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Seis de cada tres

“Seis de cada tres españoles son absolutamente imbéciles, por eso Televisión Española trabaja para ellos. Hay el doble de españoles imbéciles que de españoles. Usted no puede escapar a la regla, Televisión Española tampoco. Televisión Española, la imbecilidad de nuestra vida. Dé las gracias imbécil, encienda el televisor. Televisión Española le da el doble”.

Este falso anuncio, que recuerdo de memoria y que creo haber recortado de la revista humorística 'Por Favor' a finales de los años 70, resumía la opinión que mantenían muchos de los intelectuales de la época sobre la televisión: un medio de manipulación de masas al servicio de la imbecilidad. Desde entonces han cambiado muchísimas cosas: irrumpieron las televisiones privadas y las públicas autonómicas, las decenas de canales de la televisión digital, las comisiones de control parlamentario o los costosos consejos audiovisuales públicos. También se formaron en nuestras gloriosas universidades y escuelas varias generaciones de “magníficos profesionales” y periodistas. Gracias a estos cambios y a los prodigiosos avances tecnológicos que han convertido a la entonces llamada “caja tonta” en un electrodoméstico inteligente, podemos afirmar con justo triunfalismo que hoy, incluidos los ciudadanos autonómicos que no se consideran tales, seis de cada tres españoles siguen siendo absolutamente imbéciles y por eso todas las televisiones trabajan para ellos. Sigue habiendo el doble de españoles imbéciles que de españoles y seguimos dando las gracias a la imbecilidad de nuestra vida encendiendo el televisor. Usted no puede escapar a esta regla. Yo tampoco.

La televisión es sólo entretenimiento y quien diga lo contrario, miente. Su trivialidad contamina cualquier contenido. El mismo “gran profesional” que te explica en un minuto —es un decir— las complejidades del conflicto ucraniano, te aconseja que adquieras un seguro o abras una cuenta corriente en un banco. Luego da paso a un programa de debate en el que media docena de expertos descubren la rueda o ponen a parir al hijo de una folklórica. Nueve de cada diez deontólogos desaconsejarían estas prácticas, pero al que contrataron es al décimo.

La televisión it's only entertainment pero en Europa seguimos creyendo que es un medio por el que se puede difundir cualquier contenido: información, documentales de ciencia subatómica, el recitado de las Cantigas de Alfonso X el Sabio o un debate argumentado y sereno sobre la reforma de la ley del aborto. Al menos es así como el discurso funcionarial justifica los cuantiosos gastos que genera el mantenimiento de las televisiones públicas: son un “servicio público” destinado a informar, difundir la cultura o reflejar el pluralismo de la sociedad. Por qué razón estas grandes misiones se encarnan en un concurso de cocina o en un debate de chismes y cornudos, es uno de esos grandes misterios de los que hay que acusar a la audiencia, es decir, a usted. Si usted es imbécil la televisión es imbécil. O viceversa. Como lo he oído se lo cuento, oiga; no se ofenda, no mate al mensajero.

Las televisiones privadas tampoco se escapan a la regla. Su único objetivo legítimo es hacer negocio y lo buscan desesperadamente halagando a la audiencia. ¿Qué es lo que quiere la audiencia? ¿Ficciones de amor y lujo, chistes de gangosos y mariquitas, fútbol, famosos saltando de un trampolín? Se hará lo que sea siempre que no lo impidan la ley o algún “observatorio” oficial sobre lo políticamente correcto .

¿Cuántos telespectadores verían un programa de debate entre Martin Heiddeger y Søren Kierkegaard? ¿Quince? No hay programa. ¿Y si les ponemos en pantalón corto, con zapatones de payaso y guantes de boxeo? ¿Tres millones? ¡Contrátelos, ya!

Esta es la lógica y ya va siendo hora de que la asumamos con todas sus consecuencias. Si la audiencia es partidaria de creer que las pirámides las construyeron los extraterrestres, se lleva a media docena de extraterrestres al plató; y a algún intelectual despistado, que dan mucho juego. Si el personal quiere creer que el golpe de estado del 23-F lo urdieron unos guionistas con la ayuda de un director de cine y varios políticos sin escrúpulos, ¿por qué vamos a quitarles la ilusión? Es sólo entretenimiento. ¿Qué mal le hace a nadie? ¿No están llenas las portadas de los periódicos de mentiras? ¿No es verdad que cada vez que la tele da imágenes del Congreso se ve a un político mintiendo con descaro? ¿Entonces? No se pongan así de tiquismiquis. Es sólo entretenimiento. No dramaticemos. El que quiera conocer la verdad que apague la tele y se compre un libro.

Dé las gracias, imbécil. Encienda el televisor.

“Seis de cada tres españoles son absolutamente imbéciles, por eso Televisión Española trabaja para ellos. Hay el doble de españoles imbéciles que de españoles. Usted no puede escapar a la regla, Televisión Española tampoco. Televisión Española, la imbecilidad de nuestra vida. Dé las gracias imbécil, encienda el televisor. Televisión Española le da el doble”.

Este falso anuncio, que recuerdo de memoria y que creo haber recortado de la revista humorística 'Por Favor' a finales de los años 70, resumía la opinión que mantenían muchos de los intelectuales de la época sobre la televisión: un medio de manipulación de masas al servicio de la imbecilidad. Desde entonces han cambiado muchísimas cosas: irrumpieron las televisiones privadas y las públicas autonómicas, las decenas de canales de la televisión digital, las comisiones de control parlamentario o los costosos consejos audiovisuales públicos. También se formaron en nuestras gloriosas universidades y escuelas varias generaciones de “magníficos profesionales” y periodistas. Gracias a estos cambios y a los prodigiosos avances tecnológicos que han convertido a la entonces llamada “caja tonta” en un electrodoméstico inteligente, podemos afirmar con justo triunfalismo que hoy, incluidos los ciudadanos autonómicos que no se consideran tales, seis de cada tres españoles siguen siendo absolutamente imbéciles y por eso todas las televisiones trabajan para ellos. Sigue habiendo el doble de españoles imbéciles que de españoles y seguimos dando las gracias a la imbecilidad de nuestra vida encendiendo el televisor. Usted no puede escapar a esta regla. Yo tampoco.