Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Abrazando el populismo
No nos engañemos, siempre ha habido populismo, no es algo que haya inventado ningún magnate barra mangante norteamericano ni los del “núcleo irradiador” de Podemos a los que ahora señala todo el mundo, e incluso los equipara. Se escuchan definiciones de lo más dispar en las tertulias televisivas y radiofónicas, así como en los editoriales y artículos de opinión de la prensa escrita, pero en realidad, y todos lo sabemos, el populismo no es más que decir y prometer lo que la gente quiere escuchar. Y si aciertas con el mensaje, te llevas las elecciones y después, ya sí eso y tal. Vamos, es un principio de primero de marketing político.
Por supuesto, siempre hay matices. El mensaje se puede transmitir de formas diferentes, también teniendo en cuenta el destinatario del mismo y su actitud en un momento determinado. El mismo mensaje no cala igual en una sociedad con una economía en ascenso y boyante que en una en decadencia, en la que la falta de empleo y de oportunidades de futuro ha creado una masa de gente desesperada que ya no se cree el mensaje tal y como lo ha recibido hasta ese momento. Se trata entonces, de cambiar el envoltorio al caramelo, de hacerlo más atractivo. Y si además lo acompañamos de ese ingrediente que nunca falla en los momentos de crisis, como es el nacionalismo (o cualquier mensaje que refuerce el sentimiento de pertenencia de personas en serio riesgo de exclusión), el éxito está asegurado.
Estamos inmersos en una crisis múltiple, económica, energética y ecológica, que está siendo especialmente dura para la gente de los países del sur de Europa. Y las recetas tradicionales, las que aplican los políticos al dictado de las tesis del neoliberalismo, se traducen en la exclusión de miles de familias de un sistema que hasta ahora les amparaba. El fin (o más bien, el deterioro progresivo) del Estado de Bienestar se traduce en miedo y en rechazo (e incluso odio), que a su vez se traduce en una radicalidad contra aquellos elementos que se perciben como los culpables del cambio de situación, sean reales o imaginarios. Por tanto, todos estos mensajes extremistas encuentran un caldo de cultivo y una receptividad que no habían tenido en las últimas décadas en Europa.
Esta situación coyuntural debería ser también un punto de inflexión para el movimiento ecologista en general y para la ecología política en particular. Esta plantea la conservación de los ecosistemas como eje transversal de las políticas a desarrollar. No puede haber justicia social, ni igualdad real ni democracia plena sin preservación de los ecosistemas en los que desarrollamos nuestras vidas. Pero la ideología dominante nos ha inculcado la idea de que podemos vivir al margen de la naturaleza y es muy difícil que el mensaje contrario cale entre la ciudadanía. Incluso temas ya tan trillados como el cambio climático, se ponen en cuestión o en un segundo plano frente al crecimiento económico y la creación de empleo, como si ese supuesto crecimiento infinito fuese la única forma de lograr crear empleo digno, algo que sabemos es totalmente falso. Frente a la banalización de los problemas medioambientales y energéticos más urgentes, el cambio climático y el cenit de la producción de ese petróleo del que dependemos de forma tan determinante, ¿cómo debemos actuar los ecologistas? Hay quienes apuestan por el mensaje suave, amable, el que no “asusta” a la ciudadanía con las terribles consecuencias de estos fenómenos. Pero eso, ¿no es también populismo? ¿No es engañar a la ciudadanía?
Si se ha abierto un debate sobre si la izquierda europea debe abrazar también el populismo para frenar a la extrema derecha, creo que el ecologismo también debe debatir sobre su mensaje y su forma de transmitirlo. Tengo la sensación de que al pretender “endulzar” una realidad amarga, estamos dando alas a quienes, como Donald Trump en Estados Unidos o la extrema derecha en Europa, nos llevan de cabeza al desastre que queremos evitar. Y al mismo tiempo, la sensación contraria: que la ciudadanía se niegue a escuchar un mensaje para muchos “apocalíptico” (que no lo es), que les obligue a replantearse su existencia tal y como la conocen y le ha sido prometida. Sí que hay una alternativa, el eco-fascismo, algo a lo que nadie en su sano juicio quiere llegar, por supuesto, pero que, por desgracia, ya hemos visto y sufrido en la historia reciente de nuestra especie.
No nos engañemos, siempre ha habido populismo, no es algo que haya inventado ningún magnate barra mangante norteamericano ni los del “núcleo irradiador” de Podemos a los que ahora señala todo el mundo, e incluso los equipara. Se escuchan definiciones de lo más dispar en las tertulias televisivas y radiofónicas, así como en los editoriales y artículos de opinión de la prensa escrita, pero en realidad, y todos lo sabemos, el populismo no es más que decir y prometer lo que la gente quiere escuchar. Y si aciertas con el mensaje, te llevas las elecciones y después, ya sí eso y tal. Vamos, es un principio de primero de marketing político.
Por supuesto, siempre hay matices. El mensaje se puede transmitir de formas diferentes, también teniendo en cuenta el destinatario del mismo y su actitud en un momento determinado. El mismo mensaje no cala igual en una sociedad con una economía en ascenso y boyante que en una en decadencia, en la que la falta de empleo y de oportunidades de futuro ha creado una masa de gente desesperada que ya no se cree el mensaje tal y como lo ha recibido hasta ese momento. Se trata entonces, de cambiar el envoltorio al caramelo, de hacerlo más atractivo. Y si además lo acompañamos de ese ingrediente que nunca falla en los momentos de crisis, como es el nacionalismo (o cualquier mensaje que refuerce el sentimiento de pertenencia de personas en serio riesgo de exclusión), el éxito está asegurado.