Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.
Buen ambiente rural
Mientras todavía multitudes van en estos días de verano a las playas, que más parecen parrillas calcinantes que espacios de asueto, aunque por estas tierras todavía no ha abundado mucho el sol, miles de personas están descubriendo los parajes campestres. Es la apoteosis del turismo rural, donde hay paisaje austero y paisanaje cabal y sabio. Se estilan casas añejas, en las que prevalecen el tapial, la madera macerada con la pátina de los años, algunos aperos ya en desuso pero que evocan el ingenio del ser humano para el laboreo del campo…..Propician el contacto con la madre naturaleza y el duro bregar del ser humano con la tierra nutricia, que Virgilio describió con belleza sublime en sus Bucólicas.
A algunos quizás esto le suene a nostalgia decadente o a ensoñación. No es más que una incitación a recobrar el origen de las cosas naturales, para que el ambientalismo no se quede en mera pose o en palabrería. Algo se puede mejorar en contacto con el campo, aunque sólo sea para evitar dislates como el que apareció hace escasos años en el anuncio de un operador de telefonía fija que ofertaba un “operador global de telecomunicaciones”. Para hacer el anuncio más atractivo e impactante, se citaba un viejo refrán castellano: “Que no te vendan gato por liebre”, ilustrado con estos animales. Al menos eso es lo que quisieron hacer los publicistas, porque la realidad es mucho más aberrante: nos preveían de que no compráramos gato por liebre, pero ellos nos metieron conejo por liebre. Supongo que si vio este anuncio nuestro añorado Miguel Delibes le entrarían unas ganas irrepetibles de cargar alguna de las escopetas que se echaba al hombro para recorrer los campos de Castilla y emprenderla a perdigonazos contra el autor de tamaño desafuero. Es un decir.
¿Y qué decir de quien no distingue un mulo de un burro, un buey de un toro, un tordo de un gorrión, un gallo de una gallina, un mochuelo de una urraca, un vencejo de una golondrina, una espiga de cebada de una de trigo, un sembrado de avena de uno de centeno, un campo de remolacha de un patatal? Se sabe mucho de nuevas tecnologías, de Internet, y fotografía digital, pero se ignoran cosas elementales.
Sin duda, que el paso de una sociedad rural a otra urbana supone ventajas evidentes para sus miembros. Por ejemplo, el acceso a la educación y la sanidad es más fácil, al tiempo que aumentan la libertad y las oportunidades de emprender una nueva vida. No hay duda de que la alternativa urbana ha resultado muy atractiva para cientos de millones de personas y que en el siglo XX el éxodo de gentes del campo a las capitales y sus alrededores ha sido masivo.
En general, los humanos tenemos tendencia a agruparnos en función de la disponibilidad de recursos. Los grupos cazadores y recolectores eran menores que los de agricultores y, cuando los excedentes de producción y la capacidad de transporte hacen posibles aglomeraciones mayores, éstas crecen hasta extremos sorprendentes.
Pero, junto a las ventajas, hay también inconvenientes. La ciudad nos aleja de la diversidad que forman los demás seres vivos y nos hace perder nociones ambientales intuitivas que sí tiene la gente del campo. Los amantes de la naturaleza y los conservacionistas, entre los que me incluyo, nos hemos lamentado de ello muy a menudo. Los magníficos personajes de Miguel Delibes en sus novelas Las ratas, Los santos inocentes o Diario de un cazador, son un paradigma del ocaso del mundo rural, donde se conoce lo importante, lo que no es inventado, en acertadísima expresión de El Nini, un personaje de la primera obra citada. Son precisamente los habitantes del mundo rural los primeros en percibir los cambios negativos, la disminución de las poblaciones silvestres, la degradación de las aguas y el medio, y así podríamos seguir con más cuestiones. Aunque tampoco debemos caer en tópicos simplistas. El habitante rural siente próxima la naturaleza, pero no necesariamente aprecia todos sus componentes, como bien sabemos. Durante siglos, el hacha excesiva, el fuego fácil o el veneno cruel han sido manejados por agricultores y ganaderos. Como en botica, de todo hay: quien intuye, aprecia y respeta los valores de la naturaleza, y quien abusa de ellos y los destruye; quien observa, reflexiona y aprende, cerca de quien ignora y desprecia.
La de los pioneros de la conservación fue, durante la segunda mitad del siglo pasado, la primera generación que había cambiado masivamente el campo por la ciudad. El cantante Labordeta, en una entrevista que puede encontrarse en YouTube, destacaba acertadamente que el éxito popular de Félix Rodríguez de la Fuente se basaba en que su auditorio fue precisamente éste, la población neo-urbana, los que habían dejado atrás lo que ahora veían en sus pantallas: el zorro, el águila, la gineta o el lobo. Les eran próximos, formaban parte de su vida, por lo cual tenían un atractivo cierto.
Actualmente, la labor de los amantes de la naturaleza resulta algo más difícil. Para muchos conciudadanos nuestros, las especies silvestres son sólo protagonistas de los documentales, tan lejanas como los personajes de ficción. Hacer comprender el valor de la vida y generar emociones en su favor es cada día más complicado, aunque la diversidad de medios a nuestro alcance era impensable hace muy poco tiempo. ¿Quién podía imaginar, por ejemplo, que podríamos seguir en directo la migración de las aves desde la pantalla de un ordenador?
De todas formas, bienvenido sea el turismo rural. El reencuentro con la naturaleza nos devuelve a nuestros orígenes, seamos o no oriundos del campo, porque el ser huma-no fue primero cazador y después labrador, antes de diluirse en Babeles de asfalto y soledad. El estrés y otras enfermedades modernas son la hecatombe que sobreviene al ser humano tras la ruptura del equilibrio con la naturaleza. Estamos aún a tiempo de reconciliarnos con ella y con nosotros mismos.
Mientras todavía multitudes van en estos días de verano a las playas, que más parecen parrillas calcinantes que espacios de asueto, aunque por estas tierras todavía no ha abundado mucho el sol, miles de personas están descubriendo los parajes campestres. Es la apoteosis del turismo rural, donde hay paisaje austero y paisanaje cabal y sabio. Se estilan casas añejas, en las que prevalecen el tapial, la madera macerada con la pátina de los años, algunos aperos ya en desuso pero que evocan el ingenio del ser humano para el laboreo del campo…..Propician el contacto con la madre naturaleza y el duro bregar del ser humano con la tierra nutricia, que Virgilio describió con belleza sublime en sus Bucólicas.
A algunos quizás esto le suene a nostalgia decadente o a ensoñación. No es más que una incitación a recobrar el origen de las cosas naturales, para que el ambientalismo no se quede en mera pose o en palabrería. Algo se puede mejorar en contacto con el campo, aunque sólo sea para evitar dislates como el que apareció hace escasos años en el anuncio de un operador de telefonía fija que ofertaba un “operador global de telecomunicaciones”. Para hacer el anuncio más atractivo e impactante, se citaba un viejo refrán castellano: “Que no te vendan gato por liebre”, ilustrado con estos animales. Al menos eso es lo que quisieron hacer los publicistas, porque la realidad es mucho más aberrante: nos preveían de que no compráramos gato por liebre, pero ellos nos metieron conejo por liebre. Supongo que si vio este anuncio nuestro añorado Miguel Delibes le entrarían unas ganas irrepetibles de cargar alguna de las escopetas que se echaba al hombro para recorrer los campos de Castilla y emprenderla a perdigonazos contra el autor de tamaño desafuero. Es un decir.