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La única fe verdadera

“¿Eres cristiano? Sí, soy cristiano por la gracia de Dios?”. Recuerdo con cierta nostalgia aquellos catecismos de la EGB, hace 40 años, en los que había preguntas y respuestas, como la que figura entre comillas, que estábamos obligados a memorizar. Me gustaría recuperar alguno de aquellos libros que nos mostraban que la fe católica era la verdadera. No soy experto en religiones y menos en la formación en las mismas, pero entiendo que los fieles de las tres grandes religiones monoteístas creen firmemente en que su religión es la verdadera, independientemente de que Jehová, Dios y Alá sea el mismo. En el nombre de todas ellas se han cometido atrocidades y se han hecho cosas buenas, pero la evolución no discurre en paralelo.

Los lamentables atentados de París han vuelto a colocar en primera línea el terrorismo justificado en la religión y en Dios. Estoy convencido de que a muchos creyentes cristianos no les agrada ver una caricatura de su Dios. Es respetable que no les guste, pero eso no les lleva a matar a nadie. Sencillamente les puede llevar a criticar una publicación y a no comprarla, pero no a más. La libertad de expresión no ampara la difamación, pero sus límites deben estar en la ley en un Estado de derecho.

Probablemente en pleno Siglo de Oro español las cosas no hubieran sido así, tampoco en el franquismo, porque el concepto tolerancia no existía y no había habido una evolución del cristianismo. Recordemos que España expulsó a judíos y musulmanes. Hay cientos de miles de musulmanes que rechazan los dibujos de Alá o del profeta Mahoma, pero que no matarían por ellos, pero hay unos sectores extremistas que no piensan así e invocan la Yihad, la guerra santa y la posibilidad de utilizar la violencia, de matar para defender su posición. Es sinceramente un problema cultural y de evolución, una cuestión de tolerancia.

Hace unos años, en un viaje a Jerusalén y de paseo con un amigo por los barrios ultraortodoxos de la ciudad santa, nos insultaron y escupieron porque no éramos bien recibidos en la zona. Mi amigo, corresponsal entonces de un periódico español, me explicó que era lo normal. Intolerancia, pero claro, un escupitajo frente a un asesinato parece la nada. El problema es que unos sujetos han asesinado por una religión y nos han llevado a los momentos más oscuros de todas las religiones.

Soy partidario de los estados laicos y de la separación absoluta entre las iglesias, de cualquier tipo, y los estados. Algo que parece evidente, pero no lo es. España es aconfesional, pero da prioridad por la historia a una religión frente a otras. Este es un ajuste pendiente que debe llegar. La religión debe quedar en la esfera de lo privado. Sin embargo, vuelvo a preguntarme por la religión verdadera y recuerdo al periodista Miguel Ángel Bastenier, que siempre predicaba que la verdadera era la “nuestra”, el cristianismo. No hablaba de creer o no en Dios. Hablaba del fenómeno ideológico, cultural, sociológico e histórico que son las religiones y cómo la democracia y las revoluciones liberales que llevaron a los estados democráticos europeos y americanos desarrollados, los mayores espacios de bienestar y libertad del mundo, pese a sus deficiencias, se enmarcan en el ámbito de influencia de la religión cristiana. Al menos al día de hoy me quedo con este legado donde prácticamente nadie mata en nombre de Dios, y menos invoca una guerra santa en su nombre.

Que nadie nos prive de la libertad de expresión, que nadie nos prive de la libertad.

“¿Eres cristiano? Sí, soy cristiano por la gracia de Dios?”. Recuerdo con cierta nostalgia aquellos catecismos de la EGB, hace 40 años, en los que había preguntas y respuestas, como la que figura entre comillas, que estábamos obligados a memorizar. Me gustaría recuperar alguno de aquellos libros que nos mostraban que la fe católica era la verdadera. No soy experto en religiones y menos en la formación en las mismas, pero entiendo que los fieles de las tres grandes religiones monoteístas creen firmemente en que su religión es la verdadera, independientemente de que Jehová, Dios y Alá sea el mismo. En el nombre de todas ellas se han cometido atrocidades y se han hecho cosas buenas, pero la evolución no discurre en paralelo.

Los lamentables atentados de París han vuelto a colocar en primera línea el terrorismo justificado en la religión y en Dios. Estoy convencido de que a muchos creyentes cristianos no les agrada ver una caricatura de su Dios. Es respetable que no les guste, pero eso no les lleva a matar a nadie. Sencillamente les puede llevar a criticar una publicación y a no comprarla, pero no a más. La libertad de expresión no ampara la difamación, pero sus límites deben estar en la ley en un Estado de derecho.