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Bajo el agua

Siempre se dice, y creo que de forma acertada, que la naturaleza siempre acaba reclamando lo que es suyo. En realidad la naturaleza lo es todo, nuestra sociedad incluida, por mucho que la mayoría de los economistas y los políticos insistan en mostrarnos una visión en la que la humanidad puede vivir de forma indefinida explotando los recursos naturales sin consecuencias. Pero no es así y es algo que cualquiera con un mínimo de sentido común debería entender. Esto viene a cuento con las inundaciones que vivimos en algunas zonas de Euskadi la semana pasada.

Vale, en Euskadi siempre ha llovido mucho. Y siempre hemos padecido temporales y galernas. No es algo nuevo que haya propiciado el cambio climático, no voy por ahí. Lo que si nos advierten los expertos que estudian las posibles consecuencias del calentamiento global es que estos fenómenos van a ser cada vez más frecuentes y más virulentos. Y no solo las lluvias o los temporales, también las sequías y las olas de calor serán más intensas y nos afectarán mucho más como sociedad. Por supuesto que estos cambios vistos desde un punto de vista humano son un proceso lento y por eso no los percibimos como una amenaza, a pesar de llevar varías décadas escuchando las advertencias de los científicos sobre el cambio climático.

Pero en la calle parece que no existe esa percepción. Sí que a la gente le suena eso del cambio climático, pero no lo relacionan con temas como el que nos ocupa. Las soluciones que se proponen son las de exigir a las administraciones dragados de cauces, limpieza de riberas o encauzamiento de los cursos fluviales. Incluso se señala a los ecologistas como los culpables de impedir que se tomen estas medidas que, por lo visto tienen claro que serían mano de santo para evitar inundaciones en el futuro. Pero se equivocan quienes exigen estas medidas, que ya han demostrado su ineficacia en el pasado. Es más, en muchos casos el encauzamiento de los ríos solamente serviría para agravar el problema al permitir que el caudal baje con más fuerza y mayor velocidad, causando así mayores daños a las viviendas absurdamente construidas en zonas inundables.

Y es que la primera medida debería ser la prohibición de construir en zonas inundables. Con esta sencilla y lógica medida ya estaríamos evitando gran parte de los perjuicios económicos que ocasionan las inundaciones. Pero parece un sacrilegio exigir una medida como esta en el país del 'pelotazo del ladrillo'. Al igual que sucede en el litoral costero, las construcciones en zonas inundables en la ribera de los ríos están condenadas a sufrir inundaciones tarde o temprano. Pero la solución que proponen las administraciones, incluida la vasca, es canalizar y encauzar, como sucede con las obras ya adjudicadas para actuar en el barrio de Martutene. Es comprensible que los vecinos de esta zona estén cansados de ver como sus casas y garajes se inundan cada cierto tiempo, pero no se proponen medidas alternativas reales para mantener el río en un estado más o menos natural. No se habla de reforestar las cabeceras de los ríos para evitar que las aguas bajen más rápidas y que arrastren esos sedimentos que acabarán haciendo inútiles todas las inversiones millonarias en encauzamientos en unos pocos años. Ni de actuaciones para adaptar los edificios actualmente construidos en zonas inundables para hacerlas más resistentes a las avenidas cada vez más crecientes. Y sobre las obras como el depósito de tormentas que el Ayuntamiento de Vitoria-Gasteiz ha construido en Yurre para minimizar los riesgos de las crecidas del Zadorra mejor ni hablamos.

En definitiva, la gestión integral del agua es todavía una asignatura pendiente. No es que instituciones como la Agencia Vasca de Agua no hayan sido efectivas a la hora de estudiar este tema en Euskadi, pero si se echa de menos una visión que deje fuera de la ecuación los intereses urbanísticos que propician la construcción en espacios inundables. Somos afortunados de vivir en una zona donde el agua es abundante, pero eso conlleva unos riesgos que no podemos controlar al 100%. Por eso es necesario tener en cuenta todos los factores que influyen en esas situaciones de riesgo. Y las mejores medidas son las que se toman en el origen del problema como forma de prevención ante catástrofes que podrían evitarse. Mientras esto no cambie y la política oficial continúe siendo la de socializar los riesgos y sus consecuencias, nos tocará seguir pagando la factura por todos los daños que causen las inundaciones cada vez más frecuentes.

Siempre se dice, y creo que de forma acertada, que la naturaleza siempre acaba reclamando lo que es suyo. En realidad la naturaleza lo es todo, nuestra sociedad incluida, por mucho que la mayoría de los economistas y los políticos insistan en mostrarnos una visión en la que la humanidad puede vivir de forma indefinida explotando los recursos naturales sin consecuencias. Pero no es así y es algo que cualquiera con un mínimo de sentido común debería entender. Esto viene a cuento con las inundaciones que vivimos en algunas zonas de Euskadi la semana pasada.

Vale, en Euskadi siempre ha llovido mucho. Y siempre hemos padecido temporales y galernas. No es algo nuevo que haya propiciado el cambio climático, no voy por ahí. Lo que si nos advierten los expertos que estudian las posibles consecuencias del calentamiento global es que estos fenómenos van a ser cada vez más frecuentes y más virulentos. Y no solo las lluvias o los temporales, también las sequías y las olas de calor serán más intensas y nos afectarán mucho más como sociedad. Por supuesto que estos cambios vistos desde un punto de vista humano son un proceso lento y por eso no los percibimos como una amenaza, a pesar de llevar varías décadas escuchando las advertencias de los científicos sobre el cambio climático.