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La “otra agenda vasca”

Roberto Uriarte

Profesor de Derecho Constitucional de la UPV/EHU —

Los medios de comunicación e incluso las encuestas de opinión ya se están haciendo eco: la ciudadanía vasca dedica cada vez más atención a problemas que no son específicamente vascos. No sólo eso: también se informa más a través de medios de ámbito más amplio y conforma sus opiniones en mayor medida a partir de generadores de opinión vinculados a dichos medios.

Me parece un fenómeno social relevante, especialmente llamativo por la enorme dimensión que ha tenido históricamente en este país el ensimismamiento en un pequeño núcleo de problemas políticos vinculados con el elemento identitario, problemas que absorbían una energía intelectual desproporcional a su relevancia en el día a día de la gente. Este fenómeno del desplazamiento de los temas que la ciudadanía entiende como prioritarios se ha producido, en mi opinión, como consecuencia fundamentalmente de dos hechos: por una parte, la desactivación de ETA y por otra, el surgimiento de nuevos actores sociales y muy especialmente, la irrupción en el escenario político vasco de una fuerza como Podemos. Esta irrupción cogió totalmente desprevenidas a las fuerzas que hasta ese momento marcaban en Euskadi el discurso hegemónico y sus prioridades.

Hace sólo un año, los medios de comunicación y los generadores de opinión daban por hecho que Podemos no podía aspirar a un gran espacio político en Euskadi, ya que planteaba un discurso centrado en preocupaciones supuestamente no enfocadas a nuestro ámbito y además, no pretendía abrirse hueco, como a nivel estatal, dentro de un sistema de partidos que era casi bipartidista, sino dentro de uno, como el vasco, que ya era multipartidista, de forma que las posibilidades de generar un “quinto espacio” eran casi nulas. Pero en el plazo de un año, Podemos saltó de ser la quinta fuerza en las europeas a ser la tercera en las forales y de ahí a ser la primera en las generales.

Esta irrupción ha forzado al nacionalismo a ponerse a la defensiva en diversos ámbitos y entre ellos, en uno que es especialmente relevante, el del discurso y el relato. Desde la perspectiva del lenguaje, es evidente que los problemas sólo son problemas cuando existe un nombre para identificarlos y quien ejecuta acertadamente el conjuro fundacional de bautizar un fenómeno, si lo hace con una serie de condiciones, ya arranca con ventaja en la batalla del discurso y por tanto, en la arena política. Para hacerlo, se necesita recurrir a fórmulas fácilmente asimilables por cualquiera sin una especial preparación y que generen una identificación simbólica en quienes la van a utilizar en términos muy simples de amigo-enemigo.

Y hay que reconocer que los nacionalistas vascos han demostrado tradicionalmente una gran habilidad para elaborar discurso populista, hasta el extremo de que han conseguido tener una importante masa crítica de seguidores que apenas necesitan más programas ni más argumentos para apoyarles que entender que defienden “lo nuestro, lo de aquí”. Desde esta perspectiva, es evidente que la pérdida de protagonismo de los temas identitarios supone un peligro serio. Así que necesitan un concepto simple que genere la adhesión espontánea y parece que lo han encontrado: es la “agenda vasca”. Queda buscar un enemigo fácil también: los que nos quieren robar la agenda vasca y enredarnos con problemas que no son los nuestros, un complot de los grandes medios para desplazar el foco de preocupaciones de “nuestra gente” hacia ámbitos foráneos.

Elaborado el argumento, toca repetirlo una y mil veces en los espacios adecuados, para que cale profundo. El más eficiente será probablemente la televisión pública vasca. Y allí lo escucharemos. Uno tras otro, los conductores de programas preguntarán a los invitados, desde una posición aparentemente neutral, si no les parece preocupante la pérdida de protagonismo de la agenda vasca dentro del debate político, como si el propio concepto de agenda vasca fuera una cuestión neutral. Y es evidente que no lo es. Pero lo evidente no es siempre lo aparente y el caso es que el concepto de agenda vasca está siendo asumido de forma acrítica en los medios, incluso en los no nacionalistas.

La falacia del argumento es tan obvia que no resiste el menor análisis. Consiste en dar por hecho que sólo es agenda vasca la agenda específicamente vasca, la agenda de cuestiones privativas o diferenciales; y dar por supuesto también que aquellas cuestiones que afectan a las vascas y a los vascos de la misma forma que a quienes no lo son, no merecen la misma atención en nuestro debate político. Y no cabe duda de que la mayoría de los problemas que condicionan de forma importante el proyecto de vida de las personas, no son, ni aquí ni en ningún lado, problemas meramente locales. En resumen, la falacia está en considerar que hay sólo una agenda vasca, la de las cuestiones privativas e identitarias, cuando en realidad lo que hay son agendas vascas en plural y entre estas, la ciudadanía ha dejado de priorizar aquella. Parece mentira tener que reivindicar algo tan evidente y más tener que hacerlo en tiempos de globalización, en los cuales, si el debate político pretende incidir sobre el poder, debe reenfocarse hacia los espacios en los que realmente se ejerce este y se adoptan las decisiones que condicionan nuestro día a día.

Hace unos meses estuve en Burdeos, invitado por los promotores en Francia de un movimiento parecido a lo que fue en sus orígenes Podemos. Los asistentes se repartieron en círculos que debatían diversos problemas de la agenda política y luego hicimos una puesta en común. Aunque parezca increíble, la práctica totalidad de las cuestiones que se plantearon eran referentes a políticas europeas (políticas de crecimiento y/o decrecimiento, financiación y gestión de la deuda, deslocalizaciones, condiciones laborales, políticas de refugiados…). No se habló ni un minuto de ningún problema específicamente aquitano, pero tampoco apenas de ninguno exclusivamente francés.

Lo que sí que es un problema político en mi opinión no es el hecho de que los problemas específicamente vascos hayan cedido protagonismo a otros que, siendo nuestros, lo son compartidos, sino el hecho de que en nuestro debate político siguen sin estar bien identificados los escenarios, bien ordenadas las prioridades reales ciudadanas y sobre todo, siguen sin reconocerse adecuadamente los espacios donde se ejerce el poder real.

Afortunadamente, las cosas están cambiando, aunque poco a poco. Si uno pasea por las calles de cualquier ciudad vasca, encontrará fácilmente anuncios de charlas sobre la economía del bien común o sobre consumo alternativo; verá convocatorias de manifestaciones contra el TTIP, los desahucios o la precariedad laboral y si eleva la mirada, se dará cuenta de que, entre los carteles políticos, abundan los que dan la bienvenida a los refugiados. Es agenda vasca, es otra agenda vasca.

Los medios de comunicación e incluso las encuestas de opinión ya se están haciendo eco: la ciudadanía vasca dedica cada vez más atención a problemas que no son específicamente vascos. No sólo eso: también se informa más a través de medios de ámbito más amplio y conforma sus opiniones en mayor medida a partir de generadores de opinión vinculados a dichos medios.

Me parece un fenómeno social relevante, especialmente llamativo por la enorme dimensión que ha tenido históricamente en este país el ensimismamiento en un pequeño núcleo de problemas políticos vinculados con el elemento identitario, problemas que absorbían una energía intelectual desproporcional a su relevancia en el día a día de la gente. Este fenómeno del desplazamiento de los temas que la ciudadanía entiende como prioritarios se ha producido, en mi opinión, como consecuencia fundamentalmente de dos hechos: por una parte, la desactivación de ETA y por otra, el surgimiento de nuevos actores sociales y muy especialmente, la irrupción en el escenario político vasco de una fuerza como Podemos. Esta irrupción cogió totalmente desprevenidas a las fuerzas que hasta ese momento marcaban en Euskadi el discurso hegemónico y sus prioridades.