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Grillo y Farage: no tan extraños compañeros de cama
En 2011 surgió en Italia el fenómeno de los forconi, una serie de movilizaciones y protestas impulsados por sectores de la pequeña y media burguesía (comerciantes, pequeños agricultores, artesanos, transportistas, pero también estudiantes) golpeados por la crisis, que mezclaban en sus reivindicaciones temáticas regionalistas, denuncias de la corrupción política y antieuropeismo. Estas protestas han continuado hasta la actualidad, siendo especialmente virulentas en Turín. Se trata de un movimiento que recuerda al clásico poujadisme de los años cincuenta en Francia y cuyos fundamentos encontramos en el origen de los actuales populismos: grupos sociales tradicionalmente prósperos que, como consecuencia de un cambio económico profundo, alimentados “por un sentimiento de abandono y por el resentimiento respecto de otros grupos y de sus representantes políticos que obtienen los beneficios del cambio y se desinteresan por la suerte de los perdedores” (Castel). Creo que fenómenos como el de los forconi ayudan a explicar el acuerdo alcanzado entre el antieuropeista y xenófobo Farage y el antipolítico Grillo para formar grupo en el Parlamento Europeo.
Son muchas las investigaciones y los análisis que permiten sostener la tesis de la correlación entre sentimiento de desamparo (expresado como desasosiego ante el futuro, pérdida de estatus, miedo a perder la capacidad de cuidar de los suyos, sensación de anomia, etc.) y apoyo a los discursos y las organizaciones populistas de extrema derecha; sentimientos de ansiedad que han permitido a estas organizaciones articular un discurso xenófobo que no se apoya ya en el viejo y desprestigiado racismo biológico, facilitando así su 'lavado de cara' e incrementando su potencial de penetración social. Estas organizaciones se convierten en refugio de todos esos angry white men que habitan en barrios degradados de antiguas ciudades industriales hoy en declive.
Es cierto que la angustia que impulsa a muchas personas, muchas de ellas exvotantes de partidos tradicionales de la izquierda, no es sólo económica, o, en todo caso, no se explica sólo desde variables económicas, sino también en razón de temores y angustias de naturaleza explícitamente cultural, como son los sentimientos de pérdida y amenaza de la identidad nacional. El sentimiento de desamparo de tantos individuos y grupos es un fenómeno complejo en el que se mezclan variables económicas tanto como sociales, ideológicas y existenciales. En todo caso, los fundamentos materiales de ese sentimiento resultan esenciales, y si bien no son condición suficiente sí son condición imprescindible para la extensión del desamparo. Por otro lado, son estas variables económicas las que pueden permitirnos reconstruir una narrativa progresista que, sin negar las demandas culturales e identitarias, evite su transformación en argumentos anti-igualitarios.
Las transformaciones económicas que vienen experimentando las sociedades más desarrolladas desde los años ochenta (la transición desde una economía industrial a otra postindustrial, la globalización y fragmentación de los procesos productivos, la desregulación de las dinámicas económicas) han tenido consecuencias muy distintas sobre los diferentes grupos sociales, generando nuevas dinámicas de ganadores y perdedores que han transformado los sentimientos de privación relativa y, más en general, las “estructuras de comparación social” entre grupos. Estamos hablando de situaciones objetivas de privación o precarización, claro que sí, pero sobre todo estamos hablando de interpretaciones y vivencias subjetivas de esas situaciones. Como se ha dicho con acierto, la acusación de “racismo” es demasiado grave como para asimilarla, sin más, a cualquier expresión de un sentimiento de agravio comparativo en relación a las personas inmigrantes.
Todos los movimientos populistas se declaran defensores de la “gente olvidada”, del “hombre de la calle”; sus líderes se presentan como “uno más” y han sido enormemente hábiles a la hora de presentarse como “campeones de las causas locales” apoyando a la “gente corriente” que habita en esos barrios degradados, y como partidos que, frente a la forzada corrección política de las grandes fuerzas tradicionales, “hablan claro”, como habla la gente normal.
Esta cercanía a los problemas que preocupan y desasosiegan a las poblaciones que se sienten más afectadas por los procesos de cambio social es una de las principales razones de su éxito. Desde esta perspectiva han sido definidos como “buitres que descienden sobre áreas en las que las organizaciones políticas locales han muerto o agonizan” La analogía es perfecta: pero el buitre sólo hace lo que sabe, lo que está en su naturaleza. No hay demasiado misterio en su comportamiento. Lo que debemos explicar es el porqué de esa agonía de los lugares sociales por los que transita la mayoría de la sociedad, de su abandono por las fuerzas políticas progresistas.
En 2011 surgió en Italia el fenómeno de los forconi, una serie de movilizaciones y protestas impulsados por sectores de la pequeña y media burguesía (comerciantes, pequeños agricultores, artesanos, transportistas, pero también estudiantes) golpeados por la crisis, que mezclaban en sus reivindicaciones temáticas regionalistas, denuncias de la corrupción política y antieuropeismo. Estas protestas han continuado hasta la actualidad, siendo especialmente virulentas en Turín. Se trata de un movimiento que recuerda al clásico poujadisme de los años cincuenta en Francia y cuyos fundamentos encontramos en el origen de los actuales populismos: grupos sociales tradicionalmente prósperos que, como consecuencia de un cambio económico profundo, alimentados “por un sentimiento de abandono y por el resentimiento respecto de otros grupos y de sus representantes políticos que obtienen los beneficios del cambio y se desinteresan por la suerte de los perdedores” (Castel). Creo que fenómenos como el de los forconi ayudan a explicar el acuerdo alcanzado entre el antieuropeista y xenófobo Farage y el antipolítico Grillo para formar grupo en el Parlamento Europeo.
Son muchas las investigaciones y los análisis que permiten sostener la tesis de la correlación entre sentimiento de desamparo (expresado como desasosiego ante el futuro, pérdida de estatus, miedo a perder la capacidad de cuidar de los suyos, sensación de anomia, etc.) y apoyo a los discursos y las organizaciones populistas de extrema derecha; sentimientos de ansiedad que han permitido a estas organizaciones articular un discurso xenófobo que no se apoya ya en el viejo y desprestigiado racismo biológico, facilitando así su 'lavado de cara' e incrementando su potencial de penetración social. Estas organizaciones se convierten en refugio de todos esos angry white men que habitan en barrios degradados de antiguas ciudades industriales hoy en declive.