A pesar de que tiendo a quererme me cuesta definirme y decir lo que soy. Periodista, empresario, analista, abogado economista, politólogo, ... Me gustan poco las etiquetas pero me quedo con la de ciudadano activo y firme defensor de la libertad de prensa. He trabajado en la tele y en alguna revista, salgo de vez en cuando en la radio pero lo sitios donde más tiempo he trabajado han sido el Gobierno vasco y el diario El País. Lo que siempre he buscado en el trabajo es divertirme y que me dé para vivir.
El final de la inocencia
Las elecciones generales están a la vuelta de la esquina y los actores, los partidos, que forman el panorama político español están claramente definidos. Solo queda esperar y ver si dentro de seis meses el Gobierno de España cambia de manos o permanece a la sombra del actual presidente de Gobierno, Mariano Rajoy. Es España un país apasionado donde se desprecia muchas veces la política, pero en el que a nadie le deja frío.
Nuestra historia común ha demostrado en más de una ocasión que la firmeza en la defensa o en la creencia de nuestras posiciones políticas nos lleva a negar al adversario y verlo como a un enemigo a batir. Este planteamiento siempre me ha parecido peligroso, porque más allá de las creencias no creo en verdades absolutas. No comparto el planteamiento de que todo aquel que milita o defiende una opción contraria a la de uno es un ser perverso y peligroso. Creo que existen gentes decentes en todas las opciones políticas democráticas; personas que defienden intereses plurales que consideran lo mejor para la sociedad. De la misma manera que considero que en todas las opciones, y digo todas, las nuevas y las viejas, hay sinvergüenzas que se aprovechan del sistema. Por desgracia, el uso de la picaresca o corruptelas no es exclusivo de la política. Es transversal a la sociedad, solo que tiene un plus de repugnancia cuando se hace con los dineros de todos.
Los ciudadanos iremos a votar y cada uno tendrá derecho a elegir su papeleta. No todos saldremos contentos, pero el resultado más o menos acertado será legítimo. Será aquel que hayan decidido los ciudadanos. Es el voto el único mecanismo en democracia de poner y quitar gobiernos. El derecho a la manifestación y protesta es legítimo. Lo que no lo es en un sistema democrático es el cambio violento del sistema (alzamientos militares, revoluciones,…). Pueden parecer representativos pero nunca se saben si lo son porque no cuentan con la opinión directa que implica el voto.
España se enfrenta a retos y oportunidades. Es aún un país del grupo de los ricos, pero ha visto cómo la crisis ha fracturado la sociedad y sus sistemas de bienestar. Quien gobierne tendrá como principal desafío recuperar la economía, pero especialmente evitar la pérdida de cohesión del país. El desafío es inmenso y para lograrlo nadie va a poder hacerlo solo. Lo único que parece claro en este momento es que no se construirán mayorías absolutas únicas y que el Gobierno va a precisar de los acuerdos entre diferentes. Ese es el desafío.
Lo que sí tengo claro es que la edad de la inocencia ha pasado. Todos los partidos, tras las elecciones municipales y autonómicas, han tomado posición y los ciudadanos lo han visto. Más aún, los ciudadanos van a tener tiempo para ver si sus sueños políticos son posibles o si existen decepciones. Algunos dirán que son las elecciones más importantes de nuestra historia. No me lo creo, pero sí son importantes. Veremos, pero la clave está en no equivocarse porque la ciudadanía admite pocos errores.
Las elecciones generales están a la vuelta de la esquina y los actores, los partidos, que forman el panorama político español están claramente definidos. Solo queda esperar y ver si dentro de seis meses el Gobierno de España cambia de manos o permanece a la sombra del actual presidente de Gobierno, Mariano Rajoy. Es España un país apasionado donde se desprecia muchas veces la política, pero en el que a nadie le deja frío.
Nuestra historia común ha demostrado en más de una ocasión que la firmeza en la defensa o en la creencia de nuestras posiciones políticas nos lleva a negar al adversario y verlo como a un enemigo a batir. Este planteamiento siempre me ha parecido peligroso, porque más allá de las creencias no creo en verdades absolutas. No comparto el planteamiento de que todo aquel que milita o defiende una opción contraria a la de uno es un ser perverso y peligroso. Creo que existen gentes decentes en todas las opciones políticas democráticas; personas que defienden intereses plurales que consideran lo mejor para la sociedad. De la misma manera que considero que en todas las opciones, y digo todas, las nuevas y las viejas, hay sinvergüenzas que se aprovechan del sistema. Por desgracia, el uso de la picaresca o corruptelas no es exclusivo de la política. Es transversal a la sociedad, solo que tiene un plus de repugnancia cuando se hace con los dineros de todos.