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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

Acepto lunar como sol

Así llegamos donde estamos. No es que lo queramos, cierto es que en parte no. Tampoco es que no lo busquemos, que por otro lado, de alguna forma lo hacemos. Es que la ciudad avanza a merced de diversos factores, y de las oleadas de turistas en descapotables que van de excursión a Biarritz. Y así vamos.

Un día me siento en el autobús al lado de una mujer (me quiere parecer de Europa del Este) y de repente se pone a llorar. La pobre no ahoga el llanto en el gastado pañuelo de tela con el que se recoge el hipo, y se le ve: se le escapa el decoro. Nos miramos, y sin decir nada le cojo la mano. Le pongo tapón al momento con una sonrisa, y miro al frente. Le dejo espacio, todo el que hay entre asiento y asiento en un urbano. Un “muchísimas gracias” sustituyó su adiós en la parada del Buen Pastor. Malos tragos. Pero, es que es parte de lo que hay. Irremediablemente, o no, así vamos.

Como irremediable es el divorcio entre el verano y los meses de mayo, junio y julio y las segundas nupcias con agosto, septiembre y mediados de octubre. No siempre segundas partes no fueron buenas, sino que han permitido que las reconstrucciones de los desperfectos causados por la última ciclogénesis, realizadas en Mayo, no hayan molestado mucho. Eso sí. Si bien pasar la mano por la suave piedra rosa del reconstruido puente Maria Kristina es un nuevo placer para quien lo quiera, los desniveles que han dejado en las playas de Zurriola y Ondarreta parecen querer ser un mini-clon de la Dragon Khan.

Entre lágrimas y deseos se cuelan cine y moda en la tercera semana de septiembre más poblada de actividades de los últimos 10 años: con el Festival Internacional de cine, la jornada de Estilo SS, el City Street Festival, la Shoping Gauean, el Musika Parkean, y la nueva expo de San Telmo, Metrópolis (y seguro que me dejo algo). La ciudad es potaje con sacramentos. Hay para todos.

La cartera, la pobre, es la que no termina de emanciparse y la tenemos que llevar atada como a los perros: el billete de bus 1,65€, la hora de O.T.A (según zonas) 2,20€ de media (domingos incluídos) y la caña a 2,40€ o 3,10€ (no siempre, he de matizar) que eso ya me mata. Son todos éstos, precios que hacen de nosotros, lo que somos y a la ciudad. Y así vamos.

Pero hay que decirlo: a pié de barandilla, en la Concha, todo se olvida. La bruma de San Sebastián esconde una bahía coquetuela, encaprichada con resumir la esencia de esta ciudad. Por su paseo flotan turistas ojipláticos entusiasmados, exhalando el placer de descubrir la belleza por primera vez… Y este prisma me roba. Comparto esa emoción recoleta, respiro ese entusiasmo. Sé que hay mucho más en Donostia, pero dejo que la bahía me resuma a mí también. No le pongo tiritas. Así que acepto el lunar, como sol, y recorro mientras el resto de partes sensibles de la city. Porque San Sebastián es así, suaves poros y cicatrices. Y así vamos. Una realidad contada desde una emoción particular ¿cómo decirlo? Será semanal, breve y con encanto, espero. Aquí nace “Bahía entusiasmo”.

Así llegamos donde estamos. No es que lo queramos, cierto es que en parte no. Tampoco es que no lo busquemos, que por otro lado, de alguna forma lo hacemos. Es que la ciudad avanza a merced de diversos factores, y de las oleadas de turistas en descapotables que van de excursión a Biarritz. Y así vamos.

Un día me siento en el autobús al lado de una mujer (me quiere parecer de Europa del Este) y de repente se pone a llorar. La pobre no ahoga el llanto en el gastado pañuelo de tela con el que se recoge el hipo, y se le ve: se le escapa el decoro. Nos miramos, y sin decir nada le cojo la mano. Le pongo tapón al momento con una sonrisa, y miro al frente. Le dejo espacio, todo el que hay entre asiento y asiento en un urbano. Un “muchísimas gracias” sustituyó su adiós en la parada del Buen Pastor. Malos tragos. Pero, es que es parte de lo que hay. Irremediablemente, o no, así vamos.