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Nacionalistas vascos entre mineros. Tres gudaris de Ortuella en la Guerra Civil

Sin duda, la segunda muerte es el olvido, e incluso hay quien se acoge a un eufemismo para decir lo mismo, como que es la propia muerte del recuerdo lo que nos lleva a ello. Pero esta reflexión viene a cuento porque en la Asociación Sancho de Beurko creemos que perpetuar el recuerdo de una generación de vascos que defendieron unos ideales de justicia e igualdad no está relacionada con el culto a la vanidad de nadie —una vanidad que sabemos que ello/as no tenían, sino no estaríamos hablando de esto aquí, pues se trata de historias desconocidas que han sido entresacadas con mucho esfuerzo de la memoria familiar-, ya que creemos firmemente, como la reflexión que nos propone el maestro de cineastas John Ford en El hombre que mató a Liberty Valance, que nuestra sociedad actual, al igual que aquella que se forjó en el 'salvaje' Oeste de los EEUU, tiene contraída una deuda de gratitud que no puede pasar por el olvido (1). El fin último de nuestro trabajo es que los materiales que aportamos en este blog sirvan para componer un trasunto de toda esta generación, la que creció entreguerras, un periodo en el que la vieja Europa se convirtió en el campo de batalla de todas las ideologías.

Entre ellas también estaba el nacionalismo vasco, que había evolucionado desde el integrismo inicial de su nacimiento, a finales del siglo XIX, hacia una postura más pragmática que llevaba aparejada una “progresiva participación institucional y apertura”. Una organización política, el EAJ-PNV, que iría dando pasos hacia una verdadera “democracia de partidos en la sociedad vasca” (2), si bien su catolicismo y la defensa del proyecto estatutario (incluso en solitario, aunque llegase a compartir con la derecha más rancia y agónica el proyecto del Estatuto de Estella), que no hicieron propio las izquierdas hasta fecha muy tardía, le llevó a chocar con estas, claramente revolucionarias, algo que en la Zona Minera de Bizkaia se manifestaría con bastante crudeza. Aquí, donde las condiciones de vida de los trabajadores eran más duras, ser nacionalista vasco, por ser ideología minoritaria y abundar los pistoleros de izquierda, tenía algo de heroico (otro día hablaremos del otro nacionalismo más republicano y aconfesional, el de Acción Nacionalista Vasca [ANV]), dándose incluso casos de enfrentamientos armados en Ortuella, Trapagaran y otras localidades. Un territorio donde —además del socialismo, mayoritario-, llegó a asentarse el comunismo de manera firme antes de la Guerra Civil, conformando una identidad colectiva que le llevó a ser conocido como 'Pequeña Rusia'.

Pero este blog es hijo de la generosidad de mucha gente y tiene como máxima aportar a la sociedad vasca lo que recibe. No es la primera vez que hacemos referencia a Joseba Iribar, infatigable historiador local de Trapagaran y su entorno más inmediato, una zona en la que se aúnan lo industrial, lo minero y lo agrícola. En esta ocasión ha tenido la gentileza de compartir con nosotros la información obtenida en sendas entrevistas a los familiares de dos nacionalistas vascos de Ortuella, Txomin Lazpita y Genaro Mañarikua (3), que hacen referencia a su participación en la pasada Guerra Civil, y nosotros hemos aprovechado para unir su periplo vital al de Daniel Amezaga, del batallón Arana Goiri, como lo fue Txomin, con quien también compartió infortunio, pues ambos cayeron en el campo de batalla. Txomin y Genaro fueron íntimos amigos, y estamos seguros de que también tuvieron amistad con Daniel, con cuyo hermano Vicente, ya fallecido, tuvimos ocasión de tratar hace ahora 17 años. Poniendo sus biografías en valor pretendemos rendir homenaje a todos ellos.

 

Fue a principios de 2003 cuando Vicente Amezaga se puso en contacto con nosotros a través de nuestro amigo Josu Aldama, pues su hermano Daniel, que era nacido en Nocedal y frisaba los veinte años (un buen chico y muy querido) había desaparecido en el monte Saibigain durante la guerra sin dejar rastro. Su familia solo sabía que combatió con el batallón Arana Goiri, pero su nombre no aparecía en ningún sitio, formando parte de esa masa anónima de combatientes vascos que cayeron en los montes a partir del inicio de la ofensiva del general Emilio Mola de la primavera de 1937 y cuya baja no fue recogida oficialmente, pues la intensidad de la lucha que se libraba en aquel momento hizo saltar cualquier registro, ya que fueron muchos los cadáveres que quedaron abandonados sobre el terreno. De hecho, el Registro de Fallecidos en Campaña del Gobierno de Euzkadi que se encuentra en el Archivo Histórico Provincial de Bizkaia (Bilbao) solamente contabilizaba 38 gudaris del Arana Goiri muertos en el combate por la posesión del Saibigain, una batalla épica que llevaba librándose una semana para contener a las tropas rebeldes en las estribaciones del puerto de Urkiola y que llegaría a su cenit el 14 de abril de 1937. El control de los altos de Urkiola, Dima y Barazar era imprescindible para la toma de Bilbao.

Al atardecer de ese día, en aquella cima pelada y apenas fortificada que ya había cambiado de mano un par de veces tras la intervención de los asturianos, los gudaris se fundieron con los soldados del Flandes n.º 5 en un combate que llegó al cuerpo a cuerpo hasta dejar todo el paisaje lleno de muertos y heridos. León Salaberría, que sustituiría al comandante Felipe Bediaga en el mando del batallón Arana Goiri tras la muerte de este en Saibigain, dio la cifra de 58 muertos, que era bastante ajustada a la realidad. Los heridos superarían el centenar y algunos de ellos muy graves ni siquiera pudieron ser evacuados al caer la noche. Daniel estaba encuadrado en la compañía Kortabarria, bajo el mando del capitán Juan Cruz Nieves Zubiri, con el número de chapa 17167 en las nóminas de enero y de febrero de 1937, pero ya no aparecía en la de la segunda quincena del mes abril (en los archivos faltan bastantes hojas de marzo y abril, pues se destruyeron muchos documentos después de la guerra). El recuerdo de su familia y de su militancia jeltzale ha desaparecido, ya que nuestro interlocutor Vicente, fallecido en 2009, no dejó hijos que pudiesen transmitir este legado familiar y Daniel falleció muy joven y sin descendencia, pero en el archivo de Salamanca se conserva registro de su donativo al “Día de haber por la Patria” del 3 de junio de 1934, con el que los nacionalistas vascos contribuían económicamente aportando un día de salario con motivo del Aberri Eguna (4). Sirvan estas líneas para recordar al gudari Daniel Amezaga Ozerin, que compartió destino con otros nacionalistas que también habían forjado su carácter en la Zona Minera, como el teniente de La Arboleda Saturnino Atxa Berastegi, que también halló la muerte en el Saibigain.

 

Lore Lazpita dejó registro de la memoria de su hermano mayor Txomin, que al igual que Daniel se alistó en el batallón Arana Goiri, si bien en fecha más temprana. Domingo “Txomin” Lazpita Aldama nació en noviembre del 1913 en el barrio ortuellarra de Bañales y era el segundo de los hermanos mayores. Su padre, Jacinto Lazpita, era natural de Berriz y la madre, Pilar Aldama, de Ortuella. Del matrimonio nacieron Esperanza, Txomin, Beatriz “Bea”, Mercedes, Miren Pilare, Joseba (que sería cura de Elguero), Félix, Miren Begoñe y la más pequeña Lore. Se trataba de una familia profundamente nacionalista y cristiana. Txomin era un buen mozo de ojos azules que, al igual que sus hermanos, había nacido en el nº13 de Bañales, una casa larga de tres pisos que había pertenecido a la familia Aldama en la que vivían hasta 12 vecinos en condiciones humildes que pagaban la renta al nuevo propietario, el doctor Agustín Royo. Antes de la guerra había comenzado a trabajar en la fundición de Talleres Ybarra —la fábrica más importante del municipio- y cuando volvía a casa, una vez acabada la jornada, Lore, la más pequeña de la familia, siempre salía a recibirle; Txomin cogía a la niña en brazos y la levantaba en alto, moviéndola de arriba a abajo mientras decía cariñosamente: “Sí conejin”. Lore solo tenía dos años. En los ratos libres que le dejaba el trabajo Txomin cuidaba la vaca del médico Royo. Para la madre “era casi más querido que el padre; era un gran hijo”. Uno de sus mejores amigos fue Genaro Mañarikua, que vivía en la misma casa, debajo de los Lazpita. Tal es así que Genaro y Txomin hicieron un agujero en la pared y montaron un teléfono para hablar de sus cosas. Ambas familias se llevaban estupendamente y tenían una relación muy estrecha.

“Cuando estalló la Guerra Civil —sigue relatando Lore- Txomin fue voluntario y estaba muy ilusionado, era de corazón nacionalista y se incorporó al batallón Sabino Arana. Mi madre le pidió que no se fuera, pero fue inútil, la decisión la tenía tomada”. A pesar de que falta bastante documentación de ese período tan temprano de la guerra en Euskadi, creemos que se trataba de la compañía Etxebarria, ya que estaba bajo el mando de un vecino de su barrio y primo de los Mañarikua, Pedro Aguirregabiria Onaindia. El grupo de Ortuella fue enviado a Elgeta, tomando posiciones en la línea del frente que partía de los caseríos de Zabaleta y Arrota y llegaba hasta Partaitxi (5), zona en la que Txomin fue herido en el vientre hacia el 4 de octubre de 1936, falleciendo en el hospital de Durango dos días después. Tenía 22 años. Según cuenta Lore, “El doctor Agustín Royo conocía a uno de los médicos del hospital, pero al parecer en los días que estuvo internado Txomin no se encontraba allí. Royo le dijo a la familia que si llega a estar este médico en el hospital Txomin no se muere. Fueron a por el cadáver mi madre Pilar y la hermana mayor Esperanza. Se lo dejaron sacar y llevar a casa, ya que se hizo constar que aún estaba vivo, porque de lo contrario no lo hubieran podido traer [...] cuando sacaban el cadáver del hospital se les acercó una de las monjas que atendían a los heridos de guerra y le dijo a mi madre que se hiciese idea de que tenía un hijo en el cielo. Esta frase se hizo sentir, ya que Txomin era un gran muchacho y muy querido”. El cadáver se estuvo velando toda la noche en la casa de Bañales y al día siguiente se celebró el funeral, siendo enterrado en el panteón familiar del cementerio de Nocedal. Posiblemente, se trata del primer gudari muerto de Ortuella. Cuando terminaron el monumento del Valle de los Caídos la Guardia Civil se acercó al domicilio de los Lazpita para pedir a la madre permiso para trasladar los restos de Txomin, pero esta se negó y “les dijo que estaba bien donde estaba”.

 

Genaro Mañarikua Onaindia tuvo la dedicación de redactar sus memorias para dejar por escrito las vivencias de aquella época tortuosa que le tocó vivir y ha sido su hijo Kepa quien las ha compartido con Joseba Iribar. Nació en Ortuella en 1911 en el seno de una familia de nueve hermanos de los que cuatro fallecieron a corta edad. Hijo de Genaro e Hilaria, vivía en la casa de Bañales debajo de los Lazpita. Gracias al trabajo del padre, que era maestro de fundición en Talleres Ybarra, pudo entrar como aprendiz de ajustador a los 16 años. En 1932 marchó a Ceuta para cumplir el servicio militar, sirviendo en artillería de montaña. A su regreso, se reincorporó a la fundición y estuvo en el grupo de teatro local (llamado Cervantes) y en Juventud Vasca con su amigo y vecino Txomin Lazpita, pero cuando estalló la guerra entró en servicio más tarde que él, recién empezado el año 1937, y lo hizo cerca de casa, en la batería de Punta Lucero. Al comienzo se alojaban en el chalé de Zuricalday, en el barrio de La Cuesta (Zierbena), y poco después subieron a la batería, reconociendo que no lo pasó “nada mal para ser tiempo de guerra”. A comienzos de marzo se incorporó al Regimiento de Artillería Pesada nº3 y fue enviado al frente de Eibar con una batería de cañones japoneses de 75 mm —de los que decía que al hacer fuego saltaban “como canguros y por lo tanto iba al garete la puntería”-, tomando posiciones en el monte Illordo, después en Elgeta (Azkonabieta) y finalmente en Kanpazar, donde siempre creyó que había fallecido su amigo Txomin. También pasaron por el frente de Amurrio-Orduña, concretamente por la llamada Posición 11, que estaba situada en unas minas encima del balneario de La Muera.

A principios de abril de 1937, tras organizarse en Basauri el Regimiento de Artillería Ligera de Euzkadi con los cañones Krupp Ansaldo de 75 mm recién llegados al puerto de Bilbao, se incorporó a la unidad con su amigo Quico Arteche, que era del barrio ciervanato de San Mamés. Allí permanecieron una larga temporada ociosos y sin órdenes hasta que, hartos de no hacer nada, decidieron unirse motu proprio a una batería que marchaba al frente, entrando finalmente en combate en Apatamonasterio, donde tuvieron un incidente serio al hacer fuego sobre las fuerzas propias que se resolvió al recibir una llamada de teléfono en la que a viva voz les dijeron que les “iban a fusilar pues les estaban cayendo (los proyectiles) a ellos”. En aquellas posiciones fueron bombardeados por la aviación rebelde cuando estaban “comiendo una lechugada en un caserío”, a consecuencia del cual falleció un compañero y resultaron heridos tanto él como Arteche, aunque no de gravedad. También perdió la vida el perro de su amigo Txomin, “Baltza”, que le acompañaba en el frente desde la falta de su amo, ya que el pobre se moría de hambre en la retaguardia, pues no quedaban ni las sobras para darle de comer. Ambos fueron ingresados en el sanatorio de Altos Hornos de Vizcaya (AHV) de Barakaldo, donde los hermanos de las Escuelas Cristianas habían montado un hospital para heridos de guerra, ya que disponía de todos los medios necesarios, incluyendo un equipado quirófano y modernos aparatos e instrumental. Sin embargo, el hospital fue bombardeado y los menos graves fueron enviados a sus casas, permaneciendo Genaro en Ortuella hasta finales del mes de mayo de 1937.

 

Después de incorporarse a su batería, recibieron orden de instalar las piezas en el jardín del impresionante chalé de Escauriaza, que estaba al lado del monumento del Sagrado Corazón, al final de la Gran Vía bilbaína. Los rebeldes habían roto el Cinturón de Hierro y se combatía en Artxanda, desde donde pronto empezaron a “silbar las balas”, por lo que hubo que evacuar los cañones hacia la mina de San Luis, en Miribilla, pero al amanecer de un nuevo día, con el enemigo llamando a las puertas del Botxo, tuvieron que retirarse por carretera en dirección a Castro Urdiales. De camino a la villa marinera hicieron un alto en Las Carreras y Genaro aprovechó para ir a comer a su casa. En el verano el frente se estabilizó en las Encartaciones de Bizkaia y estuvieron un tiempo en Villaverde de Trucíos y más tarde en el alto de La Escrita, en Karrantza, desde donde apoyaron con su batería el frustrado ataque del Ejército vasco sobre la ermita del Kolitza de los días 27 al 29 de julio.

Cuando comenzó la ofensiva rebelde del 14 de agosto de 1937 intentaron evacuar los cañones hacia Asturias, pero no pudieron pasar y al producirse la desbandada del Ejército republicano Genaro se fue al Hospital nº10 de Santander. Luego se sumó a la masa de prisioneros de guerra en poder de las tropas franquistas, siendo trasladado a la prisión de Santoña. Aquí dio comienzo un largo periplo que le llevaría a ser reclutado por el Ejército rebelde y, tras su paso por el cuartel del 2º Regimiento de Artillería de Montaña de Vitoria, fue asignado a una batería antiaérea del arma de aviación como ayudante de un chófer apellidado Amondarain, marchando hacia Teruel (Torremocha, Calamocha, Cerro Gordo) en un invierno en el que hubo temperaturas de 15º bajo cero. Tras recorrer numerosos frentes por toda la geografía española, el final de la guerra le sorprendió en Madrid. En 1941 regresó licenciado a Ortuella, reintegrándose a la plantilla de la fundición de Ybarra y más tarde a la de la Naval de Sestao, donde se jubilaría. Hombre metódico y trabajador, vivió en Sestao hasta su muerte en el año 2.000. Como dice su hijo Kepa, no le gustaba hablar de la guerra ni tampoco le dijo lo que escribía, ni por qué lo hacía. Quizás albergase la esperanza de que, llegado un día, alguien pudiese acceder a sus memorias (que son mucho más extensas) y se interesase por ellas. En este artículo hemos hecho un relato que nos ha llevado a través de tres vidas de nacionalistas ortuellarras que compartieron muchas cosas, no solo la militancia, sino el valor, la determinación y la amistad de un modo que nos permite comprender un poco mejor su mundo. No en vano, para eso, entre otras muchas otras cosas, sirve la historia familiar.

 

(1) Coma, Juan. (1992). Diccionario del Western clásico. Plaza & Janés: Esplugues de Llobregat. Pp. 111-112.

(2) De Pablo, Santiago, Mees, Ludger y Rodríguez Ranz, José Antonio. (1999). El péndulo patriótico. Historia del Partido Nacionalista Vasco, I. 1895-1936. Crítica: Barcelona. Pp. 51 y 64.

(3) Se trata de Lore Lazpita, hermana de Txomin, y Kepa Mañarikua, hijo de Genaro, obtenidos en sendas entrevistas por Joseba Iribar y entregados a la Asociación Sancho de Beurko para los fines de este blog. También hemos tenido ocasión de hablar personalmente con Kepa para completar alguna de estas informaciones.

(4) Aberri Eguna o Día de la Patria es una celebración del nacionalismo vasco muy arraigada (CDMH//DNSD-SECRETARIA, FICHERO, 3, A0107542).

(5) Beldarrain, Pablo. (1986). Historia crítica de la Guerra en Euskadi. Edición del autor: Bilbao. Pp. 31-37.

Sin duda, la segunda muerte es el olvido, e incluso hay quien se acoge a un eufemismo para decir lo mismo, como que es la propia muerte del recuerdo lo que nos lleva a ello. Pero esta reflexión viene a cuento porque en la Asociación Sancho de Beurko creemos que perpetuar el recuerdo de una generación de vascos que defendieron unos ideales de justicia e igualdad no está relacionada con el culto a la vanidad de nadie —una vanidad que sabemos que ello/as no tenían, sino no estaríamos hablando de esto aquí, pues se trata de historias desconocidas que han sido entresacadas con mucho esfuerzo de la memoria familiar-, ya que creemos firmemente, como la reflexión que nos propone el maestro de cineastas John Ford en El hombre que mató a Liberty Valance, que nuestra sociedad actual, al igual que aquella que se forjó en el 'salvaje' Oeste de los EEUU, tiene contraída una deuda de gratitud que no puede pasar por el olvido (1). El fin último de nuestro trabajo es que los materiales que aportamos en este blog sirvan para componer un trasunto de toda esta generación, la que creció entreguerras, un periodo en el que la vieja Europa se convirtió en el campo de batalla de todas las ideologías.

Entre ellas también estaba el nacionalismo vasco, que había evolucionado desde el integrismo inicial de su nacimiento, a finales del siglo XIX, hacia una postura más pragmática que llevaba aparejada una “progresiva participación institucional y apertura”. Una organización política, el EAJ-PNV, que iría dando pasos hacia una verdadera “democracia de partidos en la sociedad vasca” (2), si bien su catolicismo y la defensa del proyecto estatutario (incluso en solitario, aunque llegase a compartir con la derecha más rancia y agónica el proyecto del Estatuto de Estella), que no hicieron propio las izquierdas hasta fecha muy tardía, le llevó a chocar con estas, claramente revolucionarias, algo que en la Zona Minera de Bizkaia se manifestaría con bastante crudeza. Aquí, donde las condiciones de vida de los trabajadores eran más duras, ser nacionalista vasco, por ser ideología minoritaria y abundar los pistoleros de izquierda, tenía algo de heroico (otro día hablaremos del otro nacionalismo más republicano y aconfesional, el de Acción Nacionalista Vasca [ANV]), dándose incluso casos de enfrentamientos armados en Ortuella, Trapagaran y otras localidades. Un territorio donde —además del socialismo, mayoritario-, llegó a asentarse el comunismo de manera firme antes de la Guerra Civil, conformando una identidad colectiva que le llevó a ser conocido como 'Pequeña Rusia'.