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La fachada de la muerte

La pobre cubierta vegetal de la fachada del Palacio Europa me da una pena que no lo puedo soportar. No hay ni un solo vitoriano que la defienda. Salvo a sus ideólogos, a nadie más le gusta. Es como el pobre niño con quien todo el mundo se mete en el cole. El saco de las collejas. La oveja negra.

La pobre empezó a darme pena desde que fue diseñada y plantada y se enfrentó a su primer caluroso verano. Afloraron nunca mejor dicho los primeros problemas originados por una falta de descoordinación entre departamentos. La patata caliente pasaba de uno a otro con el resultado de una falta de riego que dejó a las pobres plantas más secas que el ojo de la tía Mingala, como diría mi suegra.

Vaya por delante que reconozco que quizá el dinero que costó el proyecto podría haberse invertido en otros asuntos más necesarios en estos momentos de crisis. El diseño fue ambicioso y buscaba representar la variedad de la flora del municipio de Vitoria. Pero teniendo en cuenta que desembolsamos dinero y más dinero sin rechistar para reflotar a nuestros grandes equipos deportivos, que nos gastamos la tela en tortillas de patata gigantes o que tenemos esculturas hasta en honor a Ken Follet, (de antepasados súper vitorianos, como todo el mundo sabe), pues no pensé yo que una idea como ésta nos fuera a escocer tanto. Y ya que nos hemos liado la manta a la cabeza y decididnos hacerla, digo yo que habrá que mantenerla...

La pobre cubierta también me da pena porque ni en un millón de años hubiera imaginado ella que iba a intentar crecer en una ciudad como la nuestra. Desde su inicio ha sido objeto de críticas y más críticas de los vitorianicos y vitorianicas que reprobaban su escasa frondosidad y lozanía. Si estuviera estupenda, quizá no seriamos tan duros con ella. Porque fachadas como esta las hay en muchos sitios, desde Madrid hasta Nueva York. Lugares que visitamos con la sandalia del turista y en los que nos inflamos a sacar fotos para darles el coñazo a los amigos a la vuelta una tarde de sábado, envidiosos de lo vanguardistas que son los europeos y lo mucho que tenemos que aprender de ellos. Fíjate, que hacen cubiertas vegetales para ahorrar energía en vez de esos edificios enfermos que nos cascamos nosotros en pleno parque de Salburua.

Los últimos ataques que ha recibido la pobre cubierta del Europa la han dejado herida de muerte. Su autor, el concejal del PNV, Alfredo Iturritxa, reputado experto en asuntos ambientales. Un hombre que lo mismo te da un diagnostico sobre la muerte de varios ciervos en Salburua (que ni los propios expertos pueden explicar) que, en una maniobra para nada electoralista, advierte de la plantación en la fachada vegetal del palacio de congresos de un par de especies gramíneas que van a hacer insoportable la primavera a los alérgicos de la ciudad. El horror de la rinitis en forma de planta está entre nosotros y a nuestra altura, lanzando sus venenos desde la fachada vegetal. Menos mal que el nacionalismo vendrá a salvarnos de esta guerra biológica e Iturritxa ya se ha calzado la capa de súper héroe anti estornudos.

Así somos. Y esta idiosincrasia nuestra se refleja en nuestros políticos, que en su desesperación ya hasta buscan el voto de los alérgicos (convivo con uno que se está haciendo cruces con este tema) y también es la de nuestros medios, que dedican más de media página a las ideas de bombero de nuestros prohombres. Con la de cosas de las que se pueden hablar, madredelamorhermoso....

La pobre cubierta vegetal de la fachada del Palacio Europa me da una pena que no lo puedo soportar. No hay ni un solo vitoriano que la defienda. Salvo a sus ideólogos, a nadie más le gusta. Es como el pobre niño con quien todo el mundo se mete en el cole. El saco de las collejas. La oveja negra.

La pobre empezó a darme pena desde que fue diseñada y plantada y se enfrentó a su primer caluroso verano. Afloraron nunca mejor dicho los primeros problemas originados por una falta de descoordinación entre departamentos. La patata caliente pasaba de uno a otro con el resultado de una falta de riego que dejó a las pobres plantas más secas que el ojo de la tía Mingala, como diría mi suegra.