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La soberbia política

Uno de los grandes pecados de la política y de los políticos es la soberbia. Y lo malo que tiene la soberbia es que cuando se cae en ella el afectado no es consciente de cuánto la está fastidiando. Se encierra en una burbuja en la que no concibe el error y no encuentra a nadie que se lo haga ver y, si lo encuentra, posiblemente le eche a un lado. ¡Qué malos son los consejeros que adulan y no terminan de decir la verdad! Y ¡qué malos los líderes que se rodean de meros aduladores! Esto que acabo de escribir puede parecer de Perogrullo, pero es lo que hay.

Pienso estos días en Rosa Díez, a quien conocí en 1997 cuando era consejera de Comercio, Consumo y Turismo del Gobierno Vasco en representación del Partido Socialista de Euskadi, bajo la presidencia del lehendakari José Antonio Ardanza, del PNV. Este no fue el primer cargo relevante de ella, una política profesional. Ya sé que es funcionaria desde el año 1973, pero también que poco tiempo ha debido ocupar su plaza. En 1977 ya era afiliada socialista y dos años después, diputada foral en Bizkaia. Desde entonces no se ha bajado nunca del tiovivo de la política. Unas veces en el caballito, otras en la carroza, en el cerdito… Lo importante era seguir dando vueltas. El símil del tiovivo no es mío, se le atribuye a uno que fuera destacado dirigente socialista.

No tengo nada contra los políticos profesionales y tampoco contra la señora Díez, a la que vi perder las primarias en Euskadi contra Nicolás Redondo Terreros para ser candidata socialista a lehendakari, perder contra José Luis Rodríguez Zapatero en su lucha por la secretaría general del PSOE, ser la cabeza de lista del PSOE al Parlamento Europeo, romper con su partido de siempre y crear su partido, UPyD. Es cierto que vivió y padeció los años duros de ETA, como todos los socialistas y populares que se atrevieron a dedicarse a la política aquellos años. La memoria es frágil, pero fue ayer cuando las dos grandes formaciones nacionales no encontraban gente para completar sus listas. Todo mi respeto a quien se jugó la vida por la libertad aquellos años de plomo y silencio social.

Se presentó en sociedad como savia nueva, como alguien que planteara otra política. En cierta medida anticipó el mensaje de Podemos y los otros, esos señores de la casta. Pero era falso porque siempre había estado en el tiovivo. Igual que siempre han estado en política muchos de los principales dirigentes de Podemos. Otra cosa es que estuvieran militando en organizaciones poco relevantes.

Rosa cumplirá en breve 63 años, ya cerca de su jubilación. Es diputada en el Congreso por UPyD. Es la lideresa del partido que impulsó y se enfrenta a un abismo sobre el que no quiere perder el control ni ceder protagonismo. Se negó a Ciudadanos, que parece haberle robado el espacio electoral, y peca de soberbia. Y no es la primera vez en una larga carrera política que inició a los 25 años. A muchos conocidos míos les sonaba bien su discurso político, pero mucho me temo que ha sido y es un discurso en el que su persona ha estado por delante de todo. Rosa siempre ha querido mandar.

Uno de los grandes pecados de la política y de los políticos es la soberbia. Y lo malo que tiene la soberbia es que cuando se cae en ella el afectado no es consciente de cuánto la está fastidiando. Se encierra en una burbuja en la que no concibe el error y no encuentra a nadie que se lo haga ver y, si lo encuentra, posiblemente le eche a un lado. ¡Qué malos son los consejeros que adulan y no terminan de decir la verdad! Y ¡qué malos los líderes que se rodean de meros aduladores! Esto que acabo de escribir puede parecer de Perogrullo, pero es lo que hay.

Pienso estos días en Rosa Díez, a quien conocí en 1997 cuando era consejera de Comercio, Consumo y Turismo del Gobierno Vasco en representación del Partido Socialista de Euskadi, bajo la presidencia del lehendakari José Antonio Ardanza, del PNV. Este no fue el primer cargo relevante de ella, una política profesional. Ya sé que es funcionaria desde el año 1973, pero también que poco tiempo ha debido ocupar su plaza. En 1977 ya era afiliada socialista y dos años después, diputada foral en Bizkaia. Desde entonces no se ha bajado nunca del tiovivo de la política. Unas veces en el caballito, otras en la carroza, en el cerdito… Lo importante era seguir dando vueltas. El símil del tiovivo no es mío, se le atribuye a uno que fuera destacado dirigente socialista.