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El acuerdo de la discordia (PSOE, UP y EHB)

El debate político español más reciente está muy enrarecido, y conforme va pasando el tiempo cada vez se complica más. La gravedad de la pandemia del coronavirus no ha sido suficiente para que nos ocupemos de lo más esencial de nuestras vidas, que es seguir vivos. La amenaza nos acobardó de tal manera que nos refugió en nuestras casas y sometió nuestras vidas: nos hizo obedientes y muy cuidadosos. Aceptamos las restricciones, nos recluimos en nuestras casas, nos sometimos a las órdenes sin pararnos a discernir si eran justas y si eran las idóneas. Entre las muchas órdenes y mandatos dictados por la superioridad gubernamental se han producido contradicciones y asincronismos que han dejado al sentido común arrinconado, pero estaba en juego nuestra supervivencia como humanos. Todas las decisiones de la autoridad superior, por drásticas que parecieran, han sido aceptadas y asumidas porque en el otro platillo de la balanza la pandemia ha ido poniendo muertos, cadáveres, y en los hogares los familiares de esos fallecidos empezaban a temer por sus propias vidas. Ahora ya no estamos en esa situación: tras haber tomado las debidas precauciones y medidas van siendo bastantes menos los fallecidos, -menos de cien diarios en una población de cuarenta y muchos millones de españoles-, y las gentes creen que las vidas vuelven a la normalidad, y que de nuevo la distinción en nuestras calles será la que siempre ha sido: ricos y pobres, felices e infelices, pudientes o escasos, potentes o impotentes, incluso dichosos o desafortunados… Y ahora que el virus se muestra algo más ineficaz (o nosotros más eficaces luchando contra él) ha vuelto a surgir la idiotez en dosis bastante evidentes.

En el caso que nos ocupa ésta ha surgido sin venir a cuento. Pedro Sánchez ha firmado un acuerdo, -¿o no ha sido él?-, tan escueto como inapropiado, con dos fuerzas políticas (Unidas Podemos y EH Bildu) que ha enrarecido el ambiente social. La alta responsabilidad que ha pesado sobre los hombros de Pedro Sánchez ha sido decisiva, máxime teniendo que soportar la barbarie de Vox y la irresponsabilidad del PP que, obsesionados con 'reconquistar' el poder no han dudado en ignorar o ningunear la brutalidad de la pandemia que aún padecemos. Su evidente ignorancia, con toda seguridad impostada, no puede servir como disculpa. Sin embargo, tanto Pablo Iglesias (Turrión, que no Posse) como Arnaldo Otegi, han enarbolado sus escuetos documentos recién firmados entonando con gran estruendo eso de “Santa Rita, Santa Rita, lo que se da no se quita”… Porque esta cesión del PSOE, tan gratuita, se ha llevado a cabo ninguneando a los sindicatos, arrinconando a las organizaciones empresariales (que en esta ocasión y situación deben ser tenidas en cuenta), olvidando a organizaciones sociales muy diversas, cuya función es suavizar las condiciones adversas en que ya están cayendo muchos ciudadanos vulnerables, y dando oxígeno sin pedir nada a cambio a quienes, como UP o EH Bildu, bien poca solvencia han demostrado hasta ahora.

En tiempo de tribulación no hay que hacer mudanzas, según se desprende del refrán. También lo han expresado así algunos miembros del Gobierno que han recibido la noticia por sorpresa. Ahora se trata de atenuar las consecuencias de esta pandemia que, hasta ahora, Pedro Sánchez ha atenuado con sus medidas preventivas. Pero ahora la amenaza es el futuro difícil que se avecina. La amenaza de un paro rampante no debe quitarnos ni reducirnos la cordura. Se trata de buscar soluciones y no de hacer revoluciones. Además, a la 'revolución' ( a cualquier revolución) se debe acudir con buenos soldados, con los mejores, con buen armamento, tras diseñar una óptima estrategia, en un ambiente idóneo, con buenos y abundantes compañeros de viaje, y compartiendo una clara y diáfana igualdad de objetivos.

¿Es esto lo que se desprende del texto firmado con UP y EH Bildu?

El debate político español más reciente está muy enrarecido, y conforme va pasando el tiempo cada vez se complica más. La gravedad de la pandemia del coronavirus no ha sido suficiente para que nos ocupemos de lo más esencial de nuestras vidas, que es seguir vivos. La amenaza nos acobardó de tal manera que nos refugió en nuestras casas y sometió nuestras vidas: nos hizo obedientes y muy cuidadosos. Aceptamos las restricciones, nos recluimos en nuestras casas, nos sometimos a las órdenes sin pararnos a discernir si eran justas y si eran las idóneas. Entre las muchas órdenes y mandatos dictados por la superioridad gubernamental se han producido contradicciones y asincronismos que han dejado al sentido común arrinconado, pero estaba en juego nuestra supervivencia como humanos. Todas las decisiones de la autoridad superior, por drásticas que parecieran, han sido aceptadas y asumidas porque en el otro platillo de la balanza la pandemia ha ido poniendo muertos, cadáveres, y en los hogares los familiares de esos fallecidos empezaban a temer por sus propias vidas. Ahora ya no estamos en esa situación: tras haber tomado las debidas precauciones y medidas van siendo bastantes menos los fallecidos, -menos de cien diarios en una población de cuarenta y muchos millones de españoles-, y las gentes creen que las vidas vuelven a la normalidad, y que de nuevo la distinción en nuestras calles será la que siempre ha sido: ricos y pobres, felices e infelices, pudientes o escasos, potentes o impotentes, incluso dichosos o desafortunados… Y ahora que el virus se muestra algo más ineficaz (o nosotros más eficaces luchando contra él) ha vuelto a surgir la idiotez en dosis bastante evidentes.

En el caso que nos ocupa ésta ha surgido sin venir a cuento. Pedro Sánchez ha firmado un acuerdo, -¿o no ha sido él?-, tan escueto como inapropiado, con dos fuerzas políticas (Unidas Podemos y EH Bildu) que ha enrarecido el ambiente social. La alta responsabilidad que ha pesado sobre los hombros de Pedro Sánchez ha sido decisiva, máxime teniendo que soportar la barbarie de Vox y la irresponsabilidad del PP que, obsesionados con 'reconquistar' el poder no han dudado en ignorar o ningunear la brutalidad de la pandemia que aún padecemos. Su evidente ignorancia, con toda seguridad impostada, no puede servir como disculpa. Sin embargo, tanto Pablo Iglesias (Turrión, que no Posse) como Arnaldo Otegi, han enarbolado sus escuetos documentos recién firmados entonando con gran estruendo eso de “Santa Rita, Santa Rita, lo que se da no se quita”… Porque esta cesión del PSOE, tan gratuita, se ha llevado a cabo ninguneando a los sindicatos, arrinconando a las organizaciones empresariales (que en esta ocasión y situación deben ser tenidas en cuenta), olvidando a organizaciones sociales muy diversas, cuya función es suavizar las condiciones adversas en que ya están cayendo muchos ciudadanos vulnerables, y dando oxígeno sin pedir nada a cambio a quienes, como UP o EH Bildu, bien poca solvencia han demostrado hasta ahora.