“El ataque aéreo a los campos de aviación de la isla principal de Filipinas, la de Luzón, nos cogió a todos por sorpresa y fueron numerosísimos los cazas ‘P-40’ destruidos en el suelo el primer día, sin poder despegar”, así da comienzo el relato en primera persona de Román Arruza Asorena —un joven soldado del ejército estadounidense reclutado en Manila mientras cursaba estudios universitarios de odontología-, que publicó en 1988 José Miguel Romaña en su libro La Segunda Guerra Mundial y Los Vascos. Era el 8 de diciembre de 1941. El 14º Ejército, bajo las órdenes del teniente general Masaharu Homma, iniciaba la invasión de Filipinas en el marco del expansionismo militar y colonial de Japón por el este y sureste asiático. Arruza, nacido en la ciudad de Iloílo, en la isla de Panay de la región de Bisayas Occidentales en 1920, era hijo de un prominente hacendado del azúcar y tabaco de Mungia (Bizkaia), Román Arruza Urrutia. Siendo un niño, la familia se trasladó a Durango (Bizkaia), pero el inicio de la sublevación militar de 1936 les empujó al exilio, primero a Francia, y de nuevo a Filipinas.
Tras el ataque sorpresa a Pearl Harbor, unas pocas horas antes del de Filipinas, los japoneses llevaron a cabo una campaña de múltiples y exitosos ataques a posesiones estadounidenses, británicas y holandesas. Durante los meses que duro la Batalla de Filipinas, Japón invadió Guam, Birmania, Borneo Británico, Hong Kong, Isla Wake, Islas Orientales Holandesas, Borneo Holandés, Java, Singapur, Sumatra, etc., etc.… habiendo que esperar hasta el inicio de junio de 1942 para encontrar el primer gran revés a las ambiciones japonesas de la mano de Estados Unidos (EEUU) con la victoria en la Batalla de Midway.
Por aquellas fechas el mando había decidido el traslado de grupos aéreos a Filipinas para mejorar su defensa en el Pacífico, entre los que se encontraban el 19º Grupo de Bombardeo (B-17) y el 27º Grupo de Bombardeo (A-24). La operación de traslado de todos los B-17 que estaban en Hawái y California no se había completado cuando se produjo el ataque a Pearl Harbor. De manera similar, El 27º llegó a Manila el 20 de noviembre de 1941. Ante la invasión japonesa a Filipinas, la prioridad fue desviar los convoyes de transporte de suministros y aviones hacia Australia, mientras se evacuaba a los pilotos y a todo el personal de valor militar, que se encontraban en suelo filipino.
Entre aquellos que estaban en ruta hacia el archipiélago hemos identificado a James Larronde, de origen bajo navarro y vizcaíno, nacido en 1917 en Los Ángeles, California. James, graduado como piloto en octubre de 1941, se presentó voluntario para servir en Filipinas. Al recibir las noticias del ataque japonés, el buque que transportaba a James, a sus compañeros de vuelo, y a un grupo de 2.000 soldados de 131º de Artillería de Campaña, puso rumbo a Suba (Islas Fiji) y de ahí a Brisbane, Australia. Entre los evacuados de Filipinas estaban los pilotos de origen vasco Felix Larronde (sin parentesco alguno con James) y Mitchell Cobeaga. Felix nació en Bishop, California, en 1922, de padre labortano y madre californiana, mientras que Cobeaga había nacido en Lovelock, Nevada, de padres vizcaínos, en 1917. La suerte de estos pilotos no la tuvieron muchos de sus compañeros. El personal de tierra del 27º no fue evacuado y pasó a ser el 2º Batallón del Regimiento Provisional de Infantería (Cuerpos Aéreos) que se vio forzado a luchar como un regimiento de infantería regular, el primero en la historia de las fuerzas aéreas norteamericanas. Formado por unos 900 soldados que combatieron contra los japoneses durante más de tres meses, siendo finalmente capturados y enviados a los campos en la llamada “Marcha de la Muerte de Bataán”, en la que los japoneses cometieron atrocidades sin fin. La mitad de ellos murieron. De forma similar, el personal de tierra del 19º se incorporó a la infantería que combatiría en la Península de Bataán, como fue el caso de otro vasco de la unidad, Paul Indart. Formado en el mantenimiento de las “Fortalezas Volantes”, Indart se presentó voluntario para servir en Filipinas, primero en la Base Aérea de Clark, destruida por los japoneses —resultando ileso-, y después en la base de Del Monte, en Mindanao. Indart había nacido en Reno, Nevada en 1916, de padre bajo navarro y madre bearnesa.
Como consecuencia de la destrucción de las bases aéreas de EEUU en Clark (Pampanga) e Iba (Zambales) en Luzón central, la flota americana, sin cobertura aérea, y para su propia salvaguarda fue a su vez evacuada a Java el 12 de diciembre, aunque los sucesivos combates contra la armada imperial japonesa provocaron la perdida de gran parte de los barcos americanos para febrero de 1942. El 27 de diciembre de 1941, Louis Erreca —nacido en 1905 en San Luis Rey, California, de padre bajo navarro y madre californiana- perdió la vida durante una misión de bombardeo de Ambon (Indonesia) a las Islas Jolo, en Filipinas. Participaron 6 hidroaviones PBY Catalina de los que solo regresaron 2. El de Erreca fue el primero en ser derribado. Era suboficial jefe de mecánicos de la armada (Aviation’s Chief Machinist’s Mate [ACMM] “Plane Captain”). Su cuerpo nunca fue recuperado. A raíz de su muerte, su hijo Louis Michael Erreca se alistó voluntario en la Armada con tan solo 17 años, participando dos años más tarde en la Batalla del Golfo de Leyte que iniciaría la liberación aliada de Filipinas.
Los bombardeos aéreos japoneses fueron seguidos por el desembarco de tropas en el norte y sur de Manila. La situación del general Douglas MacArthur, comandante de las fuerzas armadas estadounidenses y filipinas, era precaria: sin aeronaves, sin fuerza naval y sin refuerzos a la vista ni suministros para una larga resistencia. Las fuerzas defensoras se replegaron a la Península de Bataán, al oeste de la Bahía de Manila, y a la Isla de Corregidor, en la parte suroeste de Luzón, con el objetivo de defender la entrada a la bahía. A pesar de la declaración de Manila como ciudad abierta, del 26 de diciembre de 1941, para evitar su destrucción, la lucha continuó en Bataán, Corregidor y Leyte, en las Bisayas, hasta su rendición final. El 24 de diciembre, el presidente de la Commonwealth filipina, Manuel Luis Quezón y su vicepresidente Sergio Osmeña habían sido trasladados de Manila a Corregidor.
“Lo de Bataán y Corregidor fue in infierno de fuego y metralla. Cuando no era la artillería, venían los aviones a lanzarnos más y más bombas”, recordaba Arruza. “Cuando los japoneses ocuparon casi todo Luzón fue cuando nos machacaron de firme con su artillería”. Destinado al cuartel general de Quezón y MacArthur en Corregidor, proseguía su relato: “Para mantener alta la moral, dando ejemplo de increíble sangre fría, allí estaba siempre MacArthur con su característica pipa. Era el máximo símbolo de la resistencia contra el invasor. Para mí, era como un dios de la guerra. Jamás lo vi agacharse o tirarse al suelo, cuando otros lo hacían para ponerse a cubierto de la metralla”.
Ante la inevitabilidad de la derrota militar, Quezón, Osmeña, sus familias, y miembros del gobierno fueron evacuados por recomendación del gobierno americano en febrero de 1942, aunque lo hicieron en transportes separados (Quezón en submarino y Osmeña en barco). Les trasladaron a Melbourne, Australia, y de allí a Washington D.C., dónde establecieron la sede del gobierno en el exilio. Asignado al grupo de ayuda del presidente Quezón, Arruza pudo ser evacuado con el grupo de Osmeña a Iloílo, mientras el vicepresidente y su sequito prosiguieron su viaje hacia el exilio. “Gracias a este político me libré de la terrible marcha de la muerte de los supervivientes de Corregidor [unos 13.000] hacia los campos de concentración japoneses y todas las penalidades, que duraron hasta el final del conflicto”, concluyó Arruza. A petición del presidente Franklin D. Roosevelt, MacArthur, su familia y personal abandonó Corregidor el 11 de marzo de 1942 con destino a Australia, escena que tuvimos ocasión de ver en la inolvidable película de John Ford They were expendable (no eran imprescindibles, 1945). A su llegada, MacArthur fue nombrado Comandante del Teatro Sudoeste del Pacifico. El general Jonathan M. Wainwright tomó el mando de las fuerzas armadas en Filipinas.
Bataán cayó el 9 de abril de 1942 y Corregidor el 6 de mayo. Wainwright se rindió incondicionalmente con la toma de Corregidor por parte de los japoneses, aunque las últimas tropas estadounidenses lo hicieron en Mindanao el 12 de mayo. Wainwright fue hecho prisionero de guerra y se convirtió en el soldado americano de mayor graduación preso por Japón. Fue enviado al campo de concentración de Formosa (Taiwán) y después al de Liaoyuan, en China, hasta su liberación en agosto de 1945 por parte del Ejército Rojo.
Tras la rendición de las tropas estadounidenses y filipinas en la Península de Bataán y Corregidor, éstos fueron capturados y hechos prisioneros, entre los que se encontraba Indart. Los prisioneros de guerra —aproximadamente 64.000 filipinos y unos 12.000 americanos- iniciaron una marcha a pie de entre 90 a 112 kilómetros desde el sur de la península hacia Camp O´Donnell —una base militar que se utilizó como campo de concentración japones temporal- en Capas, Tarlac, en la propia isla de Luzón. Se estima que entre 5.600 y 18.000 filipinos y entre 500 y 650 americanos murieron a consecuencia de ejecuciones sumarias, asesinatos, malnutrición, enfermedades y la crueldad de sus guardianes durante la larga marcha, la cual sería bautizada posteriormente como la “Marcha de la Muerte de Bataán”. Japón no había ratificado la Convención de Ginebra, también conocida como la Convención sobre el Tratamiento de los Prisioneros de Guerra, de 1929.
La situación no mejoró en Camp O´Donnell. Se estima que en dicho campo unos 20.000 filipinos y 1.500 americanos perecieron de hambre, enfermedades, y brutalidad por parte de sus captores. Los prisioneros perecían al ritmo de cientos al día. El cabo Indart, a pesar de haber sobrevivido a la “Marcha de la Muerte”, falleció el 9 de mayo a la edad de 26 en Camp O’Donnell. De igual manera, falleció el 19 de mayo el soldado de primera Joseph Arrizabalaga con 21 años. Arrizabalaga, nacido en Boise, Idaho, de padres vizcaínos, había sido enviado a Bizkaia para continuar su educación cuando la Guerra Civil le obligó a regresar a EEUU. Fue destinado a Filipinas, formando parte de la Compañía 808ª de la Policía Militar, la cual ante la invasión japonesa se unió a la infantería en defensa del país.
Manuel Eneriz nació en 1920 en Santa Clara, California, de padre navarro y madre andaluza. Alistado en marzo de 1941, fue enviado a Filipinas donde sirvió con la Compañía “K” del 31º Regimiento de Infantería. Al igual que la mayoría de los supervivientes de la Batalla de Filipinas, el cabo Eneriz fue hecho prisionero y sobrevivió afortunadamente a la infame “Marcha de la Muerte”. Aun no siendo suficientemente grave su situación, fue enviado al campo de prisioneros de Fukuoka-Kashii, en la isla japonesa de Kyushu, dónde realizó trabajos forzados en una mina de carbón diez horas al día durante tres años y seis meses hasta su liberación el 15 de octubre de 1945 por parte de las tropas americanas. Sobrevivió a episodios de malaria, disentería, escorbuto y a ocasionales golpes y puñaladas por sus captores. Esas heridas le valieron un Corazón Púrpura muchos años después de su licenciamiento. Durante su cautiverio, a una distancia de 48 kilómetros de distancia de Nagasaki, fue testigo de cómo la bomba atómica golpeó la ciudad el 9 de agosto de 1945. En una entrevista a Los Angeles Times de 1997, Eneriz rompía a llorar al recordar el suceso. Dedicaría su vida a educar a los más jóvenes en las consecuencias de la guerra y en el alto coste de la libertad. “Para mí”, solía enfatizar, “cada día es un día de libertad”. Falleció en 2001 en Camarillo, California, a una semana de cumplir 81 años.
El general MacArthur a su llegada a Australia, en la pequeña estación de tren de Terowie, ante los periodistas y la multitud congregada, envió un mensaje rotundo y premonitorio a los invasores japoneses. “Regresaré”. Tras la derrota y el fin del control de las fuerzas estadounidenses y filipinas sobre el país, se inició la ocupación japonesa, y una fuerte contestación popular dio origen a un movimiento de resistencia clandestino y de guerrillas. El ejército imperial japonés organizó un nuevo gobierno títere conocido como la Segunda República liderado por el presidente José P. Laurel desde el 14 de octubre de 1943. El dictador Francisco Franco felicitó al alto mando japonés por su victoria final y reconoció al gobierno colaboracionista de Laurel. Luego cambiaría de idea, pero esta ya es otra historia.