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La coronel María Rementeria Llona. Mujeres en guerra junto a los EEUU

La lucha de la mujer por la participación en la sociedad estadounidense en términos de igualdad —desde el derecho al voto, conseguido en 1920, e igualando a las mujeres con los hombres en derechos y responsabilidades derivados de su plena ciudadanía, a los derechos sociolaborales (acceso al mercado laboral o igualdad salarial)- tuvo un cierto empuje (ciertamente efímero) durante la Segunda Guerra Mundial (SGM). Es aquí, y más allá de trabajos de oficina, hostelería o limpieza, cuando un gran número de mujeres accede por primera vez al mercado de trabajo o, también por primera vez, a trabajos reservados hasta entonces exclusivamente a hombres, quienes se encontraban movilizados por los esfuerzos de la guerra. La economía de guerra necesitaba desesperadamente la mano de obra de las mujeres y estas participaron orgullosamente como el personaje ficticio de 'Rosie the Riveter' (Rosie la remachadora) en todo tipo de trabajos —ya fuese como conductoras de ambulancias, autobuses, trenes o tranvías, mecánicas o ingenieras y/o en factorías destinadas a la maquinaria de guerra, construyendo barcos, aeroplanos o fabricando armas o municiones, entre otros materiales-, aunque en condiciones laborales deficitarias (alta peligrosidad, dureza del trabajo e insalubridad) y de desigualdad con respecto a sus compañeros hombres, por ejemplo, con salarios mucho más bajos, y en un contexto en el que algunos hombres respondieron con hostigamiento y resistencia hacia sus nuevas compañeras.

 

La comunidad vasco-americana, al igual que el resto de la sociedad estadounidense, tomó parte activa en el esfuerzo de guerra. Como hemos visto las mujeres fueron una pieza clave en la economía de guerra, tanto en su dimensión civil como militar. Entre las primeras contamos con la californiana Benita Serrano Cartago, nacida en 1923 en el rancho ovino de la localidad de Huron, propiedad de sus padres, quienes habían emigrado desde Navarra. Con 19 años se trasladó a Stockton (California), donde trabajó hasta el final de la guerra como soldadora, viviendo según ella “algunos de los momentos más divertidos de su vida” (1). Benita recibió el Premio ‘NAVY E’ por su excelente trabajo en el astillero. Falleció con 95 años en 2019 en Fresno (California). Del mismo modo, durante la guerra Felisa Caballero Errotaberea —nacida en Chino (California) en 1920 de padres también navarros- trabajó como asistente en una gasolinera y en piezas de remachado para la empresa constructora de aviones Douglas Aircraft en su localidad natal. Falleció a la edad de 96 años en 2016 en Spokane (Washington).

Otras mujeres de la comunidad vasca optaron por incorporarse a las fuerzas armadas, prototipo indiscutible de la masculinidad. Cerca de 350.000 mujeres estadounidenses sirvieron voluntariamente, tanto en el país como en el extranjero, en los cuerpos militares (auxiliares) creados ad hoc al inicio del conflicto y que fueron adscriptos a las distintas ramas militares. El objetivo era liberar a los soldados de todos aquellos trabajos no combatientes (desde trabajos administrativos a operadores de radio o pilotos de aviones) para que pudieran ser traslados al frente. Estos nuevos cuerpos militares se unieron a los tradicionales de enfermería de la Armada y el Ejército, constituidos por un gran número de mujeres. Sin embargo, esta incorporación seguía los mismos patrones (morales) discriminatorios y de desigualdad de la propia sociedad civil de la época, conforme a la noción que estimaba que el lugar más adecuado de la mujer era el hogar. Las mujeres soldado tuvieron que vencer la resistencia y desdén de familiares, amigos y de la sociedad en general y la visión que tenían de ellas como una amenaza al estatus del hombre (soldado).

Por ejemplo, dentro de la comunidad vasca del Estado de Idaho, predominantemente de origen vizcaíno, hay un importante grupo de mujeres que sirvieron en las diferentes ramas militares. En el cuerpo de reserva de mujeres de la Armada, oficialmente llamado Mujeres Aceptadas para el Servicio Voluntario de Emergencia (Women Accepted for Volunteer Emergency Service, WAVES) se encuentra Lidia Magdalena Uranga Sabala, nacida en Boise (Idaho) en 1918 de padres vizcaínos. Estudió en el Boise Junior College, donde obtuvo el certificado de enseñanza. Unas 84.000 mujeres alistadas en el WAVES durante la guerra recibieron desde el principio de su creación en julio de 1942 el mismo estatus que los reservistas hombres. Lidia se alistó en 1943 y fue enviada a formarse al Hunter College en Nueva York y de ahí a la Estación Aérea Naval de Atlanta (Georgia), donde se graduó como instructora del simulador aéreo “Link”. Finalmente, Lidia fue destinada a la Estación Aérea Naval de Bunker Hill, en Indiana, donde trabajó como Especialista (Profesora) de Segunda Clase, formando parte del Escuadrón de Patrulla 19. Enseñó a manejar instrumentos de vuelo como instructora del simulador de control de aviones 'Link', trabajo que consistía en dar consejos a un oficial que estaba realizando comprobaciones en el simulador. Lidia fue licenciada en 1945 y falleció en su ciudad natal a la edad de 80 años. Las mujeres se convirtieron en parte permanente de la armada en 1948.

En el Cuerpo de Mujeres del Ejército (Women’s Army Corps, WAC), hemos identificado a Beatrice Mendiola Ostolaza y a Mary Osa Echevarria, ambas nacidas de padres vizcaínos en 1921, en Ontario (Oregón) y en Twin Falls (Idaho), respectivamente. Fueron dos de las aproximadas 150.000 mujeres que se alistaron en el WAC, establecido en mayo de 1942, y que proporcionaba el mismo estatus militar y beneficios que el de los hombres —pero con una paga menor hasta septiembre de 1943 cuando por fin se igualaron, lo que supuso un gran avance teniendo en cuenta que en la industria civil las mujeres recibían un salario mucho menor que el del hombre por realizar el mismo trabajo-. Beatrice se alistó en 1943 en Salt Lake City (Utah) y fue una de las primeras chicas vascas de Boise en hacerlo, mientras Mary lo hizo en San Francisco (California) en 1944. Tras recibir un curso de formación intensiva en Camp Rushton (Luisiana), Beatrice fue enviada a Camp Breckenridge (Kentucky) y finalmente a Columbus (Ohio), donde se licenció con el grado de sargento. Mary falleció en 1991 en Santa Rosa (California), a la edad de 69 años. Beatrice murió con 94 años en 2016 en Cleveland (Ohio). En 1978, el Ejército abolió el WAC e integró completamente a las mujeres en sus filas.

En el Cuerpo de Enfermeras del Ejército (Army Nurse Corps, ANC), creado en 1901 —originariamente sin rango militar, paga o beneficios similares a los de sus compañeros soldados hasta junio de 1944-, tenemos a Angelina Landa Portillo, nacida en 1914 en Merced (California) de padre navarro y madre californiana, y a María Benita Rementeria Llona, nacida en 1917, en Hagerman (Idaho), de padres vizcaínos. El ANC contó con más de 57.000 mujeres en sus filas durante la SGM. Angelina, enfermera desde 1938 en el Hospital General de Fresno, se unió al ANC en 1941. Según su archivo militar personal, primeramente, fue enviada a Fort Ord, Marina (California) (Unidad de Comando del Servicio Hospitalario), permaneciendo allí hasta el 26 de diciembre de 1942. Desde principios de enero de 1943 hasta febrero de 1944, trabajó en el hospital de la Base Aérea de Pendleton en Oregón, principalmente como enfermera quirúrgica. Debido a su excelente capacidad de rendimiento Angelina fue enviada al 81º Hospital General del Ejército, con sede en Rhydlafar, Cardiff (Gales) a mediados de 1944, y se ocupó de las bajas de la Batalla de Normandía. Fue licenciada con honores en enero de 1945 con el grado de teniente. Falleció en 1981 en San Francisco a la edad de 67 años.

 

María Benita Rementeria Llona se graduó como enfermera en el Hospital St. Alphonsus de Boise en 1938. Desde principios de 1940 y hasta probablemente 1943, trabajó como enfermera en el Hospital Marine de Seattle (Washington) que servía a veteranos de guerra, marinos mercantes y guardacostas, entre otros. En 1943, María se alistó en el Cuerpo de Enfermeras del Ejército. En marzo de 1944 fue enviada a Australia, sirviendo como teniente en la campaña de Nueva Guinea hasta el final de la guerra. Tanto el clima tropical como las enfermedades que le acompañan hacían aún más difícil el trabajo de María y sus compañeras. La malaria o el dengue producían más bajas que las propias del fuego enemigo. El Idaho Sunday Statesman del 13 de agosto de 1944 informaba como María “estaba viviendo en condiciones primitivas para salvar la vida de los heridos”. En una carta remitida a sus padres, Benito y Luciana, María se congratulaba del avance de la guerra: “La noticia de la invasión fue recibida aquí con gran alegría. Y ahora nuestros deslumbrantes avances en el teatro [de operaciones del Pacífico] mantienen altas nuestras esperanzas. Pero cuando escucho a los pacientes cuán cautelosos y astutos son los japoneses, todavía hay una lucha dura y constante por hacer”. Al finalizar la SGM, María, con rango de capitán, continuó su carrera militar médica en el Cuerpo Comisionado del Servicio de Salud Pública de Estados Unidos —el servicio federal uniformado del Servicio de Salud Pública de EEUU, formado solo por oficiales comisionados no combatientes-. María se jubiló con el rango de coronel del Ejército. A fecha de hoy, se trata de la mujer de origen vasco con mayor rango militar que hemos identificado en nuestra investigación sobre la presencia vasca en las fuerzas armadas estadounidenses de la SGM. Falleció en Boise en 2000 con 83 años. Su hermano David había perdido la vida en Inglaterra en 1944 al estrellarse su “Fortaleza Volante” cuando despegaba para realizar una misión de combate.

Simbólicamente, las 'Rosie' de la SGM y aquellas incorporadas a las diferentes ramas de las fuerzas armadas demostraron al conjunto de la sociedad americana y a las élites sindicales, políticas y socioeconómicas del país que estaban tan capacitadas como los hombres para realizar, satisfactoriamente, todo tipo de labores fuera del hogar, tanto en tiempo de guerra como de paz. La generación de 'Rosie the Riveter' hizo repensar, brevemente, las ideas preconcebidas sobre género, los estereotipos y roles asignados a hombres y a mujeres por la sociedad y la tradición. Aun así, otros factores como el color de la piel, la etnicidad, la clase o la religión seguían profundamente dividiendo a la sociedad estadounidense y al propio movimiento obrero. Tristemente, la década de 1950 pronto hizo olvidar la crucial participación de la mujer en el mercado laboral tan solo unos años antes, ya que volvía a ser relegada a un papel meramente doméstico alejada de los trabajos “poco convencionales” de la guerra. Setenta y cinco años después la lucha continua.

A través del presente artículo la Asociación Sancho de Beurko quiere homenajear y reconocer la contribución de las mujeres en el éxito de la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial. Este artículo es en sí un primer paso en la visibilización de las mujeres estadounidenses de origen vasco durante este periodo crucial en nuestra historia contemporánea.

(1) Obituario de Benita Serrano publicado en el Fresno Bee el 13 de enero de 2019.

La lucha de la mujer por la participación en la sociedad estadounidense en términos de igualdad —desde el derecho al voto, conseguido en 1920, e igualando a las mujeres con los hombres en derechos y responsabilidades derivados de su plena ciudadanía, a los derechos sociolaborales (acceso al mercado laboral o igualdad salarial)- tuvo un cierto empuje (ciertamente efímero) durante la Segunda Guerra Mundial (SGM). Es aquí, y más allá de trabajos de oficina, hostelería o limpieza, cuando un gran número de mujeres accede por primera vez al mercado de trabajo o, también por primera vez, a trabajos reservados hasta entonces exclusivamente a hombres, quienes se encontraban movilizados por los esfuerzos de la guerra. La economía de guerra necesitaba desesperadamente la mano de obra de las mujeres y estas participaron orgullosamente como el personaje ficticio de 'Rosie the Riveter' (Rosie la remachadora) en todo tipo de trabajos —ya fuese como conductoras de ambulancias, autobuses, trenes o tranvías, mecánicas o ingenieras y/o en factorías destinadas a la maquinaria de guerra, construyendo barcos, aeroplanos o fabricando armas o municiones, entre otros materiales-, aunque en condiciones laborales deficitarias (alta peligrosidad, dureza del trabajo e insalubridad) y de desigualdad con respecto a sus compañeros hombres, por ejemplo, con salarios mucho más bajos, y en un contexto en el que algunos hombres respondieron con hostigamiento y resistencia hacia sus nuevas compañeras.