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Un tractor para mirar a otro lado

Contaba hace un tiempo Alfonso Alonso que cierto día se le acercaron unos conocidos del PNV muy preocupados con la eclosión de Podemos. “Algo tendréis que hacer, que vienen los de Podemos”, le soltaron a Alonso y el exministro les recomendó que votaran al PP. Alonso soltó la anécdota en un mitin de la campaña de las elecciones generales del 26J. Votar al PP era la opción útil para frenar a los indignados, les venía decir, como si votar al PNV no lo fuera. Y también lo es.

Sobre el acuerdo PP-PNV de esta semana se han subrayado las necesidades cruzadas de ambos partidos como motor del pacto, como si fueran dos partidos condenados a la discordia, antagónicos, el agua y el aceite. Y es cierto que ambos se necesitan en el Parlamento vasco y en el Congreso de los Diputados -o mejor dicho, han decidido que se necesitan-, pero el acuerdo es también la plasmación de un espacio político compartido en favor del poder establecido y la visión empresarial de la vida, y contra las alternativas a las recetas neoliberales que llegan de Europa.

Portavoces de ambos partidos han pronunciado estos días con insistencia la palabra “estabilidad” para justificar el acuerdo. El portavoz del PNV en el Congreso, Aitor Esteban, parecía citar a Montoro cuando hablaba del peligro de mandar un mensaje nefasto a Europa y a los mercados. Unos son nacionalistas españoles y otros son nacionalistas vascos; unos, conservadores y otros, democristianos, etc. Tienen marcadas diferencias, sí, pero ambos se sientan en la misma mesa del establishment contra los cambios. En eso son aliados ahora mismo.

La discusión mediática está ahora mismo en si este acuerdo es muy bueno para Euskadi o es un pago en especie para hacer la vista gorda con la corrupción, y podrían ser las dos cosas al mismo tiempo. Pero, en todo caso, es un pacto que no sólo consiste en millones y trenes de alta velocidad: facilitar unos Presupuestos es también avalar a un Gobierno. Salvarlo o respaldarlo, según las circunstancias.

Con su voto, el PNV se ha convertido en un apoyo para un PP corrupto hasta las patas, que ha precarizado nuestras vidas con sus reformas laborales, que montó una policía política contra sus rivales políticos, que ha aumentado la desigualdad, que ha elaborado leyes ad hoc para reprimir las protestas ciudadanas. Y con su apoyo el PNV no solo vota el Euromillón que nos toca a los vascos, también el paquete en su conjunto de las políticas del PP que vienen reflejadas en los Presupuestos Generales del Estado, que también nos tocan a los vascos.

Mariano Rajoy, ese señor Miyagi de la política que explica mejor que nadie cómo funciona el país, decía esta semana en un acto con directivos: “Es importante saber manejarse en la vida, saber decir que sí, saber decir que no, saber mirar hacia otro lado cuando hay que hacerlo”. Antes Rajoy ya le había respondido al portavoz del PNV en el Congreso: “Si quieres grano, Aitor, te dejaré mi tractor”. Un tractor muy grande para mirar a otro lado. 

Contaba hace un tiempo Alfonso Alonso que cierto día se le acercaron unos conocidos del PNV muy preocupados con la eclosión de Podemos. “Algo tendréis que hacer, que vienen los de Podemos”, le soltaron a Alonso y el exministro les recomendó que votaran al PP. Alonso soltó la anécdota en un mitin de la campaña de las elecciones generales del 26J. Votar al PP era la opción útil para frenar a los indignados, les venía decir, como si votar al PNV no lo fuera. Y también lo es.

Sobre el acuerdo PP-PNV de esta semana se han subrayado las necesidades cruzadas de ambos partidos como motor del pacto, como si fueran dos partidos condenados a la discordia, antagónicos, el agua y el aceite. Y es cierto que ambos se necesitan en el Parlamento vasco y en el Congreso de los Diputados -o mejor dicho, han decidido que se necesitan-, pero el acuerdo es también la plasmación de un espacio político compartido en favor del poder establecido y la visión empresarial de la vida, y contra las alternativas a las recetas neoliberales que llegan de Europa.