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Pues ahora, taza y media de nacionalismo
Alterando el célebre dicho, el nacionalismo catalán parece empeñado en hacer posible que nada cambie para que todo siga igual. Algo lógico, por otra parte, si tenemos en cuenta que el nacionalismo –se disfrace como se disfrace- no puede hacer otra cosa que nacionalismo. Y dos fuerzas nacionalistas –Junts per Catalunya y Esquerra-, en liza por el poder, están condenadas a competir por ser más nacionalistas que su más directo rival. Lo cual impide a los contendientes abandonar su dogma fundamental: la necesidad perentoria de una confrontación con el Estado español para sacar adelante una Cataluña independiente.
De ahí que, al final, por mucho que se detesten, a Esquerra y Junts per Catalunya no les quede otro remedio que hacer caso a María Dolores Pradera y mantenerse amarraditos los dos a las sillas de un Gobierno en el que están incómodos; y cuya principal preocupación parece ser la de dotar a sus cuerpos de seguridad de abundantes provisiones de tiritas para impedir que quienes tiran adoquines a los Mossos salgan lastimados. Ya se sabe: hay que contentar a la CUP, que es el extraño forúnculo de izquierdas que seguirá teniendo el ¿nuevo? Gobierno autonómico. Supongo que, cuando se constituya, sus integrantes no se podrán decir aquello de “¡cuánto tiempo sin vernos!”. Aunque, bien mirado, podría tener su sentido, teniendo en cuenta que, hasta el presente, los coaligados no se podían ni ver.
Por suerte, tienen ahora enfrente a Illa, ese español que se hace pasar por catalán y ha tenido, además, el descaro de ganarles las elecciones, y eso les permite odiar a alguien “de fuera” de común acuerdo, a riesgo, en caso contrario, de cargarse el gran consenso nacional que Cataluña necesita. De modo que, si antes no queríamos nacionalismo (o no tanto, al menos), ahora tendremos la taza y medio con la que el nacionalismo responde en cuanto tiene ocasión. Más o menos, éste sería el resumen de lo que puede dar de sí el nuevo Gobierno de Cataluña.
Que, lógicamente, volverá a ser como el anterior: el que tenía paralizado al país con sus disensiones internas, que completaban las que ya mantenían con la Cataluña que no se ajustaba a sus esquemas ideológicos. Parece, así, diluirse el espejismo que hacía de Esquerra la única posibilidad de una etapa más volcada en la resolución de los problemas reales de la sociedad catalana, que en el mantenimiento de las esencias nacionales; y más favorable a un entendimiento entre fuerzas progresistas y de izquierda. Y es que no se puede ser nacionalista y de izquierdas al mismo tiempo. Y como ocurre con todo nacionalismo, cuando se pone la “defensa de la nación” por delante, desaparece “la ciudadanía” y sus problemas más urgentes; y lo que sale al final es un acuerdo, no con la izquierda (PSC, primer partido, además, de Cataluña), sino con la derecha catalana de siempre, que, diga lo que diga, no es otra que la heredera del partido de Pujol.
O sea, que siguen con lo del “procés” y con eso de que “lo volverán a hacer”, aunque no se sabe muy bien qué. De momento, lo que se sabe es que los objetivos centrales de los viejos coaligados seguirán siendo, como ya he dicho, los de enfrentarse al Estado, que constituye su única razón de ser. Han escogido para ello a sus próximas víctimas, que pueden engrosar la ya larga lista de políticos dignos de ser amnistiados. Para empezar, a Laura-Imputada Borrás ya la han hecho presidenta del Parlamento de Cataluña, para, según dijo en su primera alocución a la Cámara, continuar la tarea de Carmen Forcadell.
Aunque el envolvente épico en la trayectoria de una y otra presidenta no va a ser exactamente el mismo. Forcadell fue víctima de su propia incontinencia ideológica, y no de otra cosa; en tanto que Borrás estaba imputada bastante antes de las elecciones por un delito de corrupción, que reviste mucha menos grandeza, se mire como se mire. Son diferencias que denotan la progresiva devaluación de un “procés” al que se le ven ya las arrugas de su propio envejecimiento. Hace unos años, los “nacionales” de Cataluña iban a por la república independiente. Ahora reclaman la amnistía para quienes la promovieron de manera ilegal. ¿Cuál será el siguiente paso? ¿Pedir el indulto para sus presos? Tampoco sería de extrañar. Pero, eso sí, poniendo como música de fondo el himno de “Els Segadors”, que siempre viste mucho.
Alterando el célebre dicho, el nacionalismo catalán parece empeñado en hacer posible que nada cambie para que todo siga igual. Algo lógico, por otra parte, si tenemos en cuenta que el nacionalismo –se disfrace como se disfrace- no puede hacer otra cosa que nacionalismo. Y dos fuerzas nacionalistas –Junts per Catalunya y Esquerra-, en liza por el poder, están condenadas a competir por ser más nacionalistas que su más directo rival. Lo cual impide a los contendientes abandonar su dogma fundamental: la necesidad perentoria de una confrontación con el Estado español para sacar adelante una Cataluña independiente.
De ahí que, al final, por mucho que se detesten, a Esquerra y Junts per Catalunya no les quede otro remedio que hacer caso a María Dolores Pradera y mantenerse amarraditos los dos a las sillas de un Gobierno en el que están incómodos; y cuya principal preocupación parece ser la de dotar a sus cuerpos de seguridad de abundantes provisiones de tiritas para impedir que quienes tiran adoquines a los Mossos salgan lastimados. Ya se sabe: hay que contentar a la CUP, que es el extraño forúnculo de izquierdas que seguirá teniendo el ¿nuevo? Gobierno autonómico. Supongo que, cuando se constituya, sus integrantes no se podrán decir aquello de “¡cuánto tiempo sin vernos!”. Aunque, bien mirado, podría tener su sentido, teniendo en cuenta que, hasta el presente, los coaligados no se podían ni ver.