Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Aplausos entusiastas, rabiosos y cómplices
Son ya 18 las salidas al balcón para celebrar con la vecindad de la plaza nuestra admiración hacia el colectivo sanitario de este país. Tendrán que ser muchas más, parece, hasta que las medidas de confinamiento finalicen y comencemos paulatinamente la vuelta a nuestras rutinas, hoy tan alteradas. En esos breves minutos que dura la confraternización, mientras revisamos la lista de presentes y ausentes, se sucede un sinfín de aplausos entusiastas, desde los que mostramos nuestra gratitud a quienes se juegan la vida, día tras día, por esta sociedad. Nos emocionamos pensando en los esfuerzos que miles de mujeres y de hombres realizan para vencer la pandemia; intentamos transmitirles fuerza cósmica que les ayude en los momentos de flaqueza. Suspiramos, en fin, por seguir repitiendo la misma acción los días sucesivos…
En varias de esas salidas, he pensado que no siempre aplaudía de la misma forma. En ocasiones –y aunque el aplauso sonara igual- intentaba que fuese enrabietado, porque en nuestra admiración y gratitud estamos olvidando a miles de personas que, sin ser sanitarias, siguen haciendo que el mundo continúe girando, aunque sea de forma perezosa y sin ganas.
Personal de limpieza, tenderos, transportistas, empleadas de hogar, sindicalistas (Gracias, Luis, por tu emotivo recuerdo [1]), agricultores, agentes policiales y un sinfín de profesionales que insisten en completar sus jornadas laborales expuestos al contagio con mayor riesgo que el resto. Tenemos la sensación de que el no encontrarse en la primera línea de combate les resta el calor de nuestro aplauso, no adquieren protagonismo de heroicidad, reservado a quienes visten de bata blanca.
A veces –la mayoría- mi aplauso ha sido de compañerismo, en recuerdo de miles de personas educadoras que continúan con su actividad desde formatos novedosos, venciendo inoperancias administrativas, descontentos familiares o desconfianzas estudiantiles. Entonces el aplauso se vuelve cómplice, correoso, resistente, de empuje, para que puedan superar las adversidades y continuar confiando en su instinto profesional.
La educación lleva tiempo invirtiendo esfuerzos humanos y económicos en consolidar una estructura estable online que introduzca nuevas formas de trabajo y nos acerque a ese siglo XXI en el que parecía no estar la Escuela; tiempo de ensayo en trabajos colaborativos, en intercambios profesionales, no siempre suficientemente medidos ni evaluados.
La actual crisis mundial ha volcado todos los planes de futuro en un presente inmediato, desde el momento en que comenzaron las medidas de confinamiento nacional. Se ha acabado la experimentación y se ha impuesto la realidad: mantener la actividad docente a distancia, desde 20, 30 realidades distintas por aula; con medios informáticos perentorios en ocasiones, nulos en algunas. En ese nuevo escenario cada docente ha tenido que improvisar explicaciones, ordenar actividades, buscar conexiones, facilitar encuentros virtuales, rellenar registros y mantener en todo momento la cabeza fría para que el aprendizaje en cada caso fuese suficiente.
Mientras la clase política deshoja la margarita del futuro del curso escolar, cada profesional seguirá trabajando en su siguiente experiencia, en adelantar materia para días de posible atasco, en solucionar los mil y un contratiempos que surgen a cada instante. Y cuando la situación extraordinaria esté controlada, permanecerá la inquietud del conocimiento adquirido y del perdido. En una reciente entrevista, la ministra Celaá reconocía que en torno a un 14 % del alumnado no está recibiendo con normalidad la docencia a través del teletrabajo. Son datos preocupantes para un país que se considera moderno en una Europa altamente tecnificada. Han pasado ya más de 20 años desde que se inició la digitalización de las aulas, pero siguen contemplándose déficits preocupantes, especialmente en la red pública, siempre la más necesitada de recursos, mayoritariamente la que atiende a familias de cualquier estrato y nivel social.
En esos días de balcón donde los aplausos no deben ser únicamente blancos, me gusta pensar que hay más personas que sienten el calor cómplice, compañero que damos al y a la profesional educativa. El sábado me sentí más próximo y reconfortando leyendo a David Trueba. No dudo de que son muchos más los que tiñen su solidaridad de verde, ese color asociado a años reivindicativos a los que, sin duda, deberemos volver.
(1) García Montero 'Los sindicalistas'. Infolibre, 22 marzo 2020
Son ya 18 las salidas al balcón para celebrar con la vecindad de la plaza nuestra admiración hacia el colectivo sanitario de este país. Tendrán que ser muchas más, parece, hasta que las medidas de confinamiento finalicen y comencemos paulatinamente la vuelta a nuestras rutinas, hoy tan alteradas. En esos breves minutos que dura la confraternización, mientras revisamos la lista de presentes y ausentes, se sucede un sinfín de aplausos entusiastas, desde los que mostramos nuestra gratitud a quienes se juegan la vida, día tras día, por esta sociedad. Nos emocionamos pensando en los esfuerzos que miles de mujeres y de hombres realizan para vencer la pandemia; intentamos transmitirles fuerza cósmica que les ayude en los momentos de flaqueza. Suspiramos, en fin, por seguir repitiendo la misma acción los días sucesivos…
En varias de esas salidas, he pensado que no siempre aplaudía de la misma forma. En ocasiones –y aunque el aplauso sonara igual- intentaba que fuese enrabietado, porque en nuestra admiración y gratitud estamos olvidando a miles de personas que, sin ser sanitarias, siguen haciendo que el mundo continúe girando, aunque sea de forma perezosa y sin ganas.