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¿Y ahora, qué?

Ahora que Mariano Rajoy ha decidido hablar en el Congreso para explicar lo ocurrido con el “caso Bárcenas” todos debemos pensar “¿ahora qué?”. Cabe la posibilidad de que la comparecencia solo sirva para provocar esos aplausos fatuos con que unos y otros premian las intervenciones de sus portavoces. Yo, que estuve allí y aplaudí en alguna ocasión a pesar de que también entonces los aplausos me parecían absurdos, estoy seguro de que la intervención de Rajoy va a verse alargada gracias a los aplausos de los suyos, que no por causa de sus prolijas explicaciones. Y como todo lo malo se contagia, también los diputados socialistas proliferarán en aplausos para contrarrestar la euforia de los populares. Los demás grupos no aplaudirán, pero no lo harán porque son grupos poco numerosos que, puestos a aplaudir, no consiguen llegar al calificativo taurino de “ovación”, quedándose en unas discretísimas “palmas”. Después de esta disgresión que parece degradar la comparecencia anunciada por Rajoy, debo afirmar que las explicaciones son imprescindibles aunque servirán de bien poco.

Llegan tarde, después de ruegos diversos y excesivos, procedentes de todos los ámbitos, políticos, económicos, sociales y mediáticos. Durante demasiado tiempo las tertulias televisivas han debatido y especulado con las noticias y documentos dados a conocer por diferentes medios de comunicación. El silencio de Rajoy ha sido cobarde, sobre todo porque estando implicado en la trama corrupta todo el PP, ha lanzado por delante a sus más atrevidos peones, -Alonso, Floriano, Pons, etc…-, “armados” con los más variados artilugios, y siempre dispuestos a la más perversa pendencia. Cuando, por fin, ha decidido acudir a la ágora que es el Congreso, en las otras ágoras que son las plazas públicas de todos los pueblos de España, los españoles murmuran en grupos ante el descrédito que la actitud de Rajoy y del PP han infligido a toda España.

Cuando Rajoy se ha visto arrinconado ha respondido. Lo curioso ha sido que en esta ocasión haya recurrido a sus alfiles como teloneros. Alfiles digo, que esto va por clases y líneas, porque la Cospedal y el ministro García Margallo han obrado como tal. Empezó María Dolores de Cospedal rompiendo el silencio: “El Presidente quiere comparecer en el Congreso para calmar el clima de alarma social que algunos quieren crear”. Y también, como es su costumbre, recurriendo a una especie de trabalenguas ocurrente: “La extorsión solo es posible cuando entre el extorsionador y el extorsionado hay algo que ocultar, y aquí no hay nada que ocultar”. García Margallo abundó en el asunto: “No tengo la menor duda de que comparecerá cuando lo considere oportuno y en la forma que considere oportuna para dirigirse a la nación y tranquilizar a la opinión pública”. Por fin, Rajoy ha dado el brazo a torcer y ha anunciado su comparecencia desde la consciencia de “las dudas que legítimamente tienen muchos ciudadanos”. El giro ha sido drástico: de acusar a Bárcenas de chantajista a ofrecer explicaciones para acallar y resolver dudas legítimas y alarmas sociales. Es lógico que me formule esa pregunta tan pertinaz: “¿ahora qué?”. Caben varias posibilidades, pero solo cabe una consecuencia: la moción de censura y el adelanto electoral en un mismo paquete. Es cierto que ninguna de las dos consecuencias forman parte de lo inevitable, pero la Democracia bien entendida, y la integridad y honestidad inherentes a la Presidencia del Gobierno deben culminar en eso.

Cabe que Rajoy niegue todo, absolutamente todo. Entonces tendrá que convenir en que la trama urdida para salvarse a sí mismo por parte de Bárcenas ha puesto en entredicho a todo el aparato administrativo del PP que, en todo caso, deberá responder del administrador corrupto y de quienes han afirmado que cobraron sobresueldos. Y si lo niega todo, igualmente va a tener que posicionarse respecto al comportamiento de los medios de comunicación más importantes de España que, en mayor o menor medida, han divulgado noticias y listados concernientes al caso. Cabe que Rajoy acepte las irregularidades, si bien no todas, lo que le obligará a seleccionar cuáles de todas, y por qué no respondió en su momento. Cabe que Rajoy tenga que admitir de forma ineludible que él mismo constituye uno de los eslabones de la cadena corrupta que Bárcenas armó, es decir que fue uno de los destinatarios de los sobresueldos distribuidos por el Administrador. Cualquiera de estas posibilidades tendría que acabar en su dimisión, eso siempre y cuando encontrara a alguien que pudiera ocupar su lugar dentro de su propio partido, cosa harto complicada teniendo en cuenta su animadversión con los aznaristas, y el cierre de filas de sus partidarios alrededor de él, que les ha convertido en cómplices de la corrupción del caso Bárcenas.

¿Y ahora qué? ¿Qué han de hacer quienes, desde la oposición, han venido reclamando las explicaciones? No basta con escuchar y rebatir, salvo que el Presidente arriesgue y dé vuelta a todas las informaciones que la prensa nos ha venido suministrando. ¿Qué debe hacer el PSOE con la Moción de Censura que Rubalcaba llevará en el bolsillo de la chaqueta el día del debate? Sólo cabe presentarla anunciándola precisamente en el mismo momento. Lo peor que nos podrá ocurrir será que la oposición se quede en una regañina, y que el PSOE renuncie a presentar la Moción de Censura solo porque no tenga votos suficientes en la Cámara para sacarla adelante. Porque Rajoy puede pensar que su comparecencia es suficiente para cubrir el expediente, pero Rubalcaba debe ejercer de Jefe de la Oposición en este momento y, como tal, alternativa de gobierno y posible solución al descalabro que sufre la Política en España, principalmente a causa de la acción de esta derecha española “malhechora” que nos gobierna.

Ahora que Mariano Rajoy ha decidido hablar en el Congreso para explicar lo ocurrido con el “caso Bárcenas” todos debemos pensar “¿ahora qué?”. Cabe la posibilidad de que la comparecencia solo sirva para provocar esos aplausos fatuos con que unos y otros premian las intervenciones de sus portavoces. Yo, que estuve allí y aplaudí en alguna ocasión a pesar de que también entonces los aplausos me parecían absurdos, estoy seguro de que la intervención de Rajoy va a verse alargada gracias a los aplausos de los suyos, que no por causa de sus prolijas explicaciones. Y como todo lo malo se contagia, también los diputados socialistas proliferarán en aplausos para contrarrestar la euforia de los populares. Los demás grupos no aplaudirán, pero no lo harán porque son grupos poco numerosos que, puestos a aplaudir, no consiguen llegar al calificativo taurino de “ovación”, quedándose en unas discretísimas “palmas”. Después de esta disgresión que parece degradar la comparecencia anunciada por Rajoy, debo afirmar que las explicaciones son imprescindibles aunque servirán de bien poco.

Llegan tarde, después de ruegos diversos y excesivos, procedentes de todos los ámbitos, políticos, económicos, sociales y mediáticos. Durante demasiado tiempo las tertulias televisivas han debatido y especulado con las noticias y documentos dados a conocer por diferentes medios de comunicación. El silencio de Rajoy ha sido cobarde, sobre todo porque estando implicado en la trama corrupta todo el PP, ha lanzado por delante a sus más atrevidos peones, -Alonso, Floriano, Pons, etc…-, “armados” con los más variados artilugios, y siempre dispuestos a la más perversa pendencia. Cuando, por fin, ha decidido acudir a la ágora que es el Congreso, en las otras ágoras que son las plazas públicas de todos los pueblos de España, los españoles murmuran en grupos ante el descrédito que la actitud de Rajoy y del PP han infligido a toda España.