Visionaria, creativa, escritora, investigadora. Expansiva, exploro ámbitos diversos y los traduzco en actividades de marketing y dinamización. Levanto piedras para encontrar nuevas especies y a veces, acabo metiendo la pata en su huella. Entre patrones, tacones, pasiones y fogones me muevo como pez en agua. La pluralidad en el gusto, mi bandera de maitines.
El ecopastoreo y la discordia
El ganado ovino se viene usando como sutil jardinero en los montes y bosques ibéricos desde hace siglos. Las cabras, de hecho, arrasan con hierbas, arbustos y lo que se les ponga por delante, así que de siempre han sido usadas como hábiles cortafuegos. En las ciudades europeas también llevan lo suyo, sobre todo en sitios como Francia, Bégica y Reino Unido. En España, desde principios de los 90, un tal Emilio Pereira, vecino de A Coruña, ya presentaba ovejas “desbrozadoras” y trabajaba en su cría, destinándolas, específicamente, para el mantenimiento de huertas, jardines y fincas particulares. En 2009 Google anunciaba que iba a poner a 200 cabras en sus jardines de California para la misma misión. En 2013 París apostaba por 140 de estos hervíboros para rasurar jardines.
A nadie le ha interesado hablar del ecopastoreo hasta que el olor ha llegado a nuestra puerta (a la del parque de Ametzagaña, para ser exactos). Que si las ovejas dan mala imagen, que si la ciudad se convierte en un baserri... ¡Menudas críticas más voraces!
Tras las lecturas he necesitado un momento de reflexión. En primer lugar, yo soy la primera a la que no le gustaría que la ciudad se llenase de bichos. La naturaleza finjida en un parque de mala muerte no es sitio para tenerlos, amén del estrés al que se les sometería con el trasiego de coches y gente, y por no hablar de que las ovejas, en concreto, son propensas a las pulgas y a las garrapatas (facilitando posibles problemas de salud pública en la urbe). Cualquier persona que quiera y entienda a los animales (como yo) sabe que la ciudad no es sitio para ellos. Otra cosa es llevarlos a este parque, que está en realidad incluso fuera de Intxaurrondo, separado por una carretera de 4 carriles, y donde la maleza es realmente espesa, y el terreno amplio. Habría que ver qué programa de migración tienen previsto para las ovejas (porque no se pueden tener mucho tiempo en el mismo espacio porque acaban arrasando la tierra), el mantenimiento, etc.
En todo caso, mis dudas sobre el ecopastoreo en la ciudad no tienen nada que ver con que me avergüence del ganado ovino. Eso de que las “ovejas dan mala imagen”, o que el planteamiento del “ecopastoreo” convierte a la ciudad en “esto” me parecen tremendas declaraciones.
Yo, aunque soy una gran urbanita (en anteriores columnas he hablado de la maravilla de jardines que tenemos y que adoro ir y venir por las limpias calles de esta ciudad de asfalto y mar), no comparto esos comentarios públicos en los que se menosprecia a un animal que es base y pilar de nuestra cultura gastronómica y agraria. Amparándonos en que somos una ciudad con visibilidad internacional, y en ese título de caducidad anunciada San Sebastián Capital Europea de la Cultura, muy pronto nos sacudimos los orígenes rurales y pesqueros, ambos pestilentes, y gracias a los cuales esta capital también lo es a nivel mundial de la gastronomía. ¿Qué sería de San Sebastián sin las ovejas que dan su queso y sin el puerto que huele a pescado? Ahora va a resultar que lo de pueblo y el trabajo físico es de segunda y lo de ciudad de primera ¡Acabáramos!
Pues señores, a mí las ovejas no me avergüenzan, ni me dan mala imagen, ni me parece que conviertan a San Sebastián en nada que no sea ya. A mí, (particularmente a mí) las ovejas no me dan vergüenza, como no me la dan los caballos que defecan en el Central Park de Nueva York. Son parte de la historia y la traidición gipuzkoana y no incumplen ningún derecho humano, ni traen a mi memoria recuerdos de dolor, como lo hacen otras cosas, y me aguanto. No entiendo eso de que las “ovejas dan mala imagen”. Para hacer ecopastoreo en la ciudad hay que tener en cuenta muchos factores, pero a mí entender, son de seguridad, salud, económicos... no de imagen.
Lo que sí que da mala imagen son estas polémicas. Ciudades donde se escupen acusaciones clasistas que rompen, atomizan y dividen las opiniones y sentires del pueblo, clasificando indirectamente a los ciudadanos de primera y de segunda. Es una pena que las clases políticas no abracen la naturaleza real de San Sebastián: rural, pesquera, reconstuida sobre el fuego, y abierta al mundo por el mar. Ni solo hay que mirar hacia adentro, ni solo hay que mirar hacia afuera. Si se abrazase la diversidad, la pluralidad, y la tradición, gozaríamos de una Donostia más completa, desarrollada y evolucionada. Así, ni ecopastoreo, ni siega automatizada. Estamos como los hijos de un matrimonio divorciado que se pelea por la custodia compartida. Desorientados, confundidos, y con un futuro incierto. A ver si encontramos el término medio de una vez, que el césped tapa ya las flores.
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Visionaria, creativa, escritora, investigadora. Expansiva, exploro ámbitos diversos y los traduzco en actividades de marketing y dinamización. Levanto piedras para encontrar nuevas especies y a veces, acabo metiendo la pata en su huella. Entre patrones, tacones, pasiones y fogones me muevo como pez en agua. La pluralidad en el gusto, mi bandera de maitines.