Periodista de formación, publicista de remuneración. Bilbaíno de paraguas y zapatos de cordones. Aficionado a pasear con los ojos abiertos pero mirando al frente y no al suelo, de ahí esta obsesión con las baldosas.
Cargadores sí, pero ventanillas también
Hace unos mil años un amigo, directivo del transporte, me describía su asombro porque en un viaje de trabajo a los países nórdicos había visto a altos ejecutivos hablando desde sus teléfonos móviles mientras viajaban en los autobuses públicos de la línea que unía el aeropuerto con la capital.
Bueno, en realidad no creo que hayan pasado mil años, pero ciertamente lo parece. Entonces, quien disponía aquí de teléfono móvil era parte de una selecta minoría social a la que ni se le pasaba por la cabeza que se pudiera ir al aeropuerto en un vehículo distinto al de su empresa y conducido, a su vez, por el chofer correspondiente. Cuando no contaban con esa opción, que para ellos era simplemente la normal, se veían obligados al taxi. No había otras opciones. De hecho, creo recordar que entonces en Bilbao simplemente no las había.
El precio inalcanzable de aquellos teléfonos, el de las llamadas y que nuestros ejecutivos siempre han sido mucho más altaneros, estirados y clasistas que los nórdicos, eran razones que hacían lógico el asombro que entonces compartimos mi amigo y yo: que personas portadoras de teléfono móvil, por tanto altos ejecutivos sin la menor duda, viajasen en autobús era cosa de admirar ¿cuándo seremos así de europeos? nos preguntábamos.
No creo que seamos mucho más europeos que entonces pero la revolución digital cotidiana que nos ha venido después (y que sigue en marcha) ha puesto en manos de casi todo el mundo aparatos que harían palidecer a aquellos ladrillos que portaban los personajes más exclusivos. Sospecho que nuestros altos ejecutivos no habrán cambiado mucho, pero la tecnología sí que lo ha hecho, hasta convertirse en parte de la vida de casi todos. Y, además, a un ritmo que no era posible ni siquiera imaginar en aquellos años.
Leo ahora que cinco de los nuevos autobuses que se van a incorporar a la flota de Bilbobus ya van a venir con un puesto en el que se podrá cargar el móvil y que la vocación es que todos los vehículos de la flota se vayan sumando a esa nueva oferta. En estos momentos la frontera entre nuestra vida social más dinámica y la súbita, triste y melancólica soledad no la establece nuestra mayor o menor fortaleza psicológica sino la duración de la batería del móvil, así que ya estoy viendo el albondigón de gente en torno al puesto de recarga, pillando enchufe.
Me gusta la idea, como también la de que los autobuses puedan portar bicicletas hacia los barrios altos. En esta ciudad con cuestas, en la que no faltan motivos de queja, que el transporte público se acomode a las necesidades de la gente, se esfuerce por ser una opción atractiva, con calidad y con capacidad de innovación es muy buena notica.
Ahora solo queda recapacitar sobre si nuestra dependencia enfermiza de la tecnología nos hace o no mejores pero una reflexión tan transcendental no podemos delegarla en los responsables del transporte, que bastante han hecho atendiendo a la recarga de nuestros móviles.
De momento aunque lo normal es que casi todos viajemos sin levantar la vista del smartphone, sugiero a los gestores de Bilbobus que, por favor, se siga manteniendo la existencia de las aparentemente inútiles ventanillas. Soy un antiguo, como ven.
Hace unos mil años un amigo, directivo del transporte, me describía su asombro porque en un viaje de trabajo a los países nórdicos había visto a altos ejecutivos hablando desde sus teléfonos móviles mientras viajaban en los autobuses públicos de la línea que unía el aeropuerto con la capital.
Bueno, en realidad no creo que hayan pasado mil años, pero ciertamente lo parece. Entonces, quien disponía aquí de teléfono móvil era parte de una selecta minoría social a la que ni se le pasaba por la cabeza que se pudiera ir al aeropuerto en un vehículo distinto al de su empresa y conducido, a su vez, por el chofer correspondiente. Cuando no contaban con esa opción, que para ellos era simplemente la normal, se veían obligados al taxi. No había otras opciones. De hecho, creo recordar que entonces en Bilbao simplemente no las había.