no todo va a ser Madrid)
Vivo en una ciudad en la que, cuando vienen los reyes, las calles están más limpias de lo habitual. Como si fuera una película de Berlanga. No es broma. Esta semana ha estado en Vitoria la reina Letizia y los vecinos del barrio de Sansomendi en el que se celebró el acto no recordaban haber visto tantos trabajadores municipales de limpieza por la zona, en concreto, por la zona por la que pasó la reina, ya que en el resto del barrio ha seguido la limpieza (o suciedad) de todos los días.
Quién sabe si, gracias a ayuntamientos como el de Vitoria que tratan de agradar a sus majestades casi tanto como a sus súbditos, le hemos encontrado una utilidad práctica a la monarquía: mejorar la limpieza de nuestras ciudades. Ese será el primer punto de mi programa electoral el día que me presente a alcalde. Pondré un rey en cada barrio y lo llamaré Plan de Recogida de Residuos Sólidos Monárquicos.
Y el sábado viene Rajoy. Miedo da que limpien tanto que nos terminen fastidiando el teflón de las sartenes.
La de Letizia no ha sido la única visita real a Vitoria (sin contar a Juan Carlos, que pasa más tiempo en Vitoria que Alfonso Alonso): hace una semana nos visitó el rey Felipe para reabrir un Palacio de Congresos que el Ayuntamiento ha estado remodelando durante meses pero que no terminaba de alicatar y se le venían las elecciones encima. El Palacio se reabrió, pese a las obras, y con los trabajadores currando -fuera del convenio- fines de semana y festivos para no chafarle la foto al Gobierno del PP en Vitoria.
No es el único equipamiento que el PP va a abrir a las puertas de las elecciones. En Salburua, otro barrio de la ciudad, los trabajadores también se afanan los fines de semana para conseguir terminar un centro cívico antes del 18 de mayo, la fecha anunciada por el alcalde de la ciudad, Javier Maroto. En este caso, la historia es todavía peor. En ese centro cívico trabajaron entre 10 y 13 operarios que cobraban 1.000 euros por tres meses de trabajo con jornadas de casi doce horas y dormían en colchones en el salón de un piso patera.
El Ayuntamiento en un ejercicio de empatía que nunca será suficientemente valorado dijo que, aunque la obra era suya, los problemas laborales de los esclavos correspondían a la Inspección de Trabajo. Los esclavos, por supuesto, no eran de Vitoria. Venían de fuera y quizás por eso no merecían la comprensión del Ayuntamiento para el que estaban levantando un centro cívico. La comprensión suele ser para la gente de bien y, a ser posible, blanca.
En Vitoria siempre hemos mirado a Europa, aunque sea para mirar a Nigel Farage, como en el último año. Para que se hagan una idea, en Vitoria, el PP ha puesto en marcha un Plan de Defensa del Comercio Tradicional mandando a los inspectores a kebabs, locutorios y bazares chinos; el alcalde ha acusado a los vecinos magrebíes de venir a vivir del cuento y no querer trabajar, e incluso ha llegado a decir que los insultos racistas son “faltas de apreciaciones sustanciales”. A tal punto ha llegado la fobia institucional a lo diferente que el día que agredieron a un chaval por salir en defensa de los extranjeros, el Ayuntamiento en vez de ofrecerle su ayuda, filtró a los medios que era un chico conflictivo que había tenido broncas con anterioridad.
Ahora además tenemos nuevos enemigos: los vizcaínos y guipuzcoanos que, según el PP, nos están quitando el trabajo porque ellos hablan euskera y nosotros, no (yo hablo en euskera y castellano con mis hijas lo que supongo que hace que sea menos vitoriano de toda la vida que los vitorianos de toda la vida).
El alcalde que, atendiendo a las encuestas, seguirá gobernando Vitoria otros cuatro años ha arrancado con una campaña más susanista que Susana Díaz. Si amas a Vitoria, vótame. Los que critican Vitoria, no aman Vitoria. Si gano yo, gana Vitoria. Solo los que aman a Vitoria de verdad están llamados a entrar en las puertas del cielo. Amor, amor y amor para disimular tanto odio.
Vivo en una ciudad en la que, cuando vienen los reyes, las calles están más limpias de lo habitual. Como si fuera una película de Berlanga. No es broma. Esta semana ha estado en Vitoria la reina Letizia y los vecinos del barrio de Sansomendi en el que se celebró el acto no recordaban haber visto tantos trabajadores municipales de limpieza por la zona, en concreto, por la zona por la que pasó la reina, ya que en el resto del barrio ha seguido la limpieza (o suciedad) de todos los días.
Quién sabe si, gracias a ayuntamientos como el de Vitoria que tratan de agradar a sus majestades casi tanto como a sus súbditos, le hemos encontrado una utilidad práctica a la monarquía: mejorar la limpieza de nuestras ciudades. Ese será el primer punto de mi programa electoral el día que me presente a alcalde. Pondré un rey en cada barrio y lo llamaré Plan de Recogida de Residuos Sólidos Monárquicos.