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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

Borrascas hosteleras

A los frentes fríos propios de la estación les está acompañando en Bilbao otro tipo de borrascas que hacen tiritar, en este caso, a la hostelería de la villa.

Como si de una película catastrófica se tratase, parece que se hubiesen conjurado en la ciudad varios fenómenos simultáneos que, en conjunto, estuviesen desencadenando una especie de tormenta perfecta. El fenómeno ya ha arrasado algunos símbolos de la hostelería local y amenaza con dejarnos la noche bilbaína convertida en un silencioso, cómodo y tranquilo desierto, lleno de inútiles farolas que a nadie ayudarían, ni con su luz ni como asideros.

La desaparición de las rentas antiguas ha barrido la taberna taurina de Ledesma y el Kirol de la calle Ercilla. Pueden no ser los últimos en caer. Allí solo queda retirar los cuadros que aportaron tanto carácter a estos dos locales simbólicos por sí mismos, aunque los murales de Eduardo de la Sota, Fernando Mares e Ignacio Aranduy, recién redescubiertos en el de Indautxu posiblemente tengan que morir con el propio negocio.

Otro viento bien frío y recio es la crisis, que además de vaciar los bolsillos de los más dinámicos jóvenes y sus esperanzas de llenarlos algún día, ha contraído fuertemente las carteras de la antigua clase media, más preocupada hoy por seguir siéndolo que por saber dónde irá a cenar esta noche.

Tras décadas de fantásticas fiestas locas nos enteramos de que muere también Distrito 9, un símbolo de la noche más vanguardista, ahogado por la falta de clientes y por el mermado poder adquisitivo de los que quedan.

Los representantes de nuestro Ayuntamiento también hacen su inestimable aportación manifestando a partes iguales su contrariedad por este fenómeno de enfriamiento nocturno junto a su firme determinación a prohibir, a cualquier precio, la apertura de nuevas discotecas.

Por si fuera poco y por muy cierto que sea que la edad es cuestión de actitud, sospecho que el creciente envejecimiento de la población tampoco ayuda nada a que se mantenga una intensa vida nocturna.

Y para rematar esta ciclogénesis del aburrimiento nos encontramos con que la fiesta, que siempre tiene su punto transgresor, no ha sabido encontrar su imprescindible límite y se ha desbordado en los 'afters' del Casco Viejo, donde se ha creado un conflicto muy serio con los vecinos.

Cada uno de los fenómenos que cito es sin duda por sí mismo muy razonable y bien explicable: sea la crisis, los precios, el natural rechazo al barullo que tienen los vecinos afectados y el no menos lógico miedo de los ediles a perder sufragios pero la suma de todos estos vientos al mismo tiempo amenaza con un huracán desastroso que nos prive de una característica que tienen todas las ciudades con vocación de ser algo más que aldeas muy grandes: la de dar acogida a la vida noctámbula y salida a quienes tienen edad y ganas de incumplir con fervor las prudentes recomendaciones de abstinencia y cuidado de la salud.

Si, como el cura del chiste, no es usted partidario del pecado, piense que la única forma de que la virtud brille -cegadora- es contrastarla con el vicio y que éste también tiene su industria, sus empleos, su innovación, su I+D+i y todas esas cosas que se nos presentan tan convenientes.

A los frentes fríos propios de la estación les está acompañando en Bilbao otro tipo de borrascas que hacen tiritar, en este caso, a la hostelería de la villa.

Como si de una película catastrófica se tratase, parece que se hubiesen conjurado en la ciudad varios fenómenos simultáneos que, en conjunto, estuviesen desencadenando una especie de tormenta perfecta. El fenómeno ya ha arrasado algunos símbolos de la hostelería local y amenaza con dejarnos la noche bilbaína convertida en un silencioso, cómodo y tranquilo desierto, lleno de inútiles farolas que a nadie ayudarían, ni con su luz ni como asideros.