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OPINIÓN | 'Pesimismo y capitalismo', por Enric González

De acuerdo

Si uno lee el contenido del acuerdo que acaban de firmar nacionalistas y socialistas vascos cree estar ante el programa político de los segundos. Es como un listado de las cosas que el gobierno de Patxi López pretendió hacer en la legislatura anterior, pero no pudo llevar a cabo, bien por falta de tiempo, bien, sobre todo, por la oposición a cara de perro que ejercieron los ahora socios. No falta nada: política fiscal común para el país, con incremento de la presión para determinados sectores, control coordinado del fraude y asunción del hecho de que para mantener los servicios públicos no queda sino tirar de cartera; revisión del entramado institucional de la Comunidad por considerarse reiterativo, pesado e ineficiente en tiempos de crisis, además de poco razonable en cualquier instante; políticas de choque para promover la creación de empleo y reactivar la producción; reubicación de la estrategia de crónicos al frente de la política sanitaria, con diseño de especialización hospitalaria (funcional y geográfica) incluido; reforma de la administración pública; prioridad indiscutible de la tripleta de gasto que conforman educación, sanidad y políticas sociales; apoyo específico a la estrategia de educación trilingüe y a otras líneas como Eskola 2.0; rechazo al copago; metro para Donostialdea y la línea 3 de Bilbao… Vamos, salvo una impugnación explícita de la hipotética construcción de un segundo Guggenheim, no acierto a localizar qué falta de la parte del programa de gobierno socialista que no pudo llevarse a cabo (aparte de los temas culturales y ambientales, nuevamente olvidados).

Es evidente que los nacionalistas vascos también tienen ideas y que parte de estas iniciativas que recoge el acuerdo son suyas también. Pero no cabe duda de dos cosas: 1. Que el gobierno de Urkullu ha hecho demostración de inanidad en estos meses y que bien parece que no esté nadie al frente de la nave; y 2. Que al menos a día de hoy ese listado de propuestas identifican todavía las ideas fuerza del proyecto gubernamental socialista. Entonces, ¿cómo es que el gobierno y su partido se pliegan con tan abundante reiteración a las iniciativas del segundo partido de la oposición?

Seguro que en alguna parte, cabeza y personas hay una benemérita intención de ponerse de acuerdo visto como están las cosas. Pareciera que el ‘comentarismo’ consista solo en tratar a los protagonistas de lo público como perversos interesados y no como preocupados sinceramente por la achuchada cosa de todos. Además de tacticismos, quiero creer que hay grandes dosis de buena voluntad y de querer sacar adelante algo: para unos, haciendo valer la presencia en el gobierno; para otros, colocando tus propuestas en la gestión de éste y demostrando que se puede ser relevante incluso desde la oposición. Ahora tocará a todos hacer la venta respectiva: el gobierno como responsable y generoso, y el partido de la oposición como también responsable y eficaz en su papel.

El corolario del acuerdo será el pacto presupuestario: sería insólito lo contrario. La propia dimensión estratégica de las propuestas augura la continuidad de la legislatura, con presupuestos y todo, lejos de la presente nada. En ese punto está claro que los socialistas han preferido la fotografía puntual de una oposición constructiva a partir de la asunción por el gobierno de sus objetivos políticos que la oposición de desgaste a lo largo de los próximos tres años de un ejecutivo suficientemente debilitado ya. Es loable actitud, pero no exenta de riesgos. De partida, se da de baja de la oposición y deja que sean los abertzales y los populares quienes jueguen ese papel. Riesgo limitado. Porque más lo tiene el hecho de que los nacionalistas cuenten con la seguridad de poder gobernar hasta el final de la legislatura. Ahí hay mucho riesgo.

La experiencia enseña que en todas partes los acuerdos de estabilidad política los rentabiliza quien manda, y que aquí en Euskadi esto sucede a mayor abundamiento. Por desgracia, dentro y fuera del gobierno, los socialistas vascos han salido mal parados cuando han hecho derroche de generosidad. Las bases sociales nacionalistas son mucho más leales y obedientes que las socialistas; y en las fechas presentes, ni te cuento. De manera que tendrán que dedicar esfuerzos e imaginación para hacer presente de aquí al final de la legislatura el ejercicio de responsabilidad política que hacen, no sea que el ciudadano te borre como opción ya que no estás en el gobierno… ni tampoco en la oposición. Eso, y la inevitabilidad de que los ‘jeltzales’ gestionen el gobierno del país con tan poca chicha como han demostrado en estos meses, hacen que el acuerdo, además de ser bien recibido, tenga que ser insistentemente vigilado y constantemente recordado en su matriz.

Todo a la espera ‘medioplacista’ de que los nacionalistas saquen el conejo del soberanismo en el momento en que no quede más espacio o tiempo para la política de las cosas de verdad, y te acaben echando del acuerdo haciendo parecer que lo rompes tú. Y seguro que lo harán.

Si uno lee el contenido del acuerdo que acaban de firmar nacionalistas y socialistas vascos cree estar ante el programa político de los segundos. Es como un listado de las cosas que el gobierno de Patxi López pretendió hacer en la legislatura anterior, pero no pudo llevar a cabo, bien por falta de tiempo, bien, sobre todo, por la oposición a cara de perro que ejercieron los ahora socios. No falta nada: política fiscal común para el país, con incremento de la presión para determinados sectores, control coordinado del fraude y asunción del hecho de que para mantener los servicios públicos no queda sino tirar de cartera; revisión del entramado institucional de la Comunidad por considerarse reiterativo, pesado e ineficiente en tiempos de crisis, además de poco razonable en cualquier instante; políticas de choque para promover la creación de empleo y reactivar la producción; reubicación de la estrategia de crónicos al frente de la política sanitaria, con diseño de especialización hospitalaria (funcional y geográfica) incluido; reforma de la administración pública; prioridad indiscutible de la tripleta de gasto que conforman educación, sanidad y políticas sociales; apoyo específico a la estrategia de educación trilingüe y a otras líneas como Eskola 2.0; rechazo al copago; metro para Donostialdea y la línea 3 de Bilbao… Vamos, salvo una impugnación explícita de la hipotética construcción de un segundo Guggenheim, no acierto a localizar qué falta de la parte del programa de gobierno socialista que no pudo llevarse a cabo (aparte de los temas culturales y ambientales, nuevamente olvidados).

Es evidente que los nacionalistas vascos también tienen ideas y que parte de estas iniciativas que recoge el acuerdo son suyas también. Pero no cabe duda de dos cosas: 1. Que el gobierno de Urkullu ha hecho demostración de inanidad en estos meses y que bien parece que no esté nadie al frente de la nave; y 2. Que al menos a día de hoy ese listado de propuestas identifican todavía las ideas fuerza del proyecto gubernamental socialista. Entonces, ¿cómo es que el gobierno y su partido se pliegan con tan abundante reiteración a las iniciativas del segundo partido de la oposición?