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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Nos vamos, pero ¿volveremos? (Equo)

Todos tenemos algún amigo, familiar o conocido que ha tenido que emigrar en busca de futuro. Uno o varios. Porque cada vez son más los que tienen que dejar atrás su vida, su familia, su cuadrilla, sus ilusiones y un largo etcétera para embarcarse en ese avión (de bajo coste) con billete de ida pero no de vuelta. Y ese es el verdadero problema, que no hay billete de vuelta, que no sabemos si tendrán la oportunidad de volver. Tantos años estudiando y formándose para alcanzar una meta que se esfuma. Y se esfuma por razones políticas, por una mala gestión, por no poner los pilares del modelo económico donde deberían estar.

Al acabar el instituto te enfrentas a una de las primeras grandes decisiones de tu vida: universidad o formación profesional. Yo elegí la universidad. Recuerdo que fue la primera vez que tenía la sensación de estar eligiendo mi futuro, ¡qué responsabilidad! Ahí delante, un papel a rellenar, y depende lo que escribiera, qué carrera elegiría, se abría un camino que recorrería el resto de mi vida. Pero eran otros tiempos. Pasó la etapa universitaria y ahí nos quedamos, en ese limbo entre el mundo académico y el mundo laboral. Nos soltaron de un lado y nadie nos ofrece la mano en el otro. Al menos no en este país. Aquí radica el primer gran problema, que no hay un traspaso organizado de personas entre el mundo académico y el mundo laboral. Y entonces no queda otra que resignarse y agarrar un clavo ardiendo o emigrar.

El paro juvenil se ha convertido en uno de los mayores dramas sociales que ha provocado la crisis económica. Y lo peor es que algunos lo veían venir y no hicieron nada por evitarlo. Un país que apuesta por un modelo basado en el ladrillo, que requiere mucha mano de obra no cualificada y barata es una bomba de relojería. Y la bomba estalló y todos esos jóvenes que dejaron los estudios para ganar dinero rápido ahora se quedan sin trabajo y sin estudios. ¿A dónde van a ir? ¿Buscarán futuro en otro país? Este es el colectivo que realmente sufre y sufrirá por mucho tiempo las consecuencias de apostar por un modelo insostenible. Una decisión política, con responsables políticos. Pero, como bien sabemos, aquí nadie pide perdón, nadie se responsabiliza de los errores.

Y luego está ese porcentaje de jóvenes que decide marchar antes de que el barco se hunda definitivamente. Se calcula que más de 200.000 personas jóvenes han emigrado en los últimos cinco años. Y es un dato subestimado porque muchas personas no aparecen en los registros como migrantes. Estas personas se ven obligadas a emigrar, sí señora ministra EMIGRAR con mayúsculas, sin eufemismos, nada de movilidad exterior. Una persona que se ve forzada a irse de su país por su situación económica es una persona migrante.

Toda la generación migrante de jóvenes, esa generación pérdida que tantos años ha invertido en formarse, que tanto dinero ha invertido el Estado en formar, sacrificada por las decisiones de la clase política. Y cada vez la situación va a peor.

¿Qué te espera cuando llegas a otro país? Pues desgraciadamente, más de lo mismo. Trabajos precarios, sueldos precarios, empezar de cero e intentar mejorar con el tiempo. Pero muchos se quedan en el camino. Invierten gran parte de los pocos ahorros que han conseguido para emprender ese viaje y después de varios meses y de haber gastado el dinero ahorrado tienen que volver porque no encuentran hueco en el mercado laboral extranjero. Y encima vuelven y se quedan sin tarjeta sanitaria.

¿Y qué solución nos ofrece el poder político? “Aproveche la coyuntura y fórmese”… pero páguelo usted. Sufrimos recortes brutales en las becas de educación, recortes en las becas Erasmus (uno de los pilares de la Unión Europea y una oportunidad de conocer el mercado laboral de otros países), subidas en las tasas de matrículas universitarias y ahora se van a meter a reformar (mejor dicho recortar) la Formación Profesional. Y si no puedes formarte, la solución es el nuevo mantra del gobierno “Hágase emprendedor”… pero, de nuevo, páguelo usted. Vivimos en uno de los lugares de Europa donde sale más caro ser autónomo y las pasadas navidades nos regalaron nuevas subidas fiscales para este colectivo.

Con este panorama parece que emigrar es la solución menos mala. Es lo que fomenta el gobierno y la señora Báñez con sus políticas. Luego presumirán de que baja el paro juvenil.

Pero no nos resignemos. Hay solución. Tenemos la solución. Debemos fomentar el empleo en sectores de la economía verde: la investigación y desarrollo, las energías renovables, la movilidad sostenible, la rehabilitación de viviendas, los servicios ambientales, el tratamiento de residuos, etc. Debemos basar nuestra economía en la innovación, no en la mano de obra barata. Debemos asegurar el paso del sector educativo al mercado laboral. Así la juventud encontrará futuro y no se verá obligada a dejar atrás sus raíces.

Todos tenemos algún amigo, familiar o conocido que ha tenido que emigrar en busca de futuro. Uno o varios. Porque cada vez son más los que tienen que dejar atrás su vida, su familia, su cuadrilla, sus ilusiones y un largo etcétera para embarcarse en ese avión (de bajo coste) con billete de ida pero no de vuelta. Y ese es el verdadero problema, que no hay billete de vuelta, que no sabemos si tendrán la oportunidad de volver. Tantos años estudiando y formándose para alcanzar una meta que se esfuma. Y se esfuma por razones políticas, por una mala gestión, por no poner los pilares del modelo económico donde deberían estar.

Al acabar el instituto te enfrentas a una de las primeras grandes decisiones de tu vida: universidad o formación profesional. Yo elegí la universidad. Recuerdo que fue la primera vez que tenía la sensación de estar eligiendo mi futuro, ¡qué responsabilidad! Ahí delante, un papel a rellenar, y depende lo que escribiera, qué carrera elegiría, se abría un camino que recorrería el resto de mi vida. Pero eran otros tiempos. Pasó la etapa universitaria y ahí nos quedamos, en ese limbo entre el mundo académico y el mundo laboral. Nos soltaron de un lado y nadie nos ofrece la mano en el otro. Al menos no en este país. Aquí radica el primer gran problema, que no hay un traspaso organizado de personas entre el mundo académico y el mundo laboral. Y entonces no queda otra que resignarse y agarrar un clavo ardiendo o emigrar.