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Los absurdos 'ongi etorris'

1 de septiembre de 2021 22:00 h

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A pesar de la pandemia aún hay quienes salen a las calles a vitorear a quienes mataron a sus semejantes por pensar de modo diferente. Los etarras —“asesinos”— provocan estas procesiones de adeptos que no sienten vergüenza por recibir con muestras de alegría a quienes mataron sin decencia y sin pudor. ¿Cómo se puede llamar a quienes salen a las calles a vocear consignas en esos recibimientos? ¿Quizás insensibles? ¿Provocadores? ¿O quizás sinvergüenzas?

Quienes organizan esos actos deberían tener valentía para exponer sus auténticas razones. ¿Cuál es el acontecimiento, o el triunfo, que celebran? ¿Algo tan abominable como un asesinato? Esos encuentros, que han sido bautizados como 'ongi etorris' no son otra cosa que miserables muestras de osadía y descaro, que deberían avergonzar a quienes los organizan y les acompañan por las calles voceando consignas alegres porque los asesinos retornan a sus casas. Quienes nunca retornan son los asesinados.

Las organizaciones de presos vascos, y de familiares de presos vascos, nunca han salido a las calles a protestar porque ETA matara a nadie, lo cual debe significar que quienes acuden a recibir a asesinos no fueron capaces de salir a despedir a asesinados. Pero ahora quienes salen a pasear por las calles con su abominable cartel (“Euskal Preso eta Iheslariak… Etxera”) salen bien ataviados y vestidos, sabedores de que nadie les va a prohibir, ni intentar impedir, su miserable pasacalle. Hay quien tacha estos desfiles “militares” de los partidarios de los etarras como meros recibimientos, como sencillas muestras de afecto y de consideración hacia los encarcelados, pero son a la vez un síntoma de que esa que desea llamarse “izquierda abertzale” solo es un grupo de fanáticos provocativos, y más vale que la cosa no pase de ahí. Sin embargo, ha sido necesario que esas organizaciones violentas hayan sentido que son muy minoritarias, y que la Democracia ha derrotado a los bárbaros.

La ridícula actitud de Sare, que dice entender "el dolor de las víctimas por los ongi etorri", pero no es capaz de proponer los recibimientos en la intimidad familiar

Pero no hay que dormirse en los laureles porque la sociedad en que vivimos no es un lecho de placidez. Las organizaciones de apoyo a los presos terroristas han creado una especie de laberinto en el que deambulan perdidos. ¿Qué se reclama en las calles? Únicamente que los presos vayan a casa (etxera), sin que haya mediado previamente ninguna prueba de conmiseración ni arrepentimiento, ni siquiera una muestra del gran “pacificador” Arnaldo Otegi, que use su autoridad en el colectivo abertzale para acercarse a las víctimas un poco más que lo que se acerca a los verdugos.

El lehendakari Urkullu ha calificado como “repulsiva” la actitud de la izquierda abertzale. Está bien el calificativo, aunque es mucho más que eso, la palabra se queda algo corta, si bien hay que entender la discreción y el comedimiento del lehendakari frente a la ridícula actitud de Sare, que dice entender “el dolor de las víctimas por los ongi etorri”, pero no es capaz de proponer los recibimientos en la intimidad familiar. En su discreta muestra de templanza el lehendakari no ha vinculado los incidentes (atrevimiento, recibimientos) con la izquierda abertzale; sin embargo, es ella la que lo provoca y lo alimenta. Y en una muestra más de la “enfermedad” que aún afecta a esa izquierda abertzale no han dudado en afirmar que las críticas por los 'ongi etorris' refuerzan a los “enemigos de la paz”, es decir, que yo mismo soy un enemigo de la paz. ¿Lo soy? ¡Quizás sí...! Porque mis seis o siete años en que he vivido escoltado para proteger mi vida fueron, al parecer, una “provocación”.

La sociedad vasca, durante tanto tiempo afectada de miedo y de terror, debería responder a quienes han salido a la calle a reivindicar “nada”, o a proclamar que sus eslóganes, sus voces díscolas y desmesuradas, sólo responden a un mecanismo de defensa sicológico propio de quienes se saben culpables del mal, pero quieren dispersar y ningunear sus bárbaras responsabilidades.

Las páginas de los diarios han vuelto a mostrar imágenes absurdas que quizás no merecerían comentarios añadidos, porque las noticias de los recibimientos de presos asesinos (cuatro muertos en su currículo) cae por sí misma, pero esas fotos suntuosas de reivindicación pseudoburguesa —y abominable—, paseando en formación “militar” por una de las calles céntricas de Bilbao, requieren que haya un posicionamiento decente en contra del alarde ignominioso de los manifestantes. Un importante sociólogo vasco (Elzo) ha dado en el clavo: “¿Que se les quiere recibir en la sidrería? Muy bien, pero no puedes pasearlo por las calles como si fuera un héroe”. Así es, además, en la sidrería se escucharían “estallidos” al abrir las botellas, los cuales les podrían parecer más familiares.

A pesar de la pandemia aún hay quienes salen a las calles a vitorear a quienes mataron a sus semejantes por pensar de modo diferente. Los etarras —“asesinos”— provocan estas procesiones de adeptos que no sienten vergüenza por recibir con muestras de alegría a quienes mataron sin decencia y sin pudor. ¿Cómo se puede llamar a quienes salen a las calles a vocear consignas en esos recibimientos? ¿Quizás insensibles? ¿Provocadores? ¿O quizás sinvergüenzas?

Quienes organizan esos actos deberían tener valentía para exponer sus auténticas razones. ¿Cuál es el acontecimiento, o el triunfo, que celebran? ¿Algo tan abominable como un asesinato? Esos encuentros, que han sido bautizados como 'ongi etorris' no son otra cosa que miserables muestras de osadía y descaro, que deberían avergonzar a quienes los organizan y les acompañan por las calles voceando consignas alegres porque los asesinos retornan a sus casas. Quienes nunca retornan son los asesinados.