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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Bilbao estrena hoja de parra

Ponen ahora en televisión un anuncio estupendo en el que se pondera “la increíble sensación de venirse arriba”. Haya sido por consumir el refresco anunciado o por un calentón propio de ese orgullo de Nuevo Bilbao que nos contagia a todos desde hace unos cuantos años, el caso es que nuestros ediles han decidido ponerse estupendos y hacer borrón y cuenta nueva en relación con la propia historia de la villa, o al menos con la parte de su historia que anda por ahí en reconocimientos, calles, medallas y menciones.

Como un Adán redivivo, llamado por Dios a ponerle nombre a todas las cosas, nuestra corporación va a comenzar a contar la historia de nuevo a partir de ahora. A poner y quitar, si no nombres, sí honores, de forma que no se recuerde lo que no se debería recordar y para que el santoral laico de esta ciudad se ajuste a los principios y criterios morales, políticos y sociales de la actualidad que, como todo el mundo sabe, son los correctos, los adecuados y los que, sin la menor duda, perdurarán de aquí al final de los tiempos. No es una idea nueva, ya la tuvo el arquitecto Cayo Julio Lacer cuando hizo grabar en el Puente de Alcántara la leyenda “PONTEM PERPETUI MANSVRVM IN SECULA MVNDI (El puente que permanecerá en pie por los siglos del mundo).  No consta con qué se refrescaban entonces los romanos de la Lusitania pero me pongo en lo peor.

Este anticipo bilbainísimo de Juicio Final comenzó hace un año con la retirada de los retratos de los alcaldes y su traslado a una especie de sala de acusados virtual, de donde irán saliendo de uno en uno, inevitablemente los imagino con el carnet en la boca, para que se revise con la lupa democratiquísima del año 2015 que -insisto- es la buena, su trayectoria, su valía personal y particularmente su posible vinculación con el poder durante la dictadura. Que un alcalde pase examen sobre sus relaciones con el poder me parece a mí que es como pedir cuentas a un camionero por andar siempre rondando por carreteras, bares y sórdidos moteles de autopista´, pero…en fin.

Andamos los vascos muy metidos en problemas con las cosas de la memoria, que se ha convertido en una de nuestras obsesiones de moda. Pero no porque nos falte sino porque me temo que nos sobra. Nos acordamos de tantas cosas: unas antiguas, otras solo viejas y algunas tan insultantemente recientes, que se ha desencadenado una auténtica carrera del olvido, sostenida sobre todo por los que más quieren olvidar y más quieren que los demás olvidemos.

Estos días ando de mudanza, recogiendo, embalando y tirando cosas así que, viendo el espectáculo que me ofrecen las autoridades locales me entran dudas profundas de lo que debería hacer con las fotos de mis abuelos. Tengo la del republicano, urbano y castellanoparlante, cuya familia, aun después de muerto él, sufrió la presión social del franquismo. Y tengo también la del carlista, rural y euskaldun, que por un pelo salvó la vida cuando estuvo detenido en los barcos prisión de la Ría y veía cómo sacaban a otros presos derechistas, como él, que nunca volvieron. Quedo a la espera de recibir la iluminación municipal que me aclare. No se conocieron así que, de momento, los voy a meter juntos en la misma caja de cartón. A ver qué pasa.

Ponen ahora en televisión un anuncio estupendo en el que se pondera “la increíble sensación de venirse arriba”. Haya sido por consumir el refresco anunciado o por un calentón propio de ese orgullo de Nuevo Bilbao que nos contagia a todos desde hace unos cuantos años, el caso es que nuestros ediles han decidido ponerse estupendos y hacer borrón y cuenta nueva en relación con la propia historia de la villa, o al menos con la parte de su historia que anda por ahí en reconocimientos, calles, medallas y menciones.

Como un Adán redivivo, llamado por Dios a ponerle nombre a todas las cosas, nuestra corporación va a comenzar a contar la historia de nuevo a partir de ahora. A poner y quitar, si no nombres, sí honores, de forma que no se recuerde lo que no se debería recordar y para que el santoral laico de esta ciudad se ajuste a los principios y criterios morales, políticos y sociales de la actualidad que, como todo el mundo sabe, son los correctos, los adecuados y los que, sin la menor duda, perdurarán de aquí al final de los tiempos. No es una idea nueva, ya la tuvo el arquitecto Cayo Julio Lacer cuando hizo grabar en el Puente de Alcántara la leyenda “PONTEM PERPETUI MANSVRVM IN SECULA MVNDI (El puente que permanecerá en pie por los siglos del mundo).  No consta con qué se refrescaban entonces los romanos de la Lusitania pero me pongo en lo peor.